Yerma, de Federico García Lorca, se presenta en el Teatro Nacional Cervantes con la dirección de Daniel Suárez Marzal y Malena Solda como actriz protagónica.Todo un desafío el que emprendió Daniel Suárez Marzal con esta nueva puesta de Yerma, de las tres grandes tragedias de Federico García Lorca la menos representada en Buenos Aires. En tanto que “poema trágico” agrega a su condición de tragedia de la tierra andaluza la presencia del verso, que se alterna con una prosa altamente poética y como tal cargada de símbolos. A ello se suma, como peculiaridad estructural, la falta de argumento dado que, como declaró el propio autor, lo que se propuso plantear es el desarrollo de un carácter cuya figura llena la escena, aun en los escasos momentos en que desaparece de ella. El público porteño tuvo oportunidad de ver –en los ‘60 y ‘70– las memorables interpretaciones que de este personaje hicieron dos grandes actrices como María Casares y Nuria Espert y esto, sin duda, también pesa a la hora de acometer la obra.
La infertilidad que desde el nombre estigmatiza a la protagonista sella su destino y el de su marido, pero no por causas biológicas, que aparecen cuestionadas en el propio texto, sino por la ausencia del deseo, en un doble sentido. A la frustración erótica –tema recurrente en la obra lorquiana– se le suma la resistencia a aceptar la falta del hijo –no compartida por el marido– o a buscarlo en otro hombre, todo lo cual determina la insolubilidad del conflicto que enfrenta la protagonista y que vive con un grado creciente de angustia. Es en este sentido que Suárez Marzal ve cifrado el carácter trágico de la obra.
Malena Solda fue la joven actriz convocada para el protagónico, y la apuesta fuerte de esta puesta. Un minucioso trabajo con el texto y su formación en el teatro clásico inglés, le permiten salir airosa de semejante compromiso. Con matizada expresividad, tanto en lo corporal como en lo vocal, Solda compone a esa mujer que cada vez con “más deseos y menos esperanzas” terminará acallando la fuente misma de su deseo. Sergio Surraco, como Juan, logra una vigorosa interpretación de ese marido que por ser tan distinto de Yerma se convierte en su antagonista y víctima. Algo deslucido es el trabajo de Pepe Monje como Víctor, figura contrastante con la de Juan y, como tal, centro del deseo inconfesado de Yerma. Tina Serrano, Ana María Castel y Susana Lanteri, aunque en breves intervenciones, confirman sus cualidades interpretativas. El ajustado trabajo de Omar Saravia, responsable de la coreografía y el diseño de movimiento, se luce no sólo en los bailes sino también en la original resolución de una escena coral por excelencia como es la de las lavanderas.
Suárez Marzal, cuyo respeto del texto original es casi absoluto, incorpora en esta puesta la música original escrita por el propio García Lorca y la del guitarrista flamenco Sebastián Expósito, cuya presencia en vivo se suma a la de un cantaor y una bailaora. En una pieza donde el sincretismo cultural propio de Andalucía se hace evidente resulta acertada la incorporación del flamenco. El desgarrado acento del “cante jondo” potencia la tensión creciente de algunas escenas, mientras que el canto y el baile encuadran el ritual entre pagano y cristiano de la romería. El diseño escenográfico de Marcelo Valiente propone un muro pétreo como fondo del escenario vacío –símbolo que remite no sólo a la adustez del paisaje sino también a la pareja–. Mediante estructuras rodantes se trasladan los escasos objetos que conforman estilizadamente el decorado, que sólo se vuelve marcadamente profuso en la recreación de la casa de la conjuradora Dolores, montada sobre una plataforma que se eleva del foso de la orquesta. La iluminación de Nicolás Trovato y el diseño y el cromatismo del vestuario de Mini Zuccheri contribuyen de manera efectiva a distinguir los ámbitos cerrados de los abiertos, en ninguno de los cuales logrará Yerma satisfacer su anhelo.