Junto a los dos últimos meses del 2010 se van yendo, sin darnos cuenta, los mínimos festejos que nuestro cine pudo dedicarle al Bicentenario de la Revolución de Mayo. Esto es como el cometa Halley. Años esperándolo, evocando a los abuelos que lo vieron aparecer sobre las azoteas en sus inolvidables noches de infancia, y cuando se nos apareció ni pudimos distinguirlo. Las luces de las ciudades y la polución atmosférica lo ocultaban. Así pasó también el Bicentenario para nuestro cine.
Eso que hubo preparativos. En 2007 el Incaa lanzó el Primer Concurso Bicentenario de Proyectos “para la realización de largometrajes referidos a diversas alternativas de la identidad de la Argentina”, según rezaban sus considerandos. De los 27 proyectos presentados, uno de los ganadores empezó a filmarse en setiembre del 2009: La patria equivocada, de Carlos Galettini, sobre novela de Dalmiro Sáenz. Una idea ambiciosa, que a través de la historia de una familia cuenta la historia del siglo XIX, desde las invasiones inglesas hasta la bestialidad xenófoba de Tata Dios, pasando por la Rebelión de las Trenzas, la batalla de Curupaytí, etc., todo criollamente resuelto en siete semanas de rodaje y unos seis millones de pesos como gasto total. En marzo, en Pantalla Pinamar, Galettini presentó un anticipo. “Lo sentí como un tratado sobre la traición, don Galeta”, comentó entonces uno de los actores. “Dalmiro Sáenz dice que las grandes historias no se dan sin traiciones”, explicó el director. “El problema es que, por ejemplo, los americanos se mataron entre ellos una sola vez y luego construyeron entre todos su país, y acá nos traicionamos y matamos continuamente sin ayudar a construir nada. Pero de política no vamos a hablar”. Habló entonces de caballos, gran desafío de todo director que quiere hacer una película de época, y fue divertido. En ese momento esperaba estrenar justo el día 25 de mayo, tal como había acordado con las autoridades del Incaa y consigo mismo. Quienes al parecer no acordaron fueron los dueños de sala. Tampoco hubo lugar para La revolución es un sueño eterno, de Nemesio Juárez, sobre novela de Andrés Rivera centrada precisamente en uno de los hombres de Mayo menos elogiados, Juan José Castelli (ya años atrás Cabeza de Tigre, de Claudio Etcheberry, describía la mezquindad de corazón y la petulancia de Castelli cuando mandó fusilar a don Santiago de Liniers, hombre popularísimo en aquella época). La revolución es un sueño eterno se presentó en abril en la Feria del Libro, donde recibió la aprobación pública del propio autor de la novela, pero no logró fecha de estreno. Lo mismo, Fontana, la frontera interior, de Juan Bautista Stagnaro, elogio del militar, explorador y naturalista Luis Jorge Fontana, que entre 1879 y 1910 dejó sus huellas y semillas en los montes formoseños y el Chubut entero, integrando a tobas y galeses, y también en San Juan, donde entre otros aportes creó el Observatorio Sísmico y Geodinámico. Esa película se presentó hace ya un año en el Festival de Mar del Plata. ¿Las películas históricas tendrán más suerte en la pantalla chica, ahora que tanto se habla de más canales y mayores espacios para lo nuestro? Entonces habría que preguntarse qué pasó con el tan promocionado telefilm sobre el Cruce de los Andes, previsto para emitirse el 17 de agosto pasado. Pasó hasta el 17 de octubre, pero de esa obra ni ha vuelto a hablarse. El único trabajo alusivo que presentó la televisión fue el dibujito animado Zamba, de Sebastián Mignogna, que apareció sin anunciarse, estuvo dos meses en el canal Encuentro, y quedó listo para lanzarse como material didáctico en cuatro capítulos de 20 minutos.
En suma, de todos los films de tema histórico que se anunciaron para la Semana de Mayo, sólo se estrenó El mural, de Héctor Olivera, buen relato de pasiones y traiciones ambientado en los ‘30. Le siguió días después un premio del Concurso Bicentenario, El piano mudo, de Zuhair Jury, sobre la vida del pianista Miguel Ángel Estrella, con epicentro en los ‘70, y en setiembre una comedia enteramente sanjuanina, Sarmiento, un acto inolvidable, de Pepe de la Colina, donde a un profesor antisarmentino se le aparece el fantasma en persona de aquel prócer que se honraba en haber nacido el mismo año que la Patria.
También se había anunciado para el mismísimo 25 de mayo el lanzamiento de 25 miradas, lote de 25 cortos producidos por Cultura de la Nación, pero la primera tanda de éstos recién comenzó a mostrarse el 17 de junio, como relleno de diversos films comerciales. La verdad, en este caso es mejor que hayan pasado inadvertidos. No sabemos si los largos están logrados, pero nos consta que fueron encarados con seriedad. En cambio, la mayoría de esos 25 cortos hechos con dineros del Estado son francos divagues, o están ajenos al motivo del Bicentenario, o lo toman para la chacota, más o menos en el tono de cierta propaganda de cerveza que se ha difundido últimamente sin ningún respeto. Por suerte, y aunque sean minoría, hay algunos que vale la pena destacar. Señalemos, entre ellos, El espía (J.B. Stagnaro), sobre
las suspicacias iniciales que despertó San Martín en 1812; Intolerancia (J.J. Jusid) y El héroe al que nadie quiso (A. Caetano), ambos sugiriendo cómo se reinterpretan hoy las gestas patrias en nuestras escuelas; Ser útil hoy (V. Laplace), viaje alegórico sostenido por el peso de varias frases que hicieron historia; y el único que nos ha emocionado hasta las lágrimas: Para todos los hombres y mujeres de buena voluntad (R. Wullicher), simplemente viejos inmigrantes o hijos y nietos de inmigrantes cantando en sus lenguas
nuestras canciones patrias, que son también las de ellos. Hay un momento parecido en Fontana, la frontera interior, cuando los galeses leen en su lengua, casi juramentados, el hermoso preámbulo de la Constitución Argentina. Algún día va a estrenarse. Postdata: tanto se habla también de restauración del acervo cinematográfico, y este año Cultura de la Nación y el Incaa se perdieron la ocasión de restaurar Nace la libertad, Bajo el signo de la Patria, La muerte en las calles, El grito sagrado, incluso la comedia Naranjo en flor, cualesquiera de esas obras que, con mayor o menor habilidad, reflejan la mirada de nuestro cine sobre los comienzos de la historia patria. La única restauración de un material histórico la hizo una entidad privada, Cinemateca Argentina: La Revolución de Mayo, de Mario Gallo, 1910, que además es la primera película nacional con actores profesionales. Ahora se ve con exactitud cada detalle de esa pieza, incluso con toda su encantadora ingenuidad. Una pena: Cinemateca la presentó en marzo en Pinamar, con fondo de Tres romances, de J.C. Guastavino en grabación de Martha Argerich, pero no tuvo ocasión de mostrarla en mayo. Y tampoco el resto del año.
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Join discussionAlgunas películas se hicieron, pero no se las puede ver. ¿Porqué?
Se sabe algo sobre el estreno en 2011 de «Fontana, la frontera interior» y «Para todos los hombres…»