Conocida por Praga y sus tesoros arquitectónicos, la vida social y cultural de la República Checa ha trascendido por nombres como Franz Kafka, Milan Kundera, Antonín Dvorák, Bedrich Smetana o Miloš Forman. Adentrarse en su geografía permite reconocer estampas contemporáneas de indudable valor.
En apenas 78.864 kilómetros cuadrados, extensión comparable con la de Austria e Irlanda, la República Checa tiene doce monumentos históricos en la lista de Patrimonio Universal de la UNESCO. Los noticieros, esporádicamente, señalan alguna actividad de su ex presidente (y notable intelectual) Václav Havel; de su cineasta más famoso por su trayectoria en los Estados Unidos, Miloš Forman –el de Amadeus– o del gran literato afincado en Francia, Milan Kundera. Alguna otra novedad será gracias a las conquistas en tenis o motociclismo y, si la coincidencia ayuda, un festival o recordatorio referido a la Primavera de Praga, como viñeta a los sucesos acaecidos hace más de 40 años.
Podrá parecerlo todo, pero sería un reduccionismo. En tiempos de globalización y consumo, los mass media ignorarán reiteradamente otras expresiones, sin las cuales es imposible comprender a uno de los pueblos más importantes de la Europa contemporánea. Nombres como los de Jaroslav Seifert, Karel Zeman, Bohumil Hrabal, Viktor Ullmann o Jan Neruda (cuyo apellido inspiró el seudónimo de Pablo Neruda a Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada) permanecerán en el olvido, aunque signifiquen parte de la memoria cultural del país. También de la actualidad, por desgracia, se conoce poco. Pero, si algo distingue a la República Checa contemporánea, es su situación de privilegio dentro de las economías que sobrevinieron a la desaparición de la Unión Soviética, con su relativa prosperidad y estabilidad en tiempos de crisis económica.
Eso nos confió el embajador argentino en dicho país, y amigo de Criterio, Vicente Espeche Gil, en un cálido almuerzo a metros de las oficinas de la delegación diplomática argentina, ubicada en pleno centro de Praga. Las relaciones comerciales en los últimos tiempos se han visto potenciadas y, a diferencia de lo que sucedía años atrás, hoy es fácil encontrar en cualquier almacén de barrio o restaurante de categoría la oferta de vinos argentinos. Incluso la carne vacuna, indicada en los menús como “auténtico bife argentino”, tuvimos oportunidad de degustarla en una lejana localidad, próxima a la frontera con Austria. Uherské Hradišt es una ciudad relativamente pequeña, ubicada a casi 300 kilómetros de la capital, en plena región de Moravia que, junto con la Bohemia, se unieron en el siglo XI pasando a dominio Habsburgo en 1526, y hoy son dos de las tres partes que conforman la República Checa.
En Uherské Hradišt conocimos la comida morava, ligeramente diferente a la de sus hermanos bohemios, y un enclave con una mística muy particular. También pudimos participar en el Summer Film School (Letní filmová škola), que se realiza desde hace 34 años principalmente para reunir a jóvenes estudiantes de cine y brindarles así la oportunidad de conocer lo que se produce en el resto del mundo. Es un festival sin premios, abocado a la tarea formativa del espectador; tal la misión que le confiere
la Asociación de Cineclubes Checos que la produce. Lugar originariamente pensado para la exhibición de películas prohibidas en tiempos del comunismo, en la actualidad pueden conocerse las primeras obras de los estudiantes en paralelo a aquellas de los realizadores más importantes del mundo.
La Letní filmová škola hizo foco este año en varios ítems. Por un lado, una retrospectiva de las más completas vistas hasta el momento, dedicada al genio francés Casa Municipal de Praga Jacques Tati y otra al alemán Rainer Werner Fassbinder; también una que permitió a los checos conocer lo mejor del denominado Nuevo Cine Argentino con Pizza, birra, faso; La ciénaga, y otra de la obra de Lisandro Alonso a la cabeza; la consecutiva –y muy interesante– Visegrad Horizon que permite proyectar las películas producidas en Eslovaquia, Polonia y Hungría y, por último, un foco dedicado al cine islandés, acompañado de nutrida delegación con “manjar” de tiburón incluido. Fridrik Thór Fridriksson (cuya película nominada al Oscar Niños de la naturaleza se proyectó en el Marfici), Hrafn Gunnlaugsson, Ásgrimur Sverrisson y Dagur Kári (recordado por su film Noi, el albino) eran parte de la representación islandesa. Nota al pie: aventuramos probar bocado del malogrado hijo de Tiburón que ni Steven Spielberg pudo salvar. Aquí se comprobaron las diferencias en usos y costumbres con respecto a nuestros nuevos amigos dado que el preciado copetín era casi imposible de tragar. Agradecidos de todos modos, las bebidas locales como la Becherovka y la Slivovice ayudaron. La delegación latina estuvo encabezada por Lisandro Alonso (Argentina), Gabriel Rodríguez (México), Juan Concha (Colombia) y por quien esto firma. Debe añadirse que, para beneplácito latinoamericano, es numerosa la cantidad de jóvenes que estudian español en detrimento del alemán, hasta no hace muchos años la segunda lengua casi obligatoria. El hit del cantante colombiano Juanes (“Tengo la camisa negra”) hacía lo propio al derribar fronteras lingüísticas aunque fuera por unas pocas palabras compartidas. Dentro de la organización, los oficios y el increíble manejo del castellano de David Cenek, uno de los programadores, contribuyó positivamente.
Precisamente con Cenek compartimos una buena noticia que también sorprenderá a los argentinos. En el año 2000 el crítico Claudio España quiso realizar un homenaje a Mario Soffici proyectando una copia nueva de Prisioneros de la tierra, uno de los clásicos ineludibles del cine nacional. Por entonces, al quedar sólo jirones de película, la sentencia fue categórica: “la única certeza es que se ha perdido para siempre”. Pero, constatando datos obtenidos en una visita anterior, descubrimos que una copia positiva en 35 mm se encuentra a buen resguardo en el Archivo Fílmico de la República Checa.
El viaje de regreso a Praga permitió confirmar este hallazgo junto con el redescubrimiento de la ciudad. Detenerse frente al teatro de marionetas del reloj astronómico de la Ciudad Vieja, construido en 1410; transitar el puente de Carlos rumbo al Castillo que atesora la calle de los alquimistas y la Catedral de San Vito, o perderse por cualquier rincón de Stare Mesto hacia la Plaza de Wenceslao, son invitaciones grandiosas para cualquier turista. Lo deslumbrante de la arquitectura praguense se atestigua a cada paso, como al detenerse frente al edificio art noveau de la Casa Municipal, uno de sus fulgurantes ejemplos.
Aquí, una exposición dedicada al gran Alfons Mucha complementaba estupendamente la visión del museo privado dedicado a su vida y obra. Para el final del paseo, y de esta
crónica, el Teatro Negro ofreció una de las mejores sorpresas. La labor realizada por el teatro IMAGE de Alexander Cihar y Eva Asterová es, simplemente, deslumbrante. El vestuario, la pantomima y, principalmente, una labor que introduce al público de manera definitiva en la acción, contribuyen a la diversidad visual del espectáculo. Mejor fortuna no podíamos tener al presenciar Studio Clip, una obra que –con fino humor– narra las peripecias de un director al momento de rodar una película de terror. Al trabajar no sólo en los planos verticales sino también con los de carácter horizontal, la sensación envolvente domina a la platea junto con recursos muy logrados, que generan deslumbramiento y risas por igual. La labor de esta compañía se entronca en una lejana tradición que, con la ayuda de las nuevas tecnologías y diferentes puestas escénicas,
revaloriza de manera definitiva la lejana y sorprendente historia de este arte del simulacro. Una despedida que, por más de una razón, reclama un necesario reencuentro.
El autor es crítico de cine. Integra el Consejo Directivo de la Asociación de Cronistas Cinematográficos y es investigador del Instituto de Artes del Espectáculo de la UBA.