Horacio Reyser, coordinador de la Comisión Nacional de Pastoral de Drogodependencia, afirma que “la sociedad mira al drogadicto como un vicioso y un violento y no como un enfermo que necesita ayuda, como uno de los débiles del Evangelio”.“Los obispos identifican la drogodependencia como uno de los grandes problemas que nos están afectando. Y no tiene que ver con la sustancia sino con el hombre”, explica Horacio Reyser, coordinador de la Comisión Nacional de Pastoral de Drogodependencia que preside el obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano, y que desde marzo lleva adelante una campaña en los medios gráficos, radiales y televisivos denominada “Laberinto: entrar en las drogas es mucho más fácil que salir”, realizada en conjunto con el Consejo Publicitario Argentino.

 

–¿Por qué una persona se droga?

–Las razones son múltiples, pero, en general, existe una angustia existencial, “un vacío en un mundo sin esperanzas”, en palabras de Juan Pablo II. Una persona que tiene una vida con sentido no se droga, porque sabe que en la vida hay de todo: alegrías, angustias y tristezas. Cuando se es libre para actuar dentro de los esfuerzos y límites que nos impone la vida, incluso con dolor, uno está dispuesto a afrontarla. El problema es cuando no le encontramos un sentido.

 

–¿Cómo percibe la sociedad el drama de la droga?

– Hay una expresión patética en muchos padres que tiene que ver con la tolerancia social: “Mientras sea un porro, no hay problema”. Y los datos demuestran lo contrario. La sociedad está bastante desorientada, por eso la Iglesia quiere acercar una palabra que pueda iluminar este flagelo, diciendo cosas muy claras y sencillas, por ejemplo: no es bueno drogarse porque significa renunciar a la dignidad de ser un hombre libre. Aun la persona más doliente es capaz de darse cuenta de lo que significa caer bajo la dependencia.

 

–Según el Informe Mundial sobre Drogas de las Naciones Unidas de 2010, la Argentina tiene el triste record de ser el primer consumidor de cocaína y marihuana per cápita de América latina. ¿Qué nos diferencia del resto de los países de la región?

–Las estadísticas argentinas también son impresionantes. Por ejemplo, la Fundación Plácido Marín realizó una encuesta en 2010 que establece que el 15 por ciento de los estudiantes de los últimos años del secundario consume drogas y el 90 por ciento, alcohol. Pero el problema no son los números sino las personas. Y la responsabilidad mayor debe recaer en el adulto, que es quien tiene la responsabilidad.

 

–¿Y por qué no logramos asumirla?

–Lamentablemente en la Argentina estamos viviendo el síndrome de Peter Pan: el adulto no quiere crecer. Si el modelo del joven es el adulto, y el modelo del adulto es el joven, el modelo del joven es el mismo joven. Vemos una distorsión muy grande y no hay referentes fuertes: un padre que cruza semáforos en rojo con sus hijos en el auto, que toma alcohol y luego conduce, no es un testimonio ejemplar. Como se ve, no es un problema de un sector social, si bien los escenarios cambian. En la Patagonia, por ejemplo, los jóvenes manifiestan frustración, soledad, falta de incentivos. En el conurbano bonaerense y en otros grandes cordones urbanos, donde hay pobreza extrema y una escandalosa exclusión social, la circulación de la droga forma parte de un comercio cotidiano que los atormenta e involucra. Los sacerdotes de las villas han dado un testimonio muy fuerte cuando dijeron que las drogas en las villas están despenalizadas de hecho.

 

–¿Por dónde pasan los caminos posibles de solución?

–Esta batalla se gana con educación y prevención. Si hablamos de prevenir es porque ya estamos frente al primer síntoma de fracaso: no hay conciencia previa del mal. La actitud típica del adicto es “Quiero esto, ya, y sin esfuerzo”, evadirse de la angustia, del dolor, del temor. Por el contrario, educar es enseñar a convivir con la frustración, con el egoísmo, con una sociedad del hedonismo, del exitismo, de la búsqueda del placer, de la procacidad, de la diversión como expresión máxima de la felicidad del hombre. ¿Cómo preparamos a los chicos para que sean lo suficientemente fuertes como para enfrentar

los desafíos con coraje?

 

–¿Qué pasa en todo el espectro político, incluida la oposición?

–El problema de la droga es conocido por la sociedad, pero no está asumido por los políticos, las escuelas ni las familias. La gente cree que sólo los especialistas pueden hacer algo, y lo más importante es fortalecer los valores de los chicos, modelar las conductas y transmitirles que lo más importante es tener ideales, creer que una buena vida es posible.

 

–Desde algunos sectores se dice que no hay que invadir la libertad de la persona que decide drogarse.

–Me gustaría mostrarles cómo viven los chicos adictos y después preguntarles de qué libertad están hablando.

 

–¿Y la estigmatización del drogadicto como delincuente y violento?

–Es real el altísimo porcentaje de delitos que cometen jóvenes drogados. Y que cerca del 60 por ciento de las consultas de jóvenes en las guardias de los hospitales tiene que ver con las drogas. Pero la realidad es que la sociedad mira al drogadicto como un vicioso y un violento y no como un enfermo que necesita ayuda, como uno de los débiles del Evangelio.

 

–Frente a la complicidad que hay en el ámbito político y social,¿la Iglesia puede denunciar?

–Denunciamos lo que significa el tráfico de drogas y, como dijo Benedicto XVI en Aparecida, a los mercaderes de la muerte. Pero nos dedicamos fundamentalmente a la demanda de los que sufren, porque primero están las personas. Y, además, a acompañar a los que han caído: tratamos de abrazar a los adictos como hacía Jesús con los leprosos

de su tiempo. De la droga es posible salir, pero lo mejor es no entrar.

 

–Fray Hans Stapel, fundador de las Fazendas da Esperanza en Brasil, que también están presentes en la Argentina, sostiene que la recuperación es mayor cuando aparece el aspecto antropológico y espiritual, ¿ustedes también lo advierten?

–Muy fuertemente, porque todo el problema de las adicciones está vinculado con el sentido de la vida, como hablábamos. Cuando en la vida se tiene sentido de trascendencia, todo lo que sucede cobra otro enfoque.

 

–¿Qué modelos de recuperación considera más exitosos?

–La aproximación desde el Evangelio y con una comunidad terapéutica, que son hogares de vida y de fortalecimiento espiritual. De esa manera las personas están mejor preparadas para enfrentar la adicción, que es una enfermedad biológica, psicológica,

social y espiritual. Por citar un ejemplo, en 1997 nació el Proyecto Esperanza, un emprendimiento de la diócesis de San Isidro que trabaja en cinco grandes áreas: espiritualidad, educación, desarrollo comunitario, empleo y atención al tema de la salud, donde se trata también la droga. La educación, el trabajo y el deporte son sin dudas los

pilares fundamentales.

 

–Con respecto a las políticas públicas, ¿qué medidas son urgentes a corto plazo y qué planes son imprescindibles a largo plazo?

–Junto al Foro “De habitantes a ciudadanos”, que se conformó en el marco de la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia episcopal, tuvimos un logro excepcional: un proyecto de ley que establece un “Programa nacional de educación y prevención sobre las adicciones y el consumo indebido de drogas” en todo el sistema escolar argentino. Fue aprobado como ley 26.586 en diciembre de 2009 y promulgado. Sin embargo, la ley no se reglamentó. Desde la Comisión elaboramos un proyecto de implementación que le hicimos llegar a las autoridades del Ministerio de Educación de la Nación y al Consejo Federal de Educación, donde todas las provincias están representadas, pero aún no se ha avanzado en este sentido.

 

–¿En qué consiste el Programa?

–No en hablar de drogas sino en dar herramientas para que los chicos, de acuerdo con su edad, vayan desarrollando buenas actitudes que los prevengan del consumo de drogas. Se trata de un programa transversal, para que pueda ser encarado desde todas las asignaturas.

 

–¿Por qué cree que en Página /12 se publicó un artículo de Horacio Verbitsky sobre su pasado como militar? ¿Es un ataque indirecto al cardenal Bergoglio?

– A mediados de 1996, siendo vicealmirante, le comenté ciertas inquietudes personales a monseñor Jorge Casaretto y él me recomendó hacer ejercicios ignacianos, algo que desconocía. A su término no tuve dudas: presenté el retiro a la Marina y decidí dedicarme a brindar un servicio a la comunidad. Tiempo después, Casaretto me pidió que formara un equipo diocesano sobre drogodependencia, con criterios propios para avanzar en el tema. La propuesta me desconcertó: no conocía el tema. Pero acepté y me puse a investigar y a estudiar, a conocer diferentes enfoques. Ahora estoy tan ocupado en lo que hacemos para estimular una sociedad libre de drogas que no me interesa entrar en ese tipo de discusiones.

 

Más información en: www.reddevida.org

1 Readers Commented

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  1. D.P.BASSETTO on 24 mayo, 2011

    Desearía que sus artículos se pudieran subir a facebook.

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