Más allá de la vida (Hereafter, EE.UU., 2010), dirigida por Clint Eastwood, y Biutiful (España-México, 2010) de A. González Iñárritu, son capaces de mostrar la vida cotidiana y temas universales como la enfermedad, la tragedia y la muerte. Es curioso cómo el pensamiento frívolo rechaza con variadas excusas cualquier propuesta de ahondar en los misterios del dolor y la muerte. Este verano dos obras ahondaron bien en ellos: Hereafter, de Clint Eastwood, acá estrenada como Más allá de la vida, y Biutiful, de González Iñárritu. Algunos críticos, y sus seguidores, las desdeñaron apenas supieron que eran “tristes”. Cuando las vieron tampoco supieron entenderlas.
Más allá… no es una cinta de fantasía americana sobre espíritus amables que cuidan a sus deudos, o gente muerta poniéndose indecorosamente a la vista de los niños. De fantástico sólo vemos a una periodista que estuvo a punto de morir y se sintió en el famoso túnel (una imagen bastante común, dicen, para muchos agonizantes), y a un hombre con la rara capacidad de percibir cuáles son los muertos queridos de los otros, pero tanto puede ser un medium como alguien con una poderosa capacidad telepática. Él capta la carga que ellos traen a flor de piel y hace un poco de circo, necesario para consuelo de la gente. Precisamente, ésta es una obra sobre el consuelo ante la muerte, el “de aquí en más” (hereafter) que sigue a los momentos dolorosos, y la obligación de los que viven. En varias escenas alguien se hace cargo de algo, o asume una responsabilidad que le parte el alma: el que, en silencio, sufrió de amor durante años por una mujer para no herir a su esposa enferma; la periodista que siente la obligación de contar su experiencia frente a una sociedad incrédula; el medium, agotado de tanto dolor ajeno y del negocio que su propio hermano quiere hacer a sus expensas, pero aún así resignado a brindarle su ayuda a un niño que quiere tener aunque sea una última conversación con su hermanito gemelo, recientemente fallecido. Ese niño busca entre las religiones, entre los charlatanes de toda clase, algo que le brinde lo que necesita. Nada se aleja demasiado de la realidad. Ni el misterio de la muerte, ni la esperanza de otra vida. Todo depende de lo que uno quiera creer, y del consuelo que quiera recibir. Y todo está expuesto con respeto, intensa pero controlada emoción, hondura, notable riqueza en la pintura incluso de los personajes más circunstanciales, como el insulso capellán de cementerio que parece surgido de una página de un admirado Dickens y, al final, una tranquilidad que también duele, pero dulcemente.
Un poquito antes hay un desenlace diríamos convencional, hecho para respiro de la audiencia, algo totalmente válido. Eastwood tiene una mano tan suave y precisa como la música de piano que él mismo compuso para el film, y un guión excelente, minucioso, reflexivo sin la menor retórica, de Peter Morgan. Cuesta comprobar que los opinólogos sólo le reconozcan la impactante secuencia de un tsunami al comienzo del film (excelente aplicación dramática de los efectos digitales, tanto más creíbles cuanto más recuerdan a los registros auténticos que pueden verse en Youtube, pero no lo más trascendente de la película). Peor le fue a González Iñárritu con Biutiful, auténtico dramón mexicano filmado en Barcelona. Cierto, la obra tiene defectos pero uno de marketing, inaceptable: su héroe es pobre, y a pocos les interesa ver cómo sufren los pobres. Puede además que el espectador se sienta agobiado ante la visión de esta historia fuerte, dolorosa, extensa. Y que a cierta altura ya empiece a desear el final. Para su consuelo, diremos que termina con las mismas escenas del inicio, de modo que ahí, apenas reaparezcan, ya sabrá que viene el final y empezará a sentirse más animado. Pero la obra no sólo es fuerte, dolorosa y larga, sino también plena de lecturas, iluminadora, y con trabajos actorales impresionantes. El tema es universal. Es el camino de un buscavidas al encuentro de la muerte, mientras recuerda a su padre, cuida de los suyos como puede, sufre en silencio y sigue diariamente la lucha por la vida. Porque tiene una enfermedad mortal, pero también tiene que seguir poniendo el pan en la mesa, y dejarle a sus hijos alguien que los cuide y aunque sea unos meses de alquiler.
Para más, también debe cuidar a su ex mujer, que intentando amoldarse a todos se volvió maníaco depresiva, a veces un alegre cascabel, a veces una cascabel irresponsable apenas algo se le complica. Se quieren, todos se quieren. Pero quererse es un trabajo para el que a veces llega a casa sin fuerzas. Encima, el mundo exterior exige demasiado. En este caso, nuestro personaje se maneja dentro de eso que amablemente llamaríamos economía informal, él negocia con chinos, senegaleses, policías y constructores corruptos de una ciudad moderna y ajena. Cada uno tiene sus razones, sus excusas, cada cual vive su drama. Acá sólo nos enteramos de paso, como nos enteramos de las cosas del vecino recién cuando llegan los de la ambulancia o el noticiero.
Aparte, él tiene algunas dotes de vidente. Lo llaman para hablar con los muertos en el cajón, y ayudarlos a irse en paz. Así también quisiera irse, en paz, y encontrarse con su padre y con las 25 o más víctimas que causó en su vida, pero la lucha cotidiana apenas le da tiempo. ¿Qué es todo esto? Pues, una representación artística de la nueva sociedad pluricultural, precaria, potente, que acepta como norma la truchada y el “biutiful, así como suena”, según enseña el padre cariñosamente a su hija porque no sabe de otra cosa. Pero más aún, representación del hombre que no puede sentirse deprimido, porque si se siente deprimido lo pasan por encima, y del sentimiento de muerte que acompaña toda la existencia, y del amor, que por todo se esfuerza. Y de la música interior que apenas escuchamos. Al respecto, el director González Iñárritu dice que percibió cuál iba a ser el asunto y el tono interior de su obra escuchando el adagio assai del Concierto para piano en Sol, de Ravel. Y así lo hizo: un adagio suave, triste, intenso, pero acá golpeado por el ruido de puertas que se cierran con violencia, canciones estridentes a todo volumen, sirenas de razzias en pleno centro. La vida cotidiana, y el tema universal. En resumen, una obra valiosa, de temas fuertes, de imágenes incómodas pero también poéticas (una poesía también incómoda; por ejemplo, cuando el hombre acaricia el rostro de su padre embalsamado), con un trabajo sonoro igual de fuerte, algún exceso de duración, que después se olvida, unos personajes realmente vivos, creíbles, y unas actuaciones admirables, empezando por Javier Bardem, que no “hace de”, sino que literalmente se convierte en el tipo al que le pasan estas cosas, “es” ese tipo que ahí vemos en la lucha cotidiana. A su lado aparece la negra Diaryatou Daff, cuya vida, según dicen, es similar a la de su personaje, e irrumpe la argentina Maricel Álvarez, pura energía, entrega, presencia, cambios constantes, desde la primera vez que aparece hasta la última. Cuesta, en este caso, leer comentarios tipo “Bardem es lo único bueno de este bodrio”, “repiten demasiado las etapas de decadencia del hombre por su enfermedad” (son sólo tres tomas), y, peor aún, algo que encontramos en un diario español: “es totalmente inverosímil, las razzias a los negros no se hacen en esa plaza”. Caramba, se harán en otra, porque, como dice Mark Twain en el prólogo de Un yanqui en la corte del rey Arturo, “si los ingleses de aquel entonces no tenían las costumbres terribles que aquí describo, no importa, seguramente tenían otras iguales o peores”.
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Join discussioninteresante el comentario, sobre todo c biutiful. agregaria que podria considerarse biutiful a la par de el graduado (con dustin hoffman) como dos peliculas q marcan un momento de inflexion/crisis de la percepcion de la realidad. en biutiful se representaria esta nueva realidad globalizada, liquida (bauman), q causa dolor por encima del dolor circunstancial. no es el vacio de la incomprension ahora lo q pesa, sino una especie de white noise que lo embarga todo, como si los humanos se movieran en su subjetividad con una ley de gravedad quintuplicada que densifica lo cotidiano hasta romper la capacidad de contencion de la psiquis o ponerla bajo fuerte stress.