En La argentina inconclusa, de Juan Archibaldo Lanús (El Ateneo, Bs. As., 2012), el autor observa el conflicto permanente que define la convivencia entre los argentinos y señala a la negación del otro como fundamento de la discordia. De Chapultepec al Beagle, más que una obra de consulta, es un clásico de las relaciones internacionales argentinas. Este y otros ensayos históricos de Juan Archibaldo Lanús, como Aquel Apogeo y Un mundo sin orillas, presentan una lectura inteligente que, fundada en una reconocida trayectoria diplomática, permite comprender el sentido de las direcciones diversas de un itinerario bicentenario, en perspectiva global. En otro momento, ya a fines de los ochenta, esa mirada inquisidora y reflexiva se centraría en nosotros mismos, dando como fruto La causa argentina.
La Argentina inconclusa pretende ser una obra de madurez y como tal, también de síntesis, donde el autor completa esa primigenia mirada hacia el interior, tratando de desentrañar una realidad amarga que a tantos argentinos atenaza sobre su destino: dicho en argentino tono gardeliano, su“vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. El resultado de un autoexamen sincero y honesto aparece con claridad en una fotografía de luces y sombras que el diplomático va trazando con presteza al modo de un autorretrato de nosotros mismos a lo largo de nuestra propia historia.
El diagnóstico lo expresa Lanús de un modo objetivo y sin lamentos inútiles, con sus propias palabras, a lo largo de siete capítulos: padecemos del persistente síndrome de una discordia interior, carecemos de una estrategia a largo plazo compartida por las mayorías y de procedimientos para lograr consensos. Las instituciones no interactúan de un modo estable y equilibrado. No hay un progreso en la convivencia democrática.
Fuerza vital, creatividad, ambición, no nos han faltado, acredita el embajador. Es otro factor clave su valoración de que el pueblo mantiene los ideales que fundaron su nacionalidad. Pero la nación deviene inconclusa porque está enferma: el funcionamiento del orden político está desnaturalizado, viviendo en inestabilidad y en incertidumbre constantes.
También forma parte de esa diagnosis el pecado social de la mentira, que no es un patrimonio del estamento político y que gangrena en metástasis recurrentes la pública, como un reflejo de la privada. Dicho en el lenguaje local, demostrativo de su arraigo: el reconocimiento de una verso existencial, la apariencia que ya señalara certeramente el mismo Ortega, producto del aprecio por un mundo ficticio, del que son un elocuente ejemplo los salarios no declarados, los acuerdos por izquierda, la Argentina en negro. Finalmente, el cáncer letal de la corrupción. Los resultados se expresan en conclusiones sencillas pero lacerantes, por ejemplo, que uno de cada cuatro argentinos vive en pobreza.
Lanús ve en la falta de convicción en ciertos valores imprescindibles, la causa profunda de esa rodada histórica que los argentinos interesadamente no quieren ver y que el mundo no alcanza a comprender. Amén de algunos aportes específicos como la participación de los aborígenes en las guerras independentistas y la exclusión juvenil, hay en el autor una mirada incisiva hacia la cultura, que centrándose en las conductas, refleja una ya proverbial sabiduría tocquevilliana: las costumbres son más importantes que las instituciones.
¿No hay acaso una profunda ensoñación adolescente en el “creemos ser lo que no somos” con que Lanús sintetiza una típica actitud de soberbia colectiva? Evitando esa tan común mirada maniquea que adjudica –de un modo representativo de su inmadurez– a los otros una propia responsabilidad, el autor termina en una consideración de la anomia como garante de la impunidad.
Al pasar revista en una mirada retrospectiva ala convivencia argentina signada por el conflicto permanente, el ojo clínico del padre de este lúcido ensayo histórico descubre así el síndrome de la discordia fundada en la negación del otro. Por eso recupera, con buen sentido criollo, en el interior del alma nacional, una sentencia olvidada: “los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera”. En la parte conclusiva, Juan Archibaldo Lanús desgrana diez premisas de carácter general para volver a vivir, que rematan en un reconocimiento del alma: la Argentina necesita una transformación desde el interior de sí misma.