ayuso-2En villa 21-24, en el porteño barrio de Barracas, distintas colectividades celebran su fe unidas, pero según sus tradiciones, cada 8 de diciembre. Mañana calurosa y soleada de un sábado especial, víspera de una gran fiesta de religiosidad popular. Faltan diez minutos para las ocho y en el tinglado anexo a la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, en la villa 21-24, de Barracas, no cabe un alfiler: la misa que oficiará en guaraní el párroco, Lorenzo “Toto” de Vedia, está por comenzar. Mientras gran parte de los porteños descansa (es sábado y, además, feriado), vecinos y peregrinos de distintos puntos de la provincia y el conurbano bonaerense,  llegados para sumarse a la celebración, se preparan para iniciar una jornada que se extenderá hasta la medianoche.

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El 8 de diciembre se conmemora la Inmaculada Concepción y coincide con la festividad de la patrona del Paraguay, la Virgen de Caacupé. Es por esa razón que en Barracas es un día doblemente especial. Si bien la mayoría de los pobladores de la villa (que, con 45.000 habitantes es una de las más grandes de la Ciudad) son paraguayos, en sus casi 65 hectáreas conviven, entre otros, migrantes bolivianos y de las provincias del litoral y norte argentino, que se congregan en la fiesta religiosa más importante y esperada del año.

Una multitud de devotos participa de los festejos que comienzan el 7 de diciembre por la noche, en la llamada “Serenata a la Virgen”. Un día después, el cierre se concreta con la misa de las 20, a cargo del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. La muchedumbre se acerca a dar gracias, en cumplimiento de una promesa o, sencillamente, para compartir esa jornada en que homenajean, según sus tradiciones, principalmente a María pero, también, a todos sus santos: desde san Cayetano al Gauchito Gil.

“Este día celebramos a nuestra Madre, la Virgen Azul, que tanto bendice a nuestro barrio y que le ganó el corazón a tanta gente que no es del Paraguay, contagiando su fe”, dice el padre De Vedia durante su homilía del sábado por la mañana.

A las nueve, después de la misa, los vecinos y visitantes se preparan para iniciar la tradicional procesión que recorre los distintos sectores, capillas y ermitas del barrio durante casi doce horas. Llevan en andas, sobre tronos cargados al hombro de cuatro personas, dos imágenes de la Virgen Azul (como se conoce a la de Caacupé): la “histórica” (con medio siglo de permanencia en el barrio) y la “principal” (traída hace quince años del Paraguay por iniciativa del anterior párroco de Caacupé, el padre José María “Pepe” Di Paola). Además, muchos de los caminantes llevan a cuestas sus imágenes particulares: la Virgen de Copacabana, de Luján, el Gauchito Gil y San Expedito, entre otros.

Según el especialista en sociología de la religión Aldo Ameigeiras, la religiosidad popular es “la forma en que los sectores populares se vinculan con lo sagrado. Comprender lo que está en juego implica entender cuál es la trama en la cual cobra su significación, es decir, las características que tienen las culturas populares”. Y agrega: “En ese marco, se descubren elementos que dotan de significación a esas instancias de vinculación con lo sagrado, viendo la importancia que tiene el elemento mítico simbólico, lo celebrativo, lo que implica la fiesta”.

Para Carlos “Charly” Olivero, uno de los cuatro sacerdotes de la parroquia de Caacupé, la religiosidad popular se vincula según “cómo asume la religión el pueblo desde su vida”. Y dice: “Desde la Iglesia se plantea un modo de vivir la religión, pero cómo lo recibe el pueblo tiene que ver con su propia vida, con el modo en que lo va incorporando, mezclando con su folclore, sus tradiciones, su historia”.

Admite Ameigeiras que “cuando se estudia la diferenciación básica que se ha hecho en la sociología de la religión entre lo sagrado y lo profano y se la pone en juego en la realidad latinoamericana y de los grandes ámbitos urbanos y periféricos, donde hay procesos pluriculturales, de convergencia de grupos poblacionales, se descubre que esa distinción que era muy clara desde el punto de vista teórico comienza a ser cuestionada”. Para este docente del Programa Sociedad, Cultura y Religión del CEIL-CONICET, en esas circunstancias se advierte que “en el marco de la cultura popular lo sagrado es una dimensión más de la realidad. No apunta a otro mundo distinto, sino que hay un continuum, se distingue pero no se separa, y eso permite visualizar la profunda compenetración que existe entre la apreciación de lo sagrado en relación a la vida cotidiana”.

La caravana de fieles recorre los pasillos y calles de tierra atravesadas por guirnaldas, globos, flores de colores y banderitas de papel (del Vaticano, la Argentina y Paraguay). Frente a las casitas y casillas de ladrillos huecos y material sin revocar los vecinos colocan sus altares “caseros” –una mesita, una silla o el capot de un auto recubiertos por un mantel– y, encima, fotos de familiares, estampitas e imágenes de santos y botellas de plástico cargadas con agua para recibir la bendición. Un carrito con un megáfono acompaña la procesión animando a los presentes.

Al paso de los caminantes, se oyen los “¡Viva la Virgen!”, mientras suenan petardos y cañitas voladoras. Los vecinos que no participan de la marcha les ofrecen lo que tienen: agua, gaseosas y jugos que colocan en grandes jarras u ollas frente a sus puertas; reparten helados, galletitas, gelatina en vasitos de plástico, alfajores o comidas caseras como sopa paraguaya y chipás guazú. Es un día de fiesta.

“La oportunidad que implica la celebración festiva atraviesa distintos sectores sociales e implica una instancia de muy fuerte cohesión”, asegura Ameigeiras, y cita una frase del antropólogo brasileño Carlos Steil: “La fiesta siempre es una polifonía de voces. Es un ámbito enormemente polisémico, donde hay muchos sentidos: unos irán por un motivo, otros por otro, pero todos están ahí celebrando festivamente, remarcando el carácter fuertemente celebrativo de la cultura popular”.

Los promeseros

Aquí está Rosa, esperando junto a sus hijos y nietos el paso de la procesión frente a la puerta de su casa, en Tres Rosas, el sector de la villa donde vive. En una mesa cubierta con un mantel colorado hay una gran imagen del Gauchito Gil escoltado por las de la Virgen de Luján e Itatí. De las rejas que cubren la entrada, cuelgan banderas con la oración al gaucho correntino; aquí y allá hay floreros con rosas carmesí de fantasía. “Lo armamos todos los años los 8 de enero y diciembre, los días del Gauchito Gil y la Virgen”, explica.

¿Cómo conviven el Gauchito Gil con la Virgen de Caacupé? Según Ameigeiras, la religiosidad popular tiene “otra mirada, cuya apreciación hace que no se separe de forma dicotómica el mundo de lo sagrado y el de lo profano, de lo natural y lo sobrenatural, que en las culturas populares están profundamente compenetrados. Por eso, no se visualiza un conflicto en ir a la fiesta de la Virgen y rezarle al Gauchito Gil o a san la Muerte: porque son todas instancias en que lo sagrado se manifiesta”.

En las vestimentas de los fieles, el color que predomina es el mismo que el del manto de la Virgen de Caacupé. En el Grupo de Hombres, encargado de escoltar las imágenes durante su recorrido por la villa, prevalecen capas azules. Además, las mujeres se engalanan o visten a sus hijos con polleras, camisas y pantalones que ellas confeccionan o compran para la ocasión. Las amigas Adelina y Felicia que, a sus 76 años, hace 40 y 10 respectivamente que participan de la procesión –sobrellevando varias horas de caminata bajo el sol– lucen sus vestidos azules. Además, aros, collares y hasta las uñas del mismo color. “Somos promeseras”, dice orgullosa Adelina. Y asegura: “Le pedimos a la Virgen y cumplimos con nuestra promesa de vestirnos así en su día”.

La misma promesa hizo Anselma Fernández quien, cuando no viaja a Paraguay, su país de origen, para peregrinar al santuario de Caacupé, se acerca desde Wilde, donde vive, hasta Barracas. Lleva un vestido hecho con sus manos en cumplimiento de una promesa por su hijo, Luis Cesar Ortigoza, que el 26 de marzo pasado, con 51 años, sufrió un ACV. “Estuvo un mes y medio como muerto –describe Anselma, de 71–. Le pedí mucho a la Virgen y ahora está bien”.

Fabiana Anabela Almeida es otra promesera que infaltablemente da el presente. Ama de casa, vive en Quilmes, en el barrio San Cayetano, y tiene dos hijos, de diez y cinco años. “Cuando mi hija Jimena tenía ocho meses sufrió una infección intestinal y estuvo muy grave; por eso le pedimos muchísimo a la Virgen que se recupere”, cuenta. “La promesa fue que, si sanaba, mi hija se iba a vestir de bailarina paraguaya e íbamos a ir a la procesión que organiza la Parroquia de Caacupé. Desde que se curó, todos los años cumplimos”.

Sobre la fuerte presencia de la noción del milagro, Ameigeiras sostiene que la religiosidad popular “es un recurso simbólico fundamental de estos sectores, una instancia de sentido muy fuerte que posibilita contar con un elemento clave en múltiples situaciones de la vida sin estar disociado de ésta; no es un elemento extraordinario”. Y agrega: hay una noción distinta del milagro, “que no es la institucional”, lo cual está “fuertemente vinculado al carácter cosmológico y holístico”.

La sangre llama

A María Estela Palacios en el barrio todos la conocen como “La Cuerva” (por ser fanática de San Lorenzo). Tiene 42 años y, de padres paraguayos, nació, se crío y vive en la villa. Cuando era chica y llegaba el 8 de diciembre, recuerda, los vecinos se organizaban para bailar las danzas típicas del Paraguay, como la galopera y la polca. Hoy como ayer, las colectividades del barrio continúan rindiendo homenaje a la Virgen con sus tradiciones. “Es muy importante mantener las tradiciones. Nunca hay que olvidarse de dónde venimos. Yo soy argentina, tengo mis propias costumbres, pero también tengo sangre guaraní y de eso no me olvido”, dice.

La sangre guaraní también corre por las venas de Andresa Aquino, que tiene 66 y nació en Pirayú, Paraguay. Cuando vivía allí, todos los 8 del último mes del año peregrinaba con su familia a pie, atravesando el cerro, los 20 kilómetros que separan Pirayú de Caacupé. En 1971 se instaló en Barracas junto a su marido, en una casilla sobre la calle Luna, y vivió allí durante más de treinta años. Y, si bien en 2003 se mudó a Claypole, siempre se acerca a la parroquia de Caacupé para colaborar en la cocina. “Este año me toca preparar mbejú, la comida que más quieren nuestros paisanos”.

La presencia boliviana también es muy grande en el barrio. La familia Soria Villaruel coloca cada año en una mesita sobre su vereda la imagen de la Virgen, acompañada de otra que la triplica en tamaño: es la de Copacabana, patrona de Bolivia, con un manto rosado y una gran corona plateada. “Es una Virgen con historia porque la trajo mi abuela materna, Teresa, desde Bolivia”, cuenta Jenny, de 29 años. “Mi mamá, Miriam, fue quien le hizo a mano el traje”.

Ameigeiras sostiene que “la simbología hace al lenguaje primero de la experiencia religiosa, es una instancia fontanal de la misma. Y el símbolo religioso es muy relacional: genera un hecho social. No sólo es fecundo en significación sino que, a su vez, se articula con lo emocional”. Y sigue: “La cultura popular latinoamericana es fuertemente mítico-simbólica, y el catolicismo popular asume esa característica: el caso de la celebración mariana es típico”.

Según el padre Charly Olivero “los símbolos tienen que ver con la cultura, con el tiempo de la niñez, con el país de origen, que es la patria, `la matria´ como decía (Miguel de) Unamuno, el lugar donde uno vuelve. Y lo religioso también vuelve sobre ese mismo sector del alma, sobre esos recuerdos que se expresan en símbolos que tienen sentido en la historia”.

1 Readers Commented

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  1. Mariel Marconato on 22 enero, 2013

    Me parece muy conmovedora la cosmovisión religiosa de estas culturas y celebraciones populares,en las que,como se señala en el artículo,lo sagrado está integrando, naturalmente, su identidad personal y social,dando luz , sentido y respuestas a las necesidades básicas de la vida cotidiana, salud, trabajo,vida comunitaria,celebraciones,etc.»Tu fe te ha salvado»Mt.9:21-22 Y,tal vez,una gran fortaleza y una esperanza sólida para aceptar las enfermedades y la muerte.Las culturas «evolucionadas y superiores»,habiendo excluido lo sagrado- por una larga historia filosófica-están dando indicios de la necesidad vital del ser humano de recuperarlo…

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