La Tierra es nuestra morada porque es el lugar de la existencia humana. La relación con ella se ha vuelto más consciente y requiere de nosotros el ejercicio de una ética ambiental fundada en nuestra responsabilidad y en la aceptación de la creación como donación.
Además de ser el autor de El Principito, Tierra de hombres y Ciudadela, sabido es que Antoine de Saint-Exupéry fue un pionero de la aviación comercial. Por este motivo, pudo intimar con la Tierra y sus misterios con una mirada muy particular: ni la del astronauta que la ve como una nave espacial flotando en la inmensidad del cosmos, ni la del hombre que todavía no ha logrado despegarse de la superficie. A causa del desarrollo de la revolución científico-tecnológica, el hombre, por un lado, se aliena de la naturaleza, y por otro, se ha sumergido más profundamente en ella. Esto se aplica desde el nivel microscópico de la física hasta el de la astrofísica pasando por la escala geográfica de la Tierra como morada del hombre donde convive con las montañas y llanuras, mares y lagos, plantas y animales. De esta convivencia, las sociedades y los pueblos han construido paisajes con mayor o menor grado de intervención.
Están los paisajes naturales con escasa intervención, en general salvaguardados como parques nacionales con un régimen de protección especial, luego están los paisajes rurales con una intervención más fuerte, donde los ecosistemas son orientados a la producción de minerales, plantas y animales que nos sirven para nuestro sostenimiento y estilo de vida. Tercero, los paisajes urbanos, desde aldeas hasta enormes regiones metropolitanas que se van engarzando unas con otras por medio de los transportes y las comunicaciones, de modo tal que llegan a constituir la Tierra-mundo. Todo
este proceso de intervención, que se fue intensificando en los últimos doscientos años, nos ha ido constituyendo en administradores de nuestro hogar. Ya no podemos desentendernos de esta administración. En todos los niveles de gobierno y autoridad pública o privada cabe una responsabilidad por la gestión de una buena o mala administración, sabiendo que dicha gestión tendrá repercusiones en el corto, mediano y largo plazo.
Las catástrofes y el mundo de la vida
Las catástrofes naturales, como el reciente terremoto en Chile, dejan bien en claro cómo estamos gestionando la administración de los territorios de distintas competencias. De modo análogo, las intensas lluvias (mucha agua en poco tiempo) que caen en la región metropolitana de Buenos Aires, también ponen al descubierto cómo estamos gestionando nuestro territorio urbano. Los problemas ambientales dependen cada vez más de una sabia y prudente gestión territorial que implica ordenamiento y planificación. Esta gestión se debe ir realizando de una manera dialogada y consensuada en pos del bien del mayor número de gente para el plazo más largo de tiempo. Muchas veces, estas opciones del mayor número en el plazo más largo contradicen las necesidades de la economía concentrada y de corto plazo. En este sentido, Habermas distingue entre “el mundo de la vida”, que está guiado por el lenguaje entendido en un sentido muy amplio de comunicación, y los “sistemas”, que son principalmente el estado administrativo guiado por el poder, y la economía de mercado guiada por el dinero. El desafío a encarar consistiría en superar los sistemas que están haciendo de guía, colonizando el mundo de la vida e instrumentalizándolo en función del poder y del
dinero, pasando al mundo de la vida como guía, cuya comunicación es fuente de sentido para la vida.
Según Thomas Berry, el mundo de la vida colonizado pierde intimidad y se convierte en una colección de objetos en vez de una comunidad de sujetos. La posibilidad de mantener un vínculo con la vida pasa por la apreciación del lenguaje y de la narrativa que nos une a los lugares. El lenguaje es la expresión de nuestra interioridad libre. La comunicación auténtica se realiza en el marco de la libertad, de personas libres que verbalizan sus vidas, que se dan a sí mismas en el acto comunicativo por medio del lenguaje. Por este motivo, el modelo de todo acto de comunicación libre es Dios que se nos comunica libremente por medio del Verbo y nos hace entrar en su narración que es una narrativa de la totalidad del cosmos, que abarca desde la Creación hasta los cielos nuevos y la tierra nueva. El acto de comunicativo auténtico nos permite entrar en intimidad con otros y también con los lugares o paisajes de manera poética.
Además, intimidad es un concepto teológico y místico en la tradición católica. Se relaciona con el conocimiento y el amor de Dios y cómo el alma humana se relaciona con Cristo y el Espíritu Santo. Dios mora en nosotros y nosotros en Dios: el Verbo encarnado hace de nosotros su morada. Hay también un conocimiento analógico de la Trinidad. El Padre, el Hijo y el Amor, el Espíritu Santo, es la imagen de la suprema e infinita intimidad, una imagen ejemplar de conocimiento y amor íntimos en un grado superlativo.
Ética e intimidad
El ser humano es el ser que tiene corazón y busca entrar en relación consigo mismo, con los demás, con el entorno y con Dios. Así es como todo el universo adquiere sentido en el corazón humano, el universo se hace parte del corazón humano, casi como si lo domesticara. Porque el hombre es el ser que tiene corazón, es el ser capaz de domesticar, hace que todo entre a formar parte de la casa, del hogar. Este corazón humano es un corazón hecho para salir y volver, para salir a la búsqueda del mundo y de los demás y regresar a un hogar. Es un corazón hecho para la intimidad. La intimidad se convierte pues en una dimensión clave para una ética ambiental personalista; el camino de la intimidad se convierte en una vía de acceso a la ética, la política y la economía del medio ambiente y, finalmente, se convierte en una geografía moral.
Al compás de la cuestión sobre el medio ambiente y de la viabilidad futura de la vida humana en la Tierra, en los últimos cuarenta años se fue desarrollando la ética ambiental como un modo da abordar esta problemática y de aportar claridad a las decisiones que hay que tomar en este materia, sea en las intervenciones sobre los paisajes naturales, sea en las intervenciones en el paisaje rural o el urbano; y también en el periurbano –la frontera de avance de lo urbano sobre lo rural. La ética ambiental está muy desarrollada en el mundo anglosajón (que incluye Canadá, Australia y Nueva Zelanda) y en Europa continental. En Latinoamérica se está comenzando a desarrollar, lo mismo en nuestro país.
En general, todos los que toman una decisión en esta materia, en la construcción de obras de envergadura o en la transformación urbana, en los cambios del paisaje rural y ciudades medianas y pequeñas, en las decisiones sobre las áreas naturales, siempre están tomando decisiones en base a valores. En general, la adopción de valores va desde el antropocentrismo más utilitarista y economicista hasta el biocentrismo más ecologista de igualación de todos los seres vivos. Hay posturas que tratan de abrirse paso entre estos extremos con mayor o menor suerte.
Cuando uno ve el mundo como colección de objetos, está alienado. Este concepto de alienación tiene toda una tradición en nuestra cultura y se usa también de manera espontánea; tiene dimensiones personales y sociales; está relacionada con nuestras vidas cotidianas ya sea en una gran ciudad, en pueblos chicos o en el campo. La dialéctica entre la intimidad y la alienación está relacionada con la modernidad, es decir, con la industrialización y la urbanización en una economía capitalista de libre mercado o dirigida. La intimidad con la naturaleza se opone a la alienación inducida por la civilización industrial se fue constituyendo en el modo convencional de habitar la Tierra en los últimos 200 años y que se fue forjando hace al menos 500 años.
Los conceptos de intimidad y alienación están enmarcados en la historia de la frontera antropocéntrica y el ambientalismo biocéntrico. La primera enfatiza lo económico y el biocentrismo, lo ambiental. Tres principios caracterizan la ética de frontera antropocéntrica, a saber: (i) la Tierra es una ilimitada fuente de abastecimiento de recursos para exclusivo uso humano –hay siempre más y es todo para uso humano; (ii) los humanos están separados de la naturaleza y son inmunes a sus leyes; y (iii) la prosperidad humana y el bienestar resultan de nuestros esfuerzos para controlar el ambiente, es decir, de la conquista de la naturaleza. Tres principios opuestos caracterizan la ética ambiental biocéntrica: (i) la Tierra, si puede ser considerada como fuente de recursos, es limitada; (ii) los humanos son parte de la naturaleza; y (iii) el bienestar humano consiste en adaptarse a la bioregión.
Ecología humana
La ecología humana vincula la ecología natural y la social. Comienza con el varón y la mujer y el espacio de intimidad conyugal que van a ir desarrollando en una red de vínculos cada vez más extendida que es la familia. Este espacio conyugal hunde sus raíces en la ecología natural con la cual estamos evolutivamente emparentados y además con la cual guardamos relaciones de cuidado y afecto, lo que se revela de manera principal en las mascotas y en las plantas y jardines. A su vez este espacio conyugal formador de la ecología humana se expande en el mundo de los vínculos laborales entendidos en un sentido muy amplio: donde el ser humano va interviniendo y realizando la transformación del mundo. El trabajo humano es el fundamento de la ecología social.
La ecología humana fundada en el espacio conyugal tiene su sede en un espacio interior, el corazón humano, sede de la libertad interior. A diferencia de los minerales, plantas y animales que no tienen espacio entre el estímulo y la respuesta, el ser humano tiene un espacio de fortaleza interior donde está la libertad para optar; de estas elecciones dependen su crecimiento y felicidad. Es a partir de una sana ecología humana que se puede gestar un medio ambiente sano. No hay ecología viable sin familia capaz de educar personas que sean ciudadanos responsables.
Respeto a la creación como don
El ser humano es portador de un doble espejo: el divino y el terrenal, espejo del mundo y espejo de Dios: imago mundi e imago Dei. De manera tal que, por nosotros, que somos espejo del mundo, habla la creación entera. La Iglesia –y las iglesias cristianas en general– nos invitan a una actitud de respeto ante la creación. Esta actitud tiene su fundamento en que ella es un don del Creador y una impronta de su Ser. En esta actuación humana tan contradictoria y maravillosa al mismo tiempo, fundada en el legítimo anhelo de progreso propio de la modernidad, corremos el riesgo de olvidarnos de la Creación, que todo es construido por nosotros y que todo lo podemos diseñar y re-diseñar según criterios absolutos sin ninguna referencia al Creador. Este olvido de la naturaleza, de la Tierra, del cosmos como creación, es lo que nos puede inducir a una actuación desentendida de las consecuencias y a una sordera casi autista, que termina convirtiendo los entornos en una colección de objetos, en vez de una comunión de sujetos.
Podríamos parafrasear a Saint- Exupéry en Tierra de hombres y decir que lo maravilloso de nuestra morada, que es la Tierra, no es que esta nos resguarde o nos sustente en nuestra vida, ni que seamos capaces de conocerla o gestionar los territorios, sino más bien que la morada haya depositado lentamente en nosotros sus provisiones de significados y valores. Más que alienarnos, nos vamos volviendo íntimos de la Tierra.