Europa enfrenta hoy una severa crisis con una generación que no vivió ni sufrió los acontecimientos que la llevaron a ser lo que es.

El sueño de una Europa unida con un horizonte de progreso estaba profundamente grabado en la generación de europeos que sobrevivió a las atrocidades de los conflictos bélicos que asolaron sus territorios en el siglo XX. Un espíritu de construcción de la paz animaba a los dirigentes que pensaron la Unión y comenzaron de manera concreta a trabajar por ese objetivo.

La declaración del 9 de septiembre de 1950 del entonces ministro de Relaciones Exteriores de  Francia, Robert Schuman, con la que lanzó la propuesta de crear la Alta Autoridad común (entre Alemania y Francia) para la producción de carbón y acero reflejaba ese espíritu: “La paz mundial no puede salvaguardarse sin esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”. Los europeos, impulsados por la Alemania de posguerra y la Francia liberada, se unían en pos de una Europa común.

El estado de bienestar creado a partir de esa comunidad tuvo para su crédito logros notorios. En algunos países fue impulsado por el socialismo; en otros, como Gran Bretaña, se tradujo en una serie de políticas pragmáticas dirigidas a aliviar la desigualdad social. El tema común y logro universal de los gobiernos neokeynesianos de la posguerra fue su capacidad para reducir la brecha entre ricos y pobres. Con el tiempo se comprobaron otros beneficios: menguó el temor de un retorno a políticas extremistas de la desesperación, de la envidia, de la inseguridad.

Pero a medida que las viejas generaciones que recordaban los años 30 dejaban paso a las nuevas, los horrores del pasado, las miserias e inseguridades iban siendo olvidadas. Europa enfrenta hoy una severa crisis con una generación que no vivió ni sufrió los acontecimientos que la llevaron a ser lo que es. No estamos ante la crónica de una muerte anunciada, pero sí ante un previsible fin de fiesta.

La crisis

Europa aparece como la contracara del mundo emergente, lleno de vitalidad, de proyectos y de vocación por ocupar el centro de la escena. La crisis fiscal es por cierto abrumadora, con déficits imposibles de financiar y deudas astronómicas. Sólo los Estados Unidos muestran parejas magnitudes. Pero, como se está evidenciando, Europa no es los Estados Unidos, no sólo porque el dólar se encuentra todavía mucho más apreciado que el euro como moneda de reserva global, lo que le brinda mayores posibilidades de financiamiento, sino también porque los norteamericanos aún muestran mayor dinamismo económico, más capacidad de innovación, mercados laborales ágiles y una actitud más abierta hacia la inmigración, a pesar de leyes casi racistas como la muy reciente del estado de Arizona. Existe, sin embargo, un importante factor en común: tanto Europa como los Estados Unidos han vivido en lo que va del siglo XXI por encima de sus posibilidades y de su productividad, gastando en exceso y recurriendo al financiamiento externo para salvar la diferencia con respecto a sus ingresos. También hay, por cierto, importantes diferencias internas dentro de Europa: mientras Alemania y Holanda han tenido ahorros externos positivos, y Francia y el Reino Unido se endeudaron moderadamente, los peyorativamente llamados “PIIGS”, es decir, Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España, financiaron sus excesos de gasto con capitales externos. Según las estimaciones del premio Nobel de economía Robert Fogel, la participación de Europa en el producto interno bruto (PIB) global se reduciría del 21% en 2000 hasta el 4,9% en 2040, mientras que los Estados Unidos caerían “sólo” del 22% al 13,9%. Por ello, lo fiscal es en Europa sólo la punta del iceberg. Detrás de este pobre desempeño económico calan más hondo la decadencia demográfica, la resistencia a la inmigración y el quebranto de sus sistemas de pensiones.

No a los hijos, no a los inmigrantes y sí a las buenas y tempranas jubilaciones es una tríada imposible. Los sistemas de pensiones de la mayor parte de Europa occidental estántécnicamente quebrados y no les será posible pagar las jubilaciones que se prometen. Como ya puede verse, enfrentarse con esta dura realidad conduce y conducirá a fuertes protestas sociales. Les irá bastante mejor a los países que tienen al menos un ahorro previo (capitalización) para financiar las  contribuciones (por ejemplo, Reino Unido); tal como el que tenía la Argentina hasta la reforma previsional de 2008.

En cambio, no es buena la perspectiva para la mayoría del resto de los países cuyo sistema  previsional es de reparto y las jubilaciones actuales se pagan con los aportes de los trabajadores activos. Y el problema se sumará a la ya grave situación de las finanzas públicas. Se revela así una falla del estado de bienestar europeo: el costo de los beneficios que disfrutan las actuales generaciones correrá por cuenta de las futuras.

Sin embargo, tal ha sido la magnitud de los excesos que los países más comprometidos deben aplicar ahora draconianas medidas de ajuste de los gastos públicos y de los impuestos que conllevarán sin duda muchas injusticias. También es claro que la demora en reconocer estas realidades agrava la situación. “A nosotros jamás nos puede pasar una cosa así”, pensaban los europeos cuando veían crisis como las de la Argentina en 2001.

En el ritmo febril de consumo de la década no tenían tiempo para pensar y darse cuenta cuánto de artificial había en la prosperidad de muchos, hasta qué punto era una fiesta cuya cuenta tarde o temprano habría que pagar. Ni siquiera bastaron los terribles signos de 2008 para intentar, al menos por una vez, anticiparse a los hechos y no correr detrás. Ninguna idea original apareció entonces y se limitaron a políticas keynesianas de por sí acertadas pero que, aplicadas en países ya muy deficitarios y endeudados, debieron acompañarse con una mayor previsión de sus impactos futuros. Y aun cuando desde fines de 2009 empezó a evidenciarse que Grecia –cuyos números eran en parte falsos– no podría pagar su deuda, demoró varios meses un paquete de ayuda financiera de 131.000 millones de dólares, que generó una efímera confianza. Luego de nuevas demoras y de conspicuos llamados telefónicos como los del presidente Barack Obama en una escena de domingo a la noche, propia más bien de la Argentina en sus peores momentos, se anunció un nuevo paquete de ayuda por casi un billón de dólares para toda la zona del euro, que incluyó la casi humillación de una  participación importante del FMI.

¿Salidas?

A cualquier posible salida se le agrega un ingrediente que torna más compleja la cuestión: la difícil convivencia de una unión monetaria con soberanías políticas divididas y niveles de productividad  muy disímiles.

Surge la alternativa de que Grecia o Portugal, por caso, abandonen el euro para volver a su moneda y buscar la competitividad y el crecimiento por la vía de la devaluación. Sin embargo no es fácil que ocurra sin que cunda el contagio a otros países, dañando aún más al euro y a la propia Europa, con caídas de los bonos soberanos y mayor compromiso para los muchos bancos que los tienen en sus carteras. Tampoco está claro que estas medidas beneficiarían a quienes abandonen el euro.

Por otra parte, la sociedad europea no parece del todo preparada para enfrentar una crisis de esta magnitud ni pueden apreciarse liderazgos que –como en el inicio de la Unión– tengan capacidad y visión suficientes para acometer las reformas estructurales necesarias para transitar esta crisis.

Al parecer el área del euro deberá abroquelarse y hacer lo necesario, inclusive pagar todos los costos, para revivir. Tendrían que ser tiempos para reflexionar profundamente, aceptar con humildad las falencias y buscar caminos innovadores para salir adelante. No será fácil porque el vivir posmoderno, sin ataduras, ha calado allí muy hondo, generando una cultura que llega hasta la raíz de los comportamientos económicos que han conducido a la crisis.

2 Readers Commented

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  1. Alberto Zimmermann on 29 junio, 2010

    Agradezco y felicito por el artículo. Sólo noto la falta de algún párrafo sobre la especulación financiera.
    No puedo dejar de reflexionar sobre la cultura «Occidental y Cristiana» que ha generado esta situación.
    Algo no encaja, pero para retomar el espíritu post-guerra tendríamos que comenzar a generar el proyecto de una nueva cultura, incluyente y socialmente responsable sin utopías, es decir, encarnar el mensaje de Cristo.

  2. Roberto Kalauz on 30 junio, 2010

    Comparto el comentario de Alberto Zimmermann. Falta en el análisis el rol nefasto de los bancos de inversión, artífices de la especulación con derivativos. Europa no esta aislada del resto del mundo. La burbuja de la liquidez excesiva le llegó. El artículo deja implícita una nueva crisis del euro como moneda única por la inevitable diferencias de productividades de cada país miembro y el excesivo endeudamiento.

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