En Juan Pablo II. La biografía, del historiador italiano Andrea Riccardi, emerge la compleja figura del Papa polaco, desde su dura infancia hasta su largo adiós.Sobre Juan Pablo II se ha publicado mucho: entrevistas, biografías, algunas incluso polémicas. De su figura se han interesado historiadores, periodistas, religiosos y hasta científicos. Con ocasión de su beatificación, la industria editorial aprovechando las emociones y los sentimientos que despertaba, presentaronnumerosos libros. Juan PabloII. La biografía, de la editorial San Pablo (Buenos Aires, 2011), lejos de la excitación del mercado, se propone como un trabajo de síntesis y traza un retrato global de Karol Wojtyla, con rigor histórico y también con la ambición de abarcar al personaje, su pensamiento, su visión del mundo.

Andrea Riccardi es uno de los más conocidos expertos en historia de la Iglesia contemporánea y, al mismo tiempo, protagonista de los acontecimientos eclesiales vividos durante el pontificado del Papa polaco. En 1968, diez años antes de la elección de Wojtyla, Riccardi fundó la Comunidad de Sant’Egidio, guiada, sostenida y alentada luego por el mismo Juan Pablo II. Riccardiha sido recientemente designado para integrar el Gobierno italiano del Primer Ministro Mario Monti, en el Ministerio de la Cooperación Internacional y la Integración, dada su sensibilidad social. Es docente de Historia Contemporánea en la Tercera Universidad de los estudios de Roma y en 2006 recibió el Doctorado Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica Argentina, por su trabajo por la paz y el diálogo ecuménico e interreligioso.

Esta biografía de Juan Pablo II es una investigación apasionada y apasionante, y al mismo tiempo rigurosa, sin retóricas. A través de los capítulos la vida de Karol Wojtyla es estudiada con documentos y testimonios (también el de su amigo y sucesor Joseph Ratzinger): la infancia y adolescencia difíciles, la pérdida de los afectos más queridos, el sacerdocio, la experiencia como obispo, y luego el largo pontificado. Detrás, los acontecimientos decisivos de la historia europea y mundial: desde la lucha contra el régimen comunista polaco a la caída del muro de Berlín.

Entre otras apreciaciones, Riccardi responde al interrogante: ¿Wojtyla ha sido el papa polaco “demasiado polaco”, como algunas voces decían con cierto desprecio? A partir de la constatación de que “Juan Pablo II no temió manifestar el amor por su patria, visitándola numerosas veces, para revindicar su historia personal. Polaco, entonces anticomunista, pero imposible de encerrar en una etiqueta: ligado a la tradición, pero no conservador, abierto al mundo, capaz de escuchar y de no temer la novedad, pero no progresista. Un Papa ‘muy nuevo’: eslavo sin duda, pero consciente de su rol de obispo de Roma, de primado de Italia, de jefe de la Iglesia universal; protagonista de un tiempo entre la guerra fría y la edad de la globalización, representa un papa ‘global’”. En esa línea, Juan Pablo II viajó mucho, visitó las parroquias romanas, recorrió Italia, Europa, el mundo.

El autor también logra expresar con claridadque Juan Pablo II se confrontó de manera severa con la teología de la liberación, contribuyó al desmoronamiento del universo soviético, quiso enfrentar las dificultades del diálogo ecuménico e interreligioso, colaborando de manera personal y creativa por un cambioepocal en las relaciones entre los católicos y los judíos, “hermanos mayores”.

En lo referente a América latina, el historiador italiano presenta la compleja relación entre la teología de la liberación y el pontífice polaco, preocupado porque no se vacíe el mensaje evangélico en un reduccionismo de color político. Destaca en tal sentido Riccardi: “Juan Pablo II está convencido de los riesgos de la teología de la liberación y de la necesidad de evitar un maridaje con el marxismo”. De este modo, las instrucciones acerca de esa corriente teológica “poseen una doble función: la primera entiende limitar la influencia del marxismo sobre la teología cristiana, la segunda afirmar el valor de la liberación para el cristianismo. Ambas corresponden a dos preocupaciones fundamentales de Wojtyla. No hay que infravalorar la segunda, puesto que en el pensamiento de Juan Pablo II la Iglesia tiene un mensaje de liberación. La conexión entrelas dos instrucciones quiere mostrar cómo el Papa no se alía con una posición defensiva e insensible a las cuestiones de la pobreza, si bien no es complaciente con una teología que recupera el marxismo o el uso de la violencia”.

Justamente el no uso de la violencia y la búsqueda de la paz son ejes que Riccardi subraya en el magisterio wojtyliano y en las elecciones pastorales hacia América latina. Desde la inédita mediación papal en 1978 por el conflicto del Beagle entre la Argentina y Chile, pasando por la búsqueda de una salida pacífica por la guerra de las islas Malvinas en 1982, hasta el acompañamiento para una transición pacífica en Chile y en Paraguay, a fines de los años ‘80, y la reivindicación de los derechos humanos avasallados en el continente, favoreciendo en todas las ocasiones el surgimiento de experiencias democráticas.

La investigación que Riccardi recoge en este volumen –560 páginas de profundas y de amena lectura– depura la figura de Wojtyla de los géneros hagiográficos o polémicos, para insertarla en el contexto histórico y global. Al concluir la lectura, el lector tiene la posibilidad de comprender de dónde había llegado el papa polaco, en qué dirección se orientó y hasta dónde condujo a la Iglesia. Una empresa valiosa que ayuda a penetrar en el pensamiento y en la personalidad de un hombre complejo, un místico, un filósofo, pero también un poeta que, en una obra de su juventud, escribía “yo creo que el hombre sufre, sobre todo, por falta de ‘visión’”. En síntesis, “alguien que no se resignó ante la historia y que no renunció a la esperanza de cambiarla y superarla. Fue un hombre que, incluso en los momentos más oscuros, buscó una visión de futuro, abriéndose camino entre los signos”.

 

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