cineCon menos brillo que otros años, actividad paralela de funcionarios de alto nivel, agradecida presencia de cuatro figuras del cine comercial norteamericano, e inesperada tensión entre baficistas y dinosaurios a la hora de los premios, se cumplió el 26° Festival internacional de Mar del Plata.

Vivan las antípodas, de Victor Kossakovsky

Vivan las antípodas, de Victor Kossakovsky

La falta de brillo es atribuible al bajo presupuesto, que cada año va reduciendo la lista de invitados extranjeros (pocos artistas y casi ningún periodista de otro país) y el número de becarios (adiós al bullicio festivalero de multitud de estudiantes de cine de capital e interior). Tampoco llegan artistas conocidos, así que el público local ya no se agrupa en la rambla para saludar a las figuras. Este año sólo se agolpaba para ver tres cupés del Museo Fangio de Balcarce, expuestas durante dos días como promoción del documental La Caracas, sobre la famosa carrera Buenos Aires-Caracas de 1947.

En compensación, llegaron 300 invitados para ver una fuera de catálogo, Industria Argentina. La fábrica es para los que trabajan, de Ricardo Díaz Iacoponi, con debate posterior sobre la modificación de la Ley de Quiebras y temas afines, a cargo de Luis Cano, presidente del Movimiento de Fábricas Recuperadas, Ezequiel Dreibe, secretario de Empleo del Ministerio de Trabajo, Emilio Persico, cabeza del Movimiento Evita, el Chino Navarro y la fiscal federal Alejandra Gils Garbo.

Luego hubo un sencillo cóctel. A mitad del festival, la señora Estela de Carlotto recibió un homenaje y abaló la presentación de Verdades verdaderas, con Susú Pecoraro, inspirada en su vida. Y para el cierre, el ministro Julio De Vido abrió un Encuentro de Comunicación Audiovisual junto con Gabriel Mariotto (autoridad federal de Servicios de Comunicación Audiovisual), Juan Manuel Abal Medina (secretario de Comunicación Pública), y funcionarios de Radio y Televisión Argentina, noticias de Canal 7, el gabinete de ministros de Desarrollo Social de la Nación, Canal 360, etc., con mesas como “Cuando el Estado comunica desde la gestión en el proceso de transformación de la comunicación”, “Conquistas y desafíos en el nuevo escenario de la comunicación audiovisual, nuevos canales, TV digital y fomento a la producción”, etc.

Del otro lado, hubo charlas a cargo de cuatro personalidades muy accesibles del cine comercial: el actor Willem Dafoe (que suele venir a una tanguería porteña), el guionista James Gunn (Scooby-Doo y similares) y los realizadores Alex Cox (Sid & Nancy, Repo Man) y Joe Dante, el de los Gremlins, que durante el festival se saludó y charló con todo el mundo, mientras la gente coreaba “olé, olé, olé, Dante, Dante”.

En un aparte con el periodismo, Dante recordó las matinés de los sábados en el cine de su barrio. “El primer niño que llegaba podía entrar gratis, y ese niño muchas veces fui yo. Eran dos largos y diez dibujos, y yo creía que los dibujos también eran actores, los mejores actores. Les atribuía vida propia”. La infancia le duró hasta la crisis de los misiles, cuando “creíamos que cada avión que pasaba sobre nuestras cabezas llevaba una bomba atómica, y que ese sería nuestro último fin de semana. Razón de más para ir al cine”. Sin embargo, una vez enfermó de gravedad y no pudo salir de casa durante seis meses. “He disfrutado muchos placeres, aprendí junto a Roger Corman y, sobre todo, Steven Spielberg, he visto enormidad de películas y mantengo mi espíritu de niño, pero las matinés que me perdí en esos seis meses ya nunca podré recuperarlas”, concluyó con voz dulce.

Algunas de las competencias

Dos clases de films se enfrentaron en competencia: los convencionales que gustan al público, y los de estilo anticomercial que gustan al público de festivales snobs como Locarno o el Bafici. Años atrás un director artístico y ciertos programadores, con apoyo de algunos críticos influyentes, intentaron hacer de Mar del Plata un Bafici playero. El resultado: cayó abruptamente la asistencia del público. Aun así, varios siguen firmes en sus propósitos. Esa tensión se reprodujo en el jurado, donde favorecedores del Bafici playero impusieron el triunfo marplatense de Abrir puertas y ventanas, de Milagros Mumenthaler, sobre tres jovencitas charlando en casa de la abuela fallecida, que ya había ganado en Locarno y aquí se consagró con los premios de mejor film y mejor dirección.

El más comentado y aplaudido Tyrannosaur, fuerte drama de Paddy Considine sobre un viejo violento de Yorkshire, que se redime un poco gracias al esfuerzo de una mujer religiosa que enfrenta la violencia del marido, debió conformarse con el premio especial del jurado y el de mejor guión. Aparte, ganó el premio de Cronistas y la mención Signis, y quedó segundo en el voto del público, detrás del drama de suspenso In Darkness, de Agnieska Holland, sobre un delincuente que protege a una familia judía durante la guerra. Ese asunto ilustra un hecho real, y recuerda de paso el antisemitismo de muchos polacos incluso hasta en estos tiempos.

De la competencia oficial caben señalarse también otras cuatro obras. L’exercice de l’Etat (Olivier Gourmet, mejor actor), nerviosa historia de un ministro de Transportes enfrentado a intereses contrapuestos, rápido de reflejos, cercado por las exigencias de su agenda, su gobierno y su conciencia, apenas ayudado por unos pocos fieles. La obra tiene ritmo, actuaciones, diálogos, complejidad, actualidad (y el rescate de un discurso de André Malraux dedicado a Jean Moulin), todo potente y bien ensamblado, en suma, es un film político de primera línea, desde ya entre lo mejor de la oficial. Coproductores, los hermanos Dardenne. El premio (que ganó el premio Signis), mexicana, de la argenmex Paula Markovitch, que inmediatamente después del festival se presentó, al fin, en el lugar donde fue rodada: San Clemente del Tuyú. Es que Markovitch reelaboró en esa obra un pequeño episodio de su propia infancia bajo el gobierno militar, cuando en la escuela le mandaron participar en un concurso de composiciones escolares sobre el Ejército. “Mis padres no eran militantes”, aclaró después, “pero eran muy inteligentes y me recomendaban no comentar en la escuela lo que decían dentro de casa”. Distinta de las habituales películas sobre aquel período, El premio habla de lo fácil que puede ser traicionarse a sí mismo, y destaca un notable manejo del elenco infantil, enteramente compuesto por criaturas sin experiencia ante las cámaras ni las tablas. Sorprenden por su expresividad las dos chiquitas que encabezan el elenco, y que ahí estaban pegadas a la directora, asustadas por los aplausos. Cuando les pasaron el micrófono lo devolvieron de inmediato, y nadie pudo sacarles una palabra.

Tatsumi, sencillo dibujo animado de Eric Khoo sobre Tatsumi Yoshihiro, el creador de famosas historietas japonesas sobre víctimas de Hiroshima, gente en soledad, degradación moral bajo la ocupación norteamericana, etc. El género gekiga, le dicen los especialistas. El dolor más triste, decía el público. Dato interesante, la película y el autor son de Singapur, y representarán a ese país en la próxima candidatura hacia los Oscar. Y¡Vivan las antípodas!, documental germano-holando-argentino-chileno presentado por su autor, el ruso Victor Kossakovsky, con una anécdota que lo pinta por entero: “Estaba en Entre Ríos mirando a un pescador, y pensé qué habría del otro lado del planeta. Me comuniqué con mi hijo, que casualmente estaba por ahí cerca, y me contestó ‘No lo vas a creer, hay una mujer vendiendo pescado’”. A partir de ese chiste, el autor unió la balsa San Justo, sobre el Villaguay, con el puente más grande del mundo, en Shanghai, y luego Chile y Rusia, España y Nueva Zelanda, Botswana y Hawai, en un paseo cordial e ingenioso, de bellísima fotografía, digno de verse en pantalla grande.

Por su parte, el jurado de la competencia latinoamericana premió Las malas intenciones (Rosario García Montero, Perú-Argentina), sobre fantasías y angustias de una niña ante la llegada del hermanito, pero el impacto lo causó El lugar más pequeño del mundo (mención especial y premio Fipresci). La mejor latinoamericana, la más fuerte. Y eso que no muestra absolutamente nada. Sólo un lugarcito con su lago, la vaca que tiene cría, las mujeres que bromean mientras trabajan, la lluvia a media tarde, el anochecer apacible.

Pero ahí también pasó la guerra. La gente que ahí vemos, es la que quedó viva. Por suerte vino la directora, Tatiana Huezo Sánchez. El registro fue en la aldea de su abuela paterna, perdida entre los cerros. “Me crié en México desde los cuatro años, así que soy más chilanga que salvadoreña, pero vivimos esa guerra de cerca. Yo fui el último año, cuando mis primos más cercanos quedaron huérfanos”, contaba. “Cuatro años antes de hacer la película visité el pueblo sin siquiera una cámara de fotos. Nos hicimos amigos con la gente del pueblo, nos tuvimos confianza. Cuando fui a filmar, estuve nueve semanas enteras, más de lo que se tarda en rodar una de ficción. Y ahí vivimos, con el calor, la humedad, tres horas para subir hasta el pueblo, y luego más allá, hasta la cueva donde estuvo la muerte. Lo que iba a registrar era una historia que tenía dos poderes: la oscuridad y la vida. Porque también tienen alegría, y hay que ponerla. Pero la oscuridad me la terminaron de contar recién en las últimas semanas. Es tan terrible lo que pasaron, el modo en que una mujer recibió el cadáver de su hija, por ejemplo, y los fantasmas que los acompañan cada día, que me admira ver cómo siguen adelante. Es gente que apenas sabe leer y escribir, pero es gente sabia, calma. Y después de aquella experiencia, están organizados: ese es uno de los poquísimos pueblos donde no han entrado las maras, las pandillas narcos que infestan toda Centroamérica”.

La competencia nacional, bastante floja. El jurado se quedó con Diablo, pasatiempo violento de Nicanor Loreti de señalable nivel profesional. Párrafo aparte, no porque sea una maravilla sino por los recuerdos que provoca y el material que recupera, TV Utopía, de Sebastián Deus, historia del canal comunitario de Caballito que funcionó diez años en un living, recibió allanamientos, quejas de vecinos por las interferencias, y aplausos de otros vecinos que ahora lo recuerdan con cariño. Su archivo de casetes vhs es calamitoso pero aún carga ilusiones. “Ya me sentía un profesional”, dice el gordo que presentaba las películas del videoclub del barrio. Ideal para nostálgicos de los ’90, historiadores barriales y difusores de la Ley de Medios.

Una curiosidad: en vez de foto de conjunto de los premiados, este año se impuso otra foto de conjunto: la de artistas, organizadores y periodistas manifestando en la Rambla por la libertad del director iraní Jafar Panahi, de quien se vio además su film-manifiesto Esto no es un film. Como el gobierno le prohíbe filmar, se registró a sí mismo contando a cámara cómo hubiera sido su próxima película, y le salió una película que dice no serlo.

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