El inútil combate, la segunda novela de Josefina Trebucq, publicada recientemente por la editorial Ciudad nueva, repasa varias historias “que se cruzan y se entretejen” sin un argumento complejo pero pleno de matices.Es esta la segunda novela de Josefina Trebucq, cordobesa radicada en la ciudad de Buenos Aires, egresada de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba, narradora oral y responsable de la muy buena antología de cuentos Puntos de fuga, también editada por Ciudad Nueva. En esta oportunidad, la autora se da el gusto de aunar su amor por el teatro y las letras, y ofrece una novela entrañable.
El inútil combate no es una historia de amor, aunque el sentimiento esté presente en sus distintas manifestaciones y rija, de alguna manera, el derrotero de los personajes. Es, en cambio, la historia de varios caminos de vida que se cruzan y se entretejen. El argumento no es complejo, pero sí rico en matices: una pareja de actores, Mercedes y el Comanche, que han tenido éxito con sus obras dramáticas, conocen al anciano Di Marco, un director de teatro enfermo y postrado en un hospital de un balneario argentino; además de entablar una cálida relación de guía y confidente con Mercedes, quien lo cuida con especial dedicación, hace partícipes a ambos personajes de una búsqueda espiritual que lo viene acuciando desde hace un tiempo. Es entre estos dos personajes, sobre todo, que se recrea un itinerario de ida y vuelta desde el pasado hacia el presente, construido entre la palabra hablada y la escrita: el diario de Mercedes, las cartas de Di Marco, las conversaciones en el hospital, algunos poemas. Cada uno desgrana su vida, sus aspiraciones y sueños, sus amores y sus dolores, sus momentos de felicidad, el amor por la belleza: ¿no es acaso belleza un poema de Dickinson, una escena bellamente lograda de Bodas de sangre?
Y la constante, angustiosa búsqueda, a veces, de una felicidad que no se agote tan pronto, que se intuya eterna. Como el viejo Di Marco lo señala: “Hay felicidades y felicidades, Comanche, dice, todo depende de avivarse a tiempo… Y del precio que uno esté dispuesto a pagar. Pero una cosa es cierta: una vez que probaste la felicidad esa que yo llamo ‘rara’ porque no viene sólo de los sentidos del cuerpo, ya no te querés volver atrás”.
Algunas páginas logran atrapar especialmente al lector por su lograda belleza o la capacidad de crear un clima sugestivo, como el capítulo “Córdoba de los olores”, en el cual la anciana doña María recrea todos los aromas de un día, grabados como se graban los recuerdos en el corazón: “Doña María cierra los ojos y abre las aletas de su pequeña nariz respingada como un perro de caza: -Hay olor a menta y a tomillo. A carqueja. Olor a los eucaliptos. Olor a las uvas chinches y a la sandía que acabo de cortar. Olor al caballo que tiraba el carro del hombre de las sandías. (…) Olor a polvo porque hace varios días que no llueve. Olor a la colonia Franco Inglesa que usted se ha puesto al levantarse. Y un poco de olor a vieja, supongo. Los viejos tenemos ese olor entre dulzón y agrio que ya no se nos quita más, querida. Como las manchas de las manos”.
En esta historia sin lugares comunes, los seres que palpitan en cada página se sostienen, se encuentran, se desencuentran, pero juntos logran un vínculo que les permite afrontar el combate diario e intuir, de a ratos, la presencia de Otro que está dispuesto a regalarnos, si nos abrimos a él, la belleza absoluta y eterna.