por el padre Pedro Lozano, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 2010, 2 tomos, 1294 páginas.
Si por un ardid de la historia, el clérigo anglicano y genial satírico irlandés Jonathan Swift volviese a la vida desde la segunda mitad del siglo XVII y se colase de rondón en algunas librerías porteñas, estallaría seguramente un festival de sarcasmos e ironías. Allí encontraría vidas de ilustres deportistas que el tiempo borrará pronto marchitas, engendros destinados a eludir la vejez, aunque sea ortopédicamente, atroces pastiches de autoayuda urdidos por damas norteñas que ansían hallar un plus de alma –y de otras delicias– entre una trattoria del Trastevere y la isla de Bali. En suma, todo lo que merece un nombre que, curiosamente, no se pronuncia ya más, y que tanto preocupó antes a Thackeray, Flaubert, Bierce, Silvela y a nuestro Bioy Casares: la cursilería. Sirva este proemio para contrastarlo con la aparición de una obra de notable envergadura, como es Historia de la conquista de las provincias del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán del jesuita Pedro Lozano, escrita entre 1734 y 1739. Sería preciso contar con una pluma menos menguada que la mía –inclinada a otros ámbitos historiográficos–, para realizar un estudio minucioso de esta edición de la Academia Nacional de la Historia, pero más que un análisis ésta es una celebración.
Por otra parte, era lógico esperar que la excelencia académica de la obra –en versión completa de dos volúmenes que incluye dos capítulos que faltan en la edición de Andrés Lamas–, fuese tributaria de don Ernesto J. A. Maeder, uno de los historiadores más rigurosos y cultos de su generación, que la ha coordinado y dotado de un rico estudio preliminar. Los estudiosos de la historia colonial y el público curioso tienen ahora una edición definitiva de esta famosa obra del padre Lozano.
Cuenta Diógenes Laercio que Pitágoras urgió a Hermes para que le otorgase la memoria de cuanto sucediese: “Así fue que mientras vivió se acordó de todo”. Ante el ilustre antecesor, pues, del memorioso Funes y del herido de Smolensk que describió Alexandr Luria, ahora debemos agradecer a don Ernesto J. A. Maeder y a su enjundioso equipo el haberse deslizado con tanta pericia en la azarosa estela de los mnemonistas. Así bien vale la pena recordar.