Balance de situación de nuestro sistema de altos estudios en la perspectiva del
largo plazo.Estamos tan acostumbrados a la presencia institucional de las casas de altos estudios que rara vez consideramos hacer un alto en el camino para preguntarnos por las razones que justifican su existencia más allá de la clásica enumeración de las principales tareas que lleva adelante una universidad: docencia, investigación y extensión. Es verdad que, en función de sus más de ochocientos años de historia, la institución universitaria no necesita una justificación o justificarse, sin embargo los cambios en la sociedad plantean de tiempo en tiempo la conveniencia de revisar la relación entre universidad y sociedad y el papel que aquella cumple.
En nuestro país el debate corre por los siguientes carriles clásicos: la necesidad de que la universidad se acerque más a las demandas sociales, que su labor de investigación sea más o menos pertinente o relevante, que recurra o no a fuentes externas para equilibrar su presupuesto, que acoja en su seno una mayor proporción de jóvenes muestren o no potencial suficiente para los estudios superiores, que el proceso de decisión sea más o menos democrático, etcétera, es decir cuestiones de naturaleza eminentemente organizativas.
A través de este artículo proponemos un enfoque distinto, preguntándonos primero: como país, como sociedad, ¿qué debiéramos exigir a nuestras casas de estudios superiores? Dicho en otros términos: ¿cuáles son los aportes que las universidades debieran brindar sí o sí a la sociedad ya que de no ser así es muy poco probable que el vacío resultante sea atendido por otra institución. Luego examinaremos brevemente la situación que presenta nuestro sistema universitario a la luz de dicha pregunta intercalando algunos comentarios y propuestas.
El largo plazo y el aporte de la universidad
Vivimos acosados por lo coyuntural; las crisis nos toman de sorpresa pues nuestra capacidad de anticipación es muy limitada. Empresas, gobiernos, Estado, corporaciones, están inmersos en cómo resolver el problema de hoy y, cuando elaboran y proponen soluciones, excepcionalmente se ponderan las consecuencias en un horizonte de tiempo más extendido. Sólo así se explica, entre otras cuestiones, que estemos corriendo permanentemente detrás de los acontecimientos, que nuestros diagnósticos sean incompletos, que la reflexión metódica encuentre tan pocos adeptos. Es verdad que el grado de complejidad de los problemas sociales a resolver va en constante aumento y que la capacidad de acción de los gobiernos encuentra más y más limitaciones. Frente a este cuadro, que es dable observar tanto a escala global como en nuestro país, cuál puede ser el papel de las universidades como una de las contadas instituciones con posibilidad cierta de concretar un aporte relevante a las cuestiones de largo plazo. El presente análisis se centra en nuestra realidad si bien es probable que sea también útil para estudiar realidades de otras latitudes.
Consideramos que los aportes –estratégicos por cierto– se materializan en varios campos; enumeramos los que nos parecen más relevantes desde la mencionada perspectiva: la actuación de la universidad en el sistema educativo, su contribución a la formación de la clase dirigente y a la inserción del país, en este caso la Argentina, en el mundo. El primer aspecto hace referencia a la necesidad de contar con una sociedad educada, el siguiente a la conveniencia de asegurar solvencia ética y técnica en la toma de decisiones y el último a asumir nuestras obligaciones como integrantes del mundo globalizado. Este breve enunciado nos brinda la pauta sobre el papel irreemplazable y estratégico de la universidad en la sociedad.
Tres cuestiones estratégicas
Veamos el caso particular del sistema educativo. La universidad no solamente forma a los que luego enseñan sino que determina el nivel de exigencia de los distintos niveles del sistema. Si la universidad es estricta, sus graduados habrán adquirido la virtud de la rigurosidad que a su vez transmitirán a sus estudiantes los cuales reclamarán en sus respectivos establecimientos educativos ser preparados de manera de sortear sin mayores dificultades el ingreso a los estudios superiores, exigencia que también beneficiará a aquellos que opten por seguir estudios no universitarios. A los directivos y a los docentes de las escuelas de nivel medio les será muy difícil ignorar el reclamo por una prestación de mayor calidad si es que aspiran a retener a su alumnado. Este círculo virtuoso se completaría con una mayor exigencia de la escuela media hacia la primaria en cuanto a la preparación de sus egresados. Es un despropósito que cada nivel se vea ante la necesidad de corregir las falencias del anterior; por el contrario debe asumir su responsabilidad y actuar en consecuencia. Es por demás evidente que el facilismo imperante en la universidad argentina conspira contra la calidad de todo el sistema educativo. Desde este punto de vista la universidad, entre otras acciones, debe revisar su política de admisión, pues flaco favor le brinda a la sociedad en general y a la educación obligatoria, su generalizada resistencia a instaurar exámenes de ingreso en tanto el Ministerio de Educación de la Nación no decida tomar el toro por las astas y establecer de una buena vez el “examen de estado” como requisito final del nivel medio.
En cuanto a la formación de la clase dirigente, entendiendo por dirigente al individuo cuyas decisiones afectan a un conjunto numeroso de personas, podemos afirmar, sin peligro de cometer un grosero error de apreciación, que el 90% de sus integrantes son graduados universitarios.
Según haya sido la formación recibida en su paso por los claustros, tanto técnica como humanista, será su desempeño en su vida profesional y en los otros ámbitos de acción. Según las exigencias a las que haya sido expuesto durante su estudio, así será la capacidad adquirida de pensar y de encarar, en soledad o en equipo, el análisis de problemas complejos y de proponer soluciones constructivas.
La Argentina se destaca por tratar de resolver cada año los mismos problemas, paradigma del subdesarrollo; sin duda alguna la deficiente formación de su clase dirigente es la causa central de nuestro frustrante destino: ser eternos prisioneros del mito de Sísifo. Cabe a la universidad percatarse de esta grave deficiencia en su quehacer y actuar en consecuencia. Un aporte sustantivo a la formación de la clase dirigente, muy propio de la universidad, consiste en determinar el nivel y la agenda del debate público, es decir sobre cuáles problemas es oportuno debatir (los actuales y los que visualiza en un horizonte más lejano) y cuál el nivel de calidad de dicho debate.
Hemos descripto brevemente los aportes a la educación y a la sociedad. Para completar este pantallazo nos referiremos al quehacer de la universidad para la inserción internacional de la Argentina. La universidad prepara a los profesionales que, en un mundo globalizado, se ven ante la necesidad de competir, sea a través de la calidad y precio de nuestros productos de exportación, sea como colaboradores en empresas localizadas en el exterior abocadas permanentemente a la búsqueda de los mejores talentos, sea para poder incluso competir en el seno de las compañías radicadas en la Argentina, pues es muy habitual encontrarnos en nuestro lugar de trabajo con graduados de universidades de todo el planeta. También forma a los científicos, verdaderos puentes entre el avance mundial del conocimiento y de las innumerables aplicaciones a la solución de nuestros problemas. Pero hay un aspecto más: la universidad forma a las personas que nos permiten interactuar como pares en los foros mundiales de pensamiento creativo o en las arenas internacionales. En síntesis, la universidad es la institución clave para liberarnos del aislamiento, de la estrecha visión localista, de caer en la tentación de inventar la pólvora, incluso para percatarnos de las obligaciones que tenemos hacia las naciones menos favorecidas.
La brecha a superar
Para que puedan comenzar a dar una respuesta satisfactoria, el requisito a cumplir por nuestras casas de educación superior es aspirar decididamente a un nivel de excelencia comparable con las universidades empeñadas en brindar esos aportes en sus respectivos países. Los aspectos más preocupantes se refieren a la ausencia de la universidad en el debate público y en la construcción de una visión de largo plazo. Por otra parte, el excesivo facilismo condiciona la calidad de los restantes niveles del sistema educativo y explica la deficiente formación de la clase dirigente.
Rescatable es su aporte a la formación de científicos de calidad y, en menor medida, de profesionales, pero ¡a que costo! ¿Cuál es el tamaño de la brecha que nos separa? Cada lector sacará sus propias conclusiones. No obstante como ejemplo ilustrativo de la mencionada brecha vale traer a colación un caso reciente y preocupante: la votación democrática del Consejo Superior de la UBA sobre el tema de la despenalización del aborto, una cuestión sumamente delicada, en la cual tienen mucho que decir filósofos, teólogos, biólogos, médicos, sanitaristas, juristas, psicólogos, sociólogos, etcétera, de los que la UBA no carece. En lugar de promover la realización de estudios, aportes y debates fundamentados, incorporando los últimos conocimientos que la ciencia mundial
puede aportar, es decir, brindar al tema el enfoque académico propio de una universidad, el Consejo Superior opta por recoger la propuesta de una representante del alumnado, sin más la hace suya casi por unanimidad y la convierte en una declaración. ¡Qué ejemplo! No nos puede sorprender entonces el nivel de los debates en el Congreso cuando tratan cuestiones complejas. Diputados y senadores, en su inmensa mayoría cursaron sus estudios en instituciones que muy pocas veces están a la altura de los desafíos que la sociedad enfrenta hoy y enfrentará mañana. La brecha es inmensa. ¿Estamos dispuestos a encararla?
El autor es ingeniero, rector fundador de la Universidad de San Andrés e integrante de la junta de gobierno de la Universidad del Norte Santa Tomás de Aquino
2 Readers Commented
Join discussionEn la excelente nota del Ing.von Wuthenau, pone el acento las declaraciones del Consejo Superior de la UBA referidas al aborto, criticando su falta de rigurosidad. Para los que trabajamos en ella, son habituales estas declaraciones, muchas de ellas sin ser de incumbencia o haber sido sometidas a un debate amplio y democrático. Vamos a decirlo claramente, la UBA está virtualmente «tomada» por los grupos de izquierda dogmática e intolerante. Debido al sutil sistema de presiones, quienes no coinciden con este pensamiento, podrían verse perjudicados en sus carreras. Claro, nunca un despido o una amonestación, todo es más sombrío: Concursos orientados a tal o cual candidato -aunque formalmente intachables-, subsidios para investigación no otorgados – a partir del largo brazo en varios organismos de financiación- y varias maniobras más. El poder estudiantil es otro capítulo: grupos minúsculos que se cubren de un disfraz ideológico medrarían en negocios varios: fotocopias y kioscos, que brindan dividendos millonarios y suelen brindar- por algunos dineros o favores- su tecnología de «visualización» para los que lo requieran. En esta mezcla de intereses,poderes y presiones se debate la UBA, cuyo destino, si no cambia su rumbo, es «triste, solitario y final».
Excelente artículo.