En la serie Ensayos y estudios de Dunken, Alberto Espezel publicó El misterio de la Eucaristía. Centro de la vida cristiana: un libro de estudio con lenguaje coloquial.padilla-espezel-eucaristiaAlberto Espezel es sacerdote de la diócesis de San Isidro, doctorado en la Universidad Gregoriana de Roma, profesor de Teología, colaborador de las revistas Communio y Criterio, y autor de obras sobre Hans Urs von Balthasar, a cuya teología dedicó su tesis, y de cristología. Con estos precedentes aborda la Eucaristía, centro y culmen de la vida cristiana, como la sintetiza la constitución Lumen gentium; y lo hace no sólo para sus alumnos, a quienes dedica la obra, sino para un público más vasto.

El punto de partida es el Nuevo Testamento: comienza en la cena pascual en tiempos de Jesús, y sigue con los relatos de los tres evangelistas sinópticos sobre la Última Cena, insertándola “en el marco de una comida pascual, superándola y dándole un contenido nuevo”, y los textos relacionados, tanto del libro de los Hechos como de los escritos paulinos.

Por la identidad de la lex orandi con la lex credendi, el segundo capítulo está dedicado a la Eucaristía en la liturgia. La primera constatación que hace el lector es que desde la Didajé, en el siglo II, hay un núcleo de celebración y de palabras con las que se oficia hoy cada misa. Las plegarias eucarísticas son analizadas con detenimiento, desde la original, pasando por la de san Hipólito, hasta la más utilizada hoy (a veces con olvido rutinario de otras alternativas). Tampoco falta una dimensión que en Occidente quedó en segundo plano hasta el Concilio Vaticano II: la epíclesis o invocación al Espíritu Santo, con cuyo poder se transforman los elementos del pan y el vino.

Los capítulos sucesivos, que pueden abordarse como unidades completas en sí mismas, conducen por el núcleo de temas que Espezel sintetiza así: “la eucaristía como memorial sacramental del sacrificio pascual de Jesús y su consecuencia como sacrificio de comunión, la eucaristía como banquete sacrificial, la eucaristía y la Iglesia, la eucaristía como centro de la Iglesia: todos comemos del mismo pan y nos hacemos el mismo cuerpo eclesial en Cristo”. Dado que es un misterio, la plenitud de la eucaristía ha conocido énfasis diversos en alguno de sus aspectos: en el pasado se privilegiaba el sacrificio sobre el banquete, y en la actualidad lo inverso, con sus consecuencias. En coherencia con la enseñanza del Vaticano II, el autor recuerda la necesaria relación entre el memorial del sacrificio pascual y el banquete como participación en el sacrificio de comunión. El pan es verdaderamente comida, el cáliz verdadera bebida. Para ello el sacerdote celebra la Eucaristía, el sacrificio de alabanza (sacrificium laudis).

La piedad eucarística, surgida en la Edad Media con toda la riqueza de doctrina y espiritualidad de los santos, que es patrimonio del Pueblo de Dios, se dio simultáneamente con el alejamiento de los fieles de la participación litúrgica y de la recepción de la eucaristía en la misa. La adoración al Santísimo llenaba para los fieles la ausencia de vida sacramental y corría el riesgo de perder la dimensión comunitaria que la eucaristía tiene por esencia. Quienes vivimos los tiempos previos al Concilio, recordamos las misas sin comunión de los fieles, las misas rezadas simultáneamente en altares laterales, el llamado en horas fijas en las capillas del Santísimo de la catedral de Buenos Aires (no sería la única), con lo que los fieles corrían a comulgar y quedaban en acción de gracias mientras se predicaba desde el púlpito, el Santísimo expuesto durante toda la misa. Debemos cuidarnos por un lado de idealizar las formas litúrgicas del pasado y también de relegar lo sagrado y lo mistérico en aras de la participación y el ambiente festivo. Se trata de un desafío para los ministros (que siempre son servidores, no dueños) y para los fieles, quienes en la medida que conozcan y vivan lo que la Iglesia enseña sobre el centro de la vida cristiana, podrán ser hombres y mujeres eucarísticos.

El autor no sólo se detiene en el teólogo ortodoxo John Zizioulas en uno de los excursus (el otro es sobre Henri de Lubac) sino que analiza la cuestión ecuménica, especialmente en el diálogo con la ortodoxia, con la Iglesia de Inglaterra y el Documento Final de Lima de 1982, cuyas siglas (BEM) son precisamente Bautismo, Eucaristía y Ministerio.

La Eucaristía expresa para la Iglesia católica la unidad plena, el fin del camino, de ahí que sea doloroso no poder compartir el Pan y el Cáliz con los cristianos de otras confesiones (excepto los casos especiales previstos). Es una herida abierta en el ecumenismo, ya que desde otras confesiones se entiende la intercomunión como parte y no como llegada de la plenitud de la comunión. La contribución de Espezel ayuda a profundizar en este misterio central de la Iglesia para conocer más, crecer en la admiración, “venerar de rodillas” tan excelso sacramento con el que Cristo se hizo alimento de la Iglesia que peregrina proclamando su Muerte y Resurrección hasta que Él vuelva. Más que un libro de estudio, que lo es acabadamente con la ventaja de un lenguaje sencillo y hasta coloquial, sacerdotes y encargados de liturgia y de catequesis encontrarán pautas prácticas para sus respectivos servicios a la comunidad.

3 Readers Commented

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  1. María Teresa Rearte on 14 octubre, 2011

    Aclaro que no he leído el libro. Pero «Criterio» nos invita a comentar la nota. Y lo haré. Dos puntos que quiero tomar, aunque no sean los únicos que merecen ser considerados.
    Uno es cuando el autor se refiere a que antes se privilegiaba el sacrificio sobre el banquete. Y ahora ocurre lo contrario. Totalmente de acuerdo. Dice que esto último se da «con sus consecuencias, aunque no las menciona. Me pregunto si al haber privilegiado el significado de banquete, comida, incluso de fiesta, no se ha perdido el sentido de lo sagrado.
    Segundo, el autor dice «venerar de rodillas» tan excelso sacramento. (es copia textual). Sólo quiero añadir qué felicidad proporciona estarse así. Incluso cuanta dignidad se experimenta al estar de rodillas ante el Señor.
    Gracias por proponer este texto.
    María Teresa Rearte

  2. Graciela Moranchel on 19 octubre, 2011

    Profundizar sobre uno de los Misterios centrales de nuestra fe, como lo es la Eucaristía, es una necesidad imperiosa en estos tiempos donde asoman grandes crisis espirituales.
    Una reflexión seria y sustentada en la Palabra de Dios seguramente ayudará a modificar muchos criterios del pasado que se han petrificado en perspectivas reductivas que impiden la comunión entre todos los cristianos.
    Esa necesaria reflexión nos permitirá entender mejor el «sentido» de este sacramento, lo que quiere regalarnos Jesús en cada misa.
    Expresar la «comunión plena» con nuestros hermanos mediante la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo Resucitado, como afirma el autor de la nota, es uno de los aspectos más nucleares de la celebración eucarística, pero como bien dice, para los católicos es lamentablemente el «fin del camino», y no «parte» del trayecto.
    Estoy segura que ahondar cada vez más en la Palabra de Vida, como responsabilidad de todos los bautizados y de todas las iglesias cristianas, nos va a permitir dejar de lado tantas cuestiones humanas y secundarias que hoy impiden que se pueda realizar esta «intercomunión» de modo pleno. Estas cuestiones menores, hoy por hoy afectan gravemente el diálogo ecuménico y las mismísimas celebraciones entre católicos, por cuestiones que ya hemos debatido en otras ocasiones.
    Oración en común, buena voluntad y un estudio más profundo de las palabras de Jesús seguramente nos van a permitir despejar el camino para que podamos vivir la «Cena del Señor» de un modo renovado y más acorde con la voluntad de Dios.

    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  3. María Teresa Rearte on 24 octubre, 2011

    Muy bueno lo de «Iglesia que peregrina proclamando su Muerte y Resurrección hasta que Él vuelva». No por saberlo, deja de ser una bella síntesis para meditar. También para decir una forma de vida en común. Gracias otra vez..
    Prof. María Teresa Rearte

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