A partir de representaciones de la situación político-social de las dos primeras décadas del siglo XX, filmaciones documentales y varios retratos de familias, el cine recupera una de las páginas más oscuras ocurridas durante la Primera Guerra Mundial.A diferencia de la Shoah, el cine se ocupó en contadas ocasiones del genocidio armenio.
A los documentales realizados por Jacob Michael Hagopian se puede sumar un número similar filmados por otros cineastas, una producción muda de Hollywood del año 1919; Mayrig (1991), de Henri Verneuil; Ararat (2002), de Atom Egoyan; y La casa de las alondras (2007), de Paolo y Vittorio Taviani. También hay referencias en América, América (1963), de Elia Kazan.
Mucho se ha discutido sobre la posibilidad o imposibilidad de representar el genocidio. Claude Lanzmann realizó Shoah, un documental de nueve horas sobre el genocidio del pueblo judío y no incluyó ni un fotograma de archivo, sólo entrevistas a los sobrevivientes.
“El genocidio judío –decía– no tiene representación, no puede tenerla. Reconstruir es lo mismo que intentar explicar algo que es, por esencia, inexplicable”.
Muchos intelectuales coincidieron con la postura de Lanzmann, por la distancia ontológica, infranqueable, entre un hecho de esa magnitud y las formas de su representación. En ese sentido se expresó Theodor W. Adorno: “Después de Auschwitz no puede escribirse más poesía”.
¿Cuál es la solución? Los hermanos Taviani optaron por la representación, como antes lo hizo Steven Spielberg en La lista de Schindler, mientras que Egoyan, en Ararat, se decidió por el cine dentro del cine; la representación, pero dentro de un contexto fílmico que pretende no serlo. La primera aproximación al genocidio armenio es una producción muda filmada en 1919 en Hollywood, titulada Ravished Armenia, de la que no se conserva copia. De todos modos, resulta llamativo lo prematuro de esa propuesta en relación con los hechos históricos.
La contribución de Hagopian
El escritor, cineasta y profesor universitario Jacob Michael Hagopian nació el 20 de octubre de 1913 en Kharpert, una población del Imperio Otomano, y falleció el 10 de diciembre de 2010 en los Estados Unidos, a la avanzada edad de 97 años. Su padre era médico. Tenía dos años cuando los padres fueron expulsados del este de Turquía. Sin embargo, permanecieron hasta 1922, cuando lograron salir del país y establecerse primero en Boston y, a partir de 1927, en Fresno. Hagopian estudió ciencias políticas en la Universidad de Berkeley y en 1943 se doctoró en la Universidad de Harvard. Después de ejercer la docencia universitaria, estudió cine en la Universidad de California de los Ángeles (UCLA).
En 1952 creó su propia productora de cine y comenzó a realizar filmes educativos y documentales sobre el genocidio armenio y los sobrevivientes. Filmó diecisiete películas sobre esos temas, escasamente conocidos en países de habla hispana. Los títulos más importantes son: ¿Dónde está mi pueblo? (Where are my people, 1965), El genocidio olvidado (The forgotten genocide, 1975), Voces del lago (Voices from the lake, 2000), Alemania y el genocidio secreto (Germany and the secret genocide, 2003) y El río se tiñó de rojo (The river ran red, 2008). En 1979 promovió la creación de la Armenia Film Foundation, una entidad sin fines de lucro dedicada a la preservación de la historia visual del pueblo armenio y los testimonios de los sobrevivientes del genocidio. En abril de 2010 firmó un acuerdo con la Fundación Shoah de la Universidad de Carolina del Sur para digitalizar y difundir las cuatrocientas entrevistas que realizó en diez países a sobrevivientes del genocidio armenio.
Otros cineastas
Un aporte significativo fue Mayrig (1991), del escritor, guionista y director Henri Verneuil, con la actuación protagónica de Claudia Cardinale, Omar Sharif e Isabelle Sadoyan. Verneuil, cuyo verdadero nombre es Achod Malakian, nació el 15 de octubre de 1920 en Turquía, y falleció el 11 de enero de 2002 en Francia.
En 1924 sus padres pudieron salir de Turquía. El primer destino fue Buenos Aires, pero por razones de salud de la madre desembarcaron en Marsella y se radicaron en esa ciudad.
Estudió en la Escuela Nacional Superior de Artes y Oficios de París, ejerció el periodismo y en 1947 se inició en el cine. Sus títulos más destacados son La hora 25 (La vingtcinquième heure, 1966), Los cañones de San Sebastián (La bataille de San Sebastián, 1967), El clan siciliano (Le clan des siciliens, 1969), e I… como Icaro (I… comme Icare, 1979). En 1990, tras la muerte de su madre, escribió la novela Mayrig, que en armenio quiere decir “mamá”, donde narró la historia familiar: de sus padres, de sus hermanas Ana y Kayané, y la suya propia, deteniéndose en su infancia y su paso por la escuela secundaria de Marsella, donde inicialmente fue discriminado por sus compañeros e inclusive por algunos de sus profesores. Y a través de los recuerdos paternos, también evocó pormenores del genocidio armenio y el dolor por la forzada emigración de su tierra natal. Al año siguiente adaptó la novela para el cine.
Otra propuesta importante es Nahapet (1977), de Henrik Malyan, también conocida como Triunfos de la vida. En armenio, Nahapet significa “patriarca”. Trata sobre un hombre que procura rehacer su vida después de perder a su esposa y a sus hijos en el genocidio.
El filme está basado en una novela de Hrachya Kochar y fue presentado en 1978 en el Festival de Cannes. Hijo de armenios, Henrik Malyan nació en Georgia, el 30 de setiembre de 1925, y falleció el 14 de marzo de 1988. Estudió cine en Moscú y alternó esta actividad con el teatro. A título informativo, también pueden mencionarse otras películas que abordan temas relacionados con el genocidio armenio: An armenian journey (1988), de Theodore Bogosian; Karot (1990), de Frunze Dovlatyan; The armenian genocide (2006), de Andrew Goldberg; y Armenian revolt (2006), de Marty Callaghan.
En América, América, el protagonista (Stavros) y la mayoría de los personajes son griegos. Una excepción es Vartan, que es armenio y muere en el incendio de una iglesia. Según Elia Kazan, este personaje “sólo está en la historia para servir a un propósito: ilustrar la brutalidad de los turcos”1. Cuando Stavros llega a los Estados Unidos y luego de realizar los trámites inmigratorios, besa el suelo y se ve la Estatua de la Libertad. Respecto de esa escena, Kazan afirmó: “Mucha gente, que no comprende el grado de desesperación al que pueden llegar algunos, me aconsejó que la cortara. (…) pero no la eliminaría por nada del mundo. Sucedió realmente. Créeme, si un turco consigue salir de Turquía y llegar aquí, incluso en nuestros días, besará el suelo. Para los oprimidos, América sigue siendo un sueño”.
El punto de vista de Egoyan
Atom Egoyan filmó en 2002 Ararat, con capitales canadienses y franceses, y la actuación de Charles Aznavour, Arsinée Khanjian, Eric Bergossian, Christopher Plummer y Elias Koteas. El director se propuso recuperar la memoria sobre el genocidio armenio y adoptó como punto de partida el libro de un médico norteamericano que fue testigo de los acontecimientos.
Consciente de la limitación de las representaciones fílmicas y el carácter inaprensible de la verdad histórica, prefirió crear una obra de arte cinematográfica en lugar de recrear la realidad. Apeló a un alter ego que filma una película dentro de la película y lo hace con el formato y el estilo que él (Egoyan) no puede emplear, por las circunstancias apuntadas. Ararat es un filme complejo, pero lo es menos por sus temas que por su estructura, fragmentada en varias subhistorias. El resultado es un caos armonioso que desafía la inteligencia de los espectadores. El filme está conformado por tres tiempos históricos convergentes: 1915, 1934 y 2002. En el tiempo presente, el veterano director armenio Edward Saroyan (Aznavour, con el mismo nombre de su personaje en Disparen sobre el pianista) llega a Canadá para rodar un filme convencional sobre el genocidio del pueblo armenio, precisamente con el título de Ararat. Sin embargo, el espectador siempre tiene claro cuándo la historia que está viendo corresponde a la ficción construida y cuándo a la ficción primaria, la de los personajes “reales”.
Saroyan convoca como asesora de su película a Ani, profesora universitaria de historia del arte, que se dedicó a estudiar y difundir la obra del artista Arshile Gorky, testigo y sobreviviente del genocidio. Gorka se radicó en Nueva York, mantuvo sus nombres y trabajó catorce años para reproducir una fotografía de su infancia en la que aparece junto a su madre. Otra subtrama tiene como eje a Raffi, el hijo de Ani, que trabaja de asistente en el filme de Saroyan y procura descifrar la muerte de su padre, un terrorista que fue ejecutado cuando se disponía a asesinar a un embajador turco. Está enamorado de su hermanastra, quien a su vez acusa a su madre de ser la instigadora de la muerte de su padre. Raffi viaja secretamente a Turquía para captar imágenes de las aldeas donde ocurrió el genocidio, imágenes que adquieren significación a la luz de la memoria histórica. Cuando regresa, es interceptado por un inspector de la Aduana, que con sus preguntas procura reconstruir su propia y devastada realidad familiar. Aquí la aduana excede la idea de frontera para asumir una significación moral respecto de lo que se dice o se calla, sobre lo que se ignora o se niega conscientemente. El recuerdo personal, los laberintos de la memoria y su negación, la pérdida de la identidad (lengua, nacionalidad, raíces, cultura), las carencias emocionales y las relaciones familiares, la dificultad para recrear la historia y los espejismos de la verdad son algunos de los temas de este rompecabezas cinematográfico. El título alude al monte Ararat, que forma parte de la tradición armenia. El final es una licencia poética del director.
Atom Egoyan nació en El Cairo el 19 de julio de 1960. Es hijos de armenios que luego se radicaron en Canadá, donde estudió y desarrolló su actividad cinematográfica. Sus temas habituales son la búsquedade la identidad, la memoria, la familia como núcleo reductor y el sentimiento de culpa. Entre sus títulos más conocidos figuran El dulce porvenir (The sweet hereafter, 1997), El viaje de Felicia (Felicia’s journey, 1999) y Adoración (2008).
La propuesta de los Taviani
En el cine hay pocas asociaciones creativas tan felices como la de los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, nacidos respectivamente el 20 de setiembre de 1929 y el 8 de noviembre de 1931. Ambos se negaron a desaparecer bajo la lluvia radiactiva del posmodernismo y se mantienen fieles a sí mismos. En su juventud trabajaron con Roberto Rossellini y Joris Ivens, a quien asistieron en el documental Italia no es un país pobre (1960), sobre texto de Alberto Moravia. Los Taviani son autores de filmes tan memorables como Padre padrone (1977), La noche de San Lorenzo (La notte di San Lorenzo, 1981), Kaos (1984), Good morning, Babilonia (1987) y Afinidades electivas (Les affinités électives, 1996).
En su extensa filmografía buscaron en la puesta en escena una fórmula que rompiera toda posible identificación emocional de los espectadores con los personajes y con la historia y, por el contrario, estimulara en el espectador su conciencia crítica. En La casa de las alondras (La masseria delle allodole, 2007) reiteran esa fórmula. El filme está basado en la novela La masseria delle allodole, de la profesora de literatura Antonia Arslan, una italiana de origen armenio que narra las vicisitudes de su familia. Es una coproducción entre Italia, Bulgaria, España y Francia, protagonizada por Paz Vega, Moritz Bleibtreu, Ángela Molina, Tcheky Karyo y Mohammad Bakri.
El relato se inicia en un pueblo de Turquía con la muerte y el velatorio del patriarca de la familia Avakian, que lega la legendaria “granja de las alondras” a su hijo Assadour. A los catorce años él se fue a Italia, se recibió de médico, hizo fortuna en Venecia y nunca regresó. Pero cuando Assadour decide retornar con su familia, Italia declara la guerra y las fronteras se cierran. En Turquía permanecen sus hermanos Aram, casado y con hijos, y la bella Nunik, soltera y enamorada de Egon, un oficial turco.
En forma coincidente, comienza a imponerse el partido nacionalista de los Jóvenes Turcos. Bajo la excusa de desplazar a los armenios de la zona de guerra, ejecutan una serie de asesinatos, masacres y deportaciones masivas. Durante la travesía de los Avakian, el oficial turco Youssof se enamora de Nunik y por este andarivel sobreviene una de las varias tragedias.
El grupo de mujeres deportadas es seguido de cerca por Ismene, que trabajaba en la casa de la familia Avakian, y Nazim, un miembro de la Hermandad de los Mendicantes, que logran tomar contacto con el cónsul español en Aleppo e instrumentar la ayuda enviada por Assadour. El filme se divide en dos partes. En la primera se presenta a los miembros de la familia Avakian y se describe el contexto histórico-social. La segunda escenifica
el horror perpetrado por el ejército turco, un segmento que a pesar de su impecable reconstrucción histórica, resulta más efectista que doloroso, más explícito que dramático y con más sangre que dolor interiorizado.
La película es un testimonio sobre el genocidio del pueblo armenio y una contribución para su conocimiento. Los directores expresaron en el festival de Berlín de 2008 que la película había nacido de un “sentido de culpa”. Expresaron: “Hace tres años, casi por casualidad, descubrimos la tragedia armenia. Sabíamos, creíamos saber. Una masacre de hombres, mujeres y niños en nombre de la ‘grande Turquía’. Desde entonces pasaron varios decenios y el pueblo armenio aún espera justicia. Y nosotros, como muchos otros, ignorábamos todo eso. Con esta película procuramos aportar nuestro testimonio y encender una luz sobre esos acontecimientos”. Cabe agregar que Armenia recuperó su independencia en 1991, luego de formar parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
A modo de conclusión
Deseo terminar estas reflexiones sobre el cine y el genocidio armenio con algunos conceptos de Leandro Despouy, que desde 2003 es Relator Especial de la ONU: “La consagración del derecho a la verdad como un derecho fundamental, de carácter autónomo e inalienable, traduce la dimensión ética de los nuevos parámetros que regulan la vida internacional. La lucha contra el olvido y la impunidad ha adquirido una legitimidad tal que desborda el hermetismo de las relaciones interestatales y se proyecta incluso sobre aquellas realidades nacionales sometidas históricamente a la dictadura del silencio (…) Los Estados tienen la obligación positiva de arbitrar mecanismos judiciales y extrajudiciales para el conocimiento de la verdad. Esa obligación trasciende los imperativos estrictos del Estado de derecho, para situarse también en el plano ético y moral de toda sociedad, en la medida que el conocimiento de la verdad es, además de un derecho, el único camino que permitirá restaurar la dignidad de quienes han sido víctimas”2
1. Elia Kazan, Mis películas. Conversaciones con Jeff Young, Paidós, Barcelona, 2000.
2. Leandro Despouy, en El derrumbe del negacionismo, Planeta, Buenos Aires, 2009.
Bibliografía
Alfred Grosser, El crimen y la memoria, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2010.
Khatchik Derghougassian (compilador), El derrumbe del negacionamismo, Planeta, Buenos Aires, 2009.
Rita C. Kuyumciyan, El primer genocidio del siglo XX, Planeta, Buenos Aires, 2009.
Daniel Feierstein, El genocidio como práctica social, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008.
El genocidio armenio
Se conoce con esa denominación a los asesinatos, masacres y deportaciones masivas de armenios ejecutadas entre 1915 y 1923 por el Imperio Otomano y el gobierno de los Jóvenes Turcos. Aunque las mayores matanzas ocurrieron en ese período (se estima en un millón y medio los armenios asesinados), hubo masacres previas en 1894, 1896 y 1909.
En enero de 1913 los Jóvenes Turcos dieron un golpe de Estado y tomaron el poder. Los ministros del Interior, de Guerra y de la Marina conformaron el triunvirato que instrumentó el genocidio a partir del 24 de abril de 1915. En esa fecha y durante los días posteriores fueron detenidos y asesinados unos dos mil escritores, artistas, docentes, profesionales y líderes políticos y religiosos. Luego las matanzas y deportaciones hacia el desierto de Siria se tornaron masivas.
En 1919 se crearon tribunales en Estambul para juzgar esos crímenes, pero los culpables se habían refugiado en Europa y el proceso nunca concluyó. Varios testigos de esos acontecimientos dejaron sus testimonios por escrito. Por caso, el embajador de Estados Unidos Henry Morgenthau, el médico alemán Armin Wegner, que luego fue encarcelado por oponerse al nazismo y sus libros quemados; y Franz Wefel, autor del libro Los cuarenta días de Musa Dagh.
Turquía admite que ocurrieron asesinatos y masacres, pero niega que hayan respondido a un plan sistemático organizado por el Estado para aniquilar a la población armenia, requisito incluido en la Convención de la ONU para que los crímenes puedan ser encuadrados en el concepto de genocidio. Sostiene que fueron consecuencia del hambre, las enfermedades y la guerra emprendida por el Imperio Otomano contra la sublevación de la milicia armenia.
Los sucesivos gobiernos de Turquía lograron imponer un silencio casi absoluto, con apoyo de países occidentales, a cambio de prebendas petroleras. En agosto de 1939, en una alocución a los generales del Tercer Reich, Adolf Hitler expresó: “He dado a algunas unidades especiales de las SS la orden de trasladarse al frente polaco y dar muerte sin piedad a hombres, mujeres y niños. ¿Quién habla todavía del exterminio de los armenios?”.
Pero el silencio se quebró desde el momento en que la Diáspora armenia decidió conmemorar el genocidio públicamente y se movilizó para solicitar justicia y reconocimiento. El negacionismo comenzó a derrumbarse en 1985, cuando la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección de las Minorías de la ONU, en una histórica resolución, reconoció el genocidio armenio.
La Argentina lo hizo mediante la ley 26.199, promulgada el 11 de enero de 2007, que a su vez estableció el 24 de abril de cada año como “Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos” y “Día de recordación de las víctimas del genocidio armenio”.
Por reconocer el genocidio, el escritor y premio Nobel de literatura Orhan Pamuk fue condenado en Turquía, por aplicación del artículo 301 del Código Penal, que considera que quien lo infringe “humilla a la patria”. Una condena similar le fue aplicada en 2006 al periodista Hrant Dink, editor jefe del seminario bilingüe turco-armenio Agos, quien fue asesinado enero de 2007 por un nacionalista turco en represalia por su prédica a favor del reconocimiento del genocidio.