perez-del-viso-webA partir del testimonio de una joven adoptada y frente a varios acontecimientos de la actualidad, el autor interpela a descubrir que todos somos responsables de los que sufren la soledad.

Confieso que la imagen que yo tenía del universo de los hijos adoptados era la de una minoría, respetable pero no influyente en el conjunto de la sociedad. Sin embargo, hace medio siglo hemos descubierto que las minorías, lejos de ser una amenaza para la unidad de la nación como muchos creían entonces, constituyen una riqueza. No sólo poseen derechos y reclaman espacio sino que también aportan su creatividad y nos amplían el horizonte.

En la etapa de la Organización Nacional, hace más de un siglo, hubo que afrontar el problema de importantes minorías de inmigrantes. La educación uniforme pareció ser el medio más idóneo para integrarlos, con todos los niños de guardapolvo blanco, las mismas canciones y similar ritual de la bandera. Un paradigma parecido se aplicó durante mucho tiempo al sector de los niños adoptados para que se integraran al conjunto, sin sentirse diferentes, sin que se hablara del tema.

Comprendemos hoy que toda mayoría, como en el caso de la Iglesia católica en la Argentina, recibe la misión de preocuparse por el destino de las minorías. Ahora bien, en el caso de los chicos adoptados, ¿conviene motivarlos para que se integren a la mayoría de los hijos biológicos o considerarlos una minoría que puede ampliarnos el horizonte?

 

La magia de ser adoptado

Mucho han escrito los expertos sobre este tema. Pero además de leerlos, debemos escuchar a los adoptados. María Gabriela Suárez es la autora de La magia de ser adoptado (De Los Cuatro Vientos Editorial, Buenos Aires, 2010, 144 págs.) y aunque lo escribió a los 23 años, lo publicó tiempo después, con algunos retoques, pero sin perder el encanto juvenil. Allí les habla a los que son como ella y su hermano, ambos adoptados. Con un aire poético nos transmite los sentimientos de quien ha vivido esa experiencia. Algunas de sus inquietudes podían ser imaginadas por todos, como las dudas sobre si sus padres biológicos están vivos o no, si siguen juntos o separados, si son felices… Otras son más originales, como el preguntarse si esa señora que va allí, en el colectivo, no será su mamá. O la convicción de que su vida comenzó no al salir del vientre materno sino diez días después, cuando fue recibida en brazos por sus papás de adopción.

No pretendo hacer una reseña del libro de Suárez. Más bien deseo exponer reflexiones que su lectura me ha despertado. Ella fue adoptada legalmente. Pero hay chicos cuya adopción fue ilegal, o de dudosa legalidad. Algunos incluso fueron inscriptos como hijos biológicos. En algún caso han sido “comprados”, en otros los adoptantes se han dejado llevar por una compasión cuestionable. El tema de investigar o no la identidad de los padres biológicos adquiere en los casos de inscripción falseada una complejidad particular. Si los padres adoptivos han actuado al margen de la ley, la investigación podría resultar un bumerán contra el propio hijo, denunciante, quizás involuntario, de sus papás.

Como muchos de su edad, Gabriela se preguntó si no sería hija de desaparecidos. La respuesta de su papá la satisfizo. Ella nació en 1974, dos años antes del golpe militar y del duro “Proceso”. Por otro lado, su adopción legal se realizó mediante una institución éticamente irreprochable. Esta simple duda nos muestra que el tema de los adoptados no es algo individual y ajeno al desarrollo humano del país, ya que nos toca a todos los mayores y a los juicios que nos formulamos sobre aquella triste etapa de nuestra historia. Las Madres de Plaza de Mayo se dedicaron a buscar a sus hijos desaparecidos, mientras que las Abuelas han logrado identificar a más de cien chicos, hoy mayores de edad, hijos de aquellos desaparecidos.

 

El olvido del Nunca Más

El presidente Raúl Alfonsín dio un gran paso en el sentido de la justicia al constituir la Conadep. Con los testimonios de familiares y amigos se pudo configurar una lista creíble de personas desaparecidas. El fruto de ese trabajo se tituló Nunca Más, acción que parece haber caído en el olvido, como si la preocupación por el tema hubiera comenzado recién veinte años después. El entonces ministro del Interior, Antonio Tróccoli, al presentar el Nunca Más, anunció la intención de investigar también a las víctimas de la acción guerrillera, tarea que nunca fue realizada por el gobierno sino por investigaciones privadas, muchas publicadas.

No se trata de comparar números ni de justificar una acción por medio de otra. No retomamos la teoría de los dos demonios. Ha habido un solo demonio, el de la violencia salvaje, motivada por odios descontrolados, una especie de terremoto que nos sacudió a todos. Cuando hoy deseamos más seguridad porque hemos padecido asaltos reiterados, pareciéramos volvernos “comprensivos” ante el gatillo fácil. Si el terremoto alcanza cierto grado de intensidad, ya no quedan edificios sin grietas.

La aplicación de la justicia implica un riesgo. Hacer cumplir la pena a los culpables es una acción que endurece nuestros sentimientos. Algunos están más expuestos que otros a ese riesgo. Los custodios, en las cárceles, necesitan un acompañamiento particular para tratar como personas y no como monstruos a los condenados por delitos salvajes, como el ataque a la embarazada Carolina Píparo, que ocasionó la muerte de su bebé, después de que había entregado el dinero a los delincuentes sin ofrecer resistencia. El cambio de  nombre de “guardiacárcel” a “agente penitenciario” manifiesta la intención de superar el aspecto físico de la seguridad para orientarse a la rehabilitación social.

 

En tiempos de guerra

La Convención de Ginebra constituyó un esfuerzo notable para infundir sentimientos humanitarios donde la guerra despertaba al salvaje que todo pueblo lleva dentro. Los prisioneros que se rinden no pueden ser ejecutados por ser enemigos, aunque se los haya visto matar. Hay obligación de atender al enemigo herido, en aparente contradicción con el objetivo del ejército, que procura eliminar contrarios para ganar la guerra.

Durante el conflicto de las Malvinas, Jorge Luis Borges escribió un poema maravilloso, muy breve, sobre el encuentro, cara a cara, de un soldado argentino con uno británico. Con el hundimiento del crucero Manuel Belgrano, que sepultó a más de 300 marinos, y del destructor Sheffield por obra de un Exocet, estábamos cayendo en el “ojo por ojo y viuda por viuda”. En aquel entonces, Borges, a contramano del sentir nacional, nos mostró el riesgo de deshumanizarnos. Que los hijos de desaparecidos puedan encontrar una respuesta a sus dudas no es una cuestión puramente biológica, como sería saber si descendemos del hombre de Cromagnon o de una cruza con los de Neanderthal.

En una ocasión se entrevistó un rabino con el papa Juan Pablo II, a quien le contó que en la Polonia ocupada por los nazis, una familia judía entregó su bebé a una vecina católica, para salvarlo de la redada mortal. Ante la muerte de los papás judíos, la católica sintió el deseo de adoptar al huérfano y educarlo como propio, haciéndolo bautizar. Consultó a un sacerdote quien le dijo que se debía respetar la voluntad de sus padres. El niño fue entregado entonces a unos parientes judíos, que pudieron ser ubicados. Y concluyó el rabino: “Aquel huérfano era yo y el cura era usted, Karol Wojtyla”. Ese solo gesto nos ayuda a comprender por qué Juan Pablo II merecía ser beatificado.

 

ADN en la ropa interior

Ayudar a los jóvenes a recuperar su identidad histórica debe ser un servicio y no una imposición. Violar los sentimientos filiales hacia sus padres adoptivos no es humano. Por eso las leyes disponen que nadie esté obligado a denunciar a un miembro íntimo de su familia, en particular si no hay riesgo de reincidencia. Obligar a una chica adoptada a  entregar la ropa interior para realizar el estudio de su ADN, así sea por orden de un juez, es una violación de su intimidad. No es humano. Tampoco lo es que un ex ministro de Economía, de 85 años, 24 horas después de haber sido operado de la columna, sea trasladado del sanatorio, en Palermo, a la cárcel de Ezeiza. Lo afirma quien fuera operado de la columna en dos ocasiones. Por suerte, otro juez dispuso que el anciano regresara al sanatorio. La presidenta de la Nación ha mostrado que las razones humanitarias pueden tener prioridad sobre la justicia habitual, al conceder asilo político a Galvarino Apablaza, reclamado por Chile para ser juzgado en el país trasandino. Muchos estamos en desacuerdo con esa medida de nuestro gobierno. Creo que podría haber sido entregado bajo ciertas condiciones, por ejemplo, que se le concediera arresto domiciliario en Chile mientras durara el proceso. En todo caso, respeto una jerarquía de valores que ubica lo humanitario en la cima de lo ético. Por motivos análogos, considero que no se les debería negar el arresto domiciliario a los delincuentes ancianos.

 

Matrimonio entre personas del mismo sexo

Otra es la situación creada por la ley de “matrimonio igualitario”, que permite la adopción a parejas del mismo sexo. La mayoría de los argentinos está de acuerdo en que vivan juntas y casadas legalmente. Pero esa mayoría se convierte en minoría ante la posibilidad de que adopten. Los primeros casos que se presenten tendrán una amplia cobertura mediática y reabrirán el debate. Después irán cayendo en el olvido y se formará una mayoría de  opinión “tolerante” respecto de tales adopciones.

Una razón para esa previsible tolerancia es el hecho de que en nuestro país hay 21.000 niños que esperan ser adoptados, de los cuales la mitad vive en orfanatos e instituciones similares y el resto en hogares sustitutos, según cifras de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia. El procedimiento requerido en nuestro país para adoptar es más  complejo y prolongado que en otros. Por ello, algunos matrimonios argentinos habían adoptado niños en Haití, país de legislación más amplia, aunque antes de recibirlos ocurrió el feroz terremoto. En síntesis, la Argentina tiene una deuda pendiente en materia de adopción, deuda que no es con los 21.000 chicos en lista de espera sino con los 40 millones de habitantes que estamos en lista de expectantes.

 

En el Arca de Noé

La lectura del libro de Gabriela Suárez ayuda a ser expectantes con esperanza. Los niños  adoptados son una minoría, pero una “minoría ilustrada”, digamos mejor “providencial”, que muestra un camino. Lo biológico es importante, pero lo humano lo es más. Todos hemos sido adoptados por nuestros papás, biológicos o no, y todos los vamos adoptando a ellos, a medida que crecemos. Cuando no se produce esa adopción recíproca y profunda, arrastramos traumas.

Adentrándonos en el misterio de la persona, comprendemos que todos somos adoptados por la familia humana, preocupada porque haya agua, aire y alimentos para sus hijos. Más aún, que todos encuentren su lugar, no sólo su comida, en esta Arca de Noé. La muchedumbre de haitianos que sobrevive en carpas, con miles de muertos por el cólera,

siente que la humanidad no termina de adoptarla. Reciben alimentos, pero no un hogar. La fe nos recuerda que somos hermanos porque hemos sido adoptados por Dios. Ése es el misterio revelado por Jesús. Tener fe es alegrarse por ser hijo de Dios. Algunos se consideran ateos o agnósticos, pero si se alegran por la fraternidad universal, tienen más fe de la que imaginan. El amor a Dios y al prójimo se traduce también en la categoría de

adopción, la que el Padre hace de nosotros y nosotros de nuestros hermanos.

 

El autor, jesuita, es profesor de Doctrina Social de la Iglesia en la Facultad de Teología de San Miguel.

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