El autor de la nota, arquitecto y urbanista, recupera el perfil de su colega brasileño, que falleció a los 104 años, y revalora su obra. Escribo estas líneas el sábado 15 de diciembre de 2012, fecha en la que el arquitecto Oscar Niemeyer hubiera cumplido 105 años si la muerte, esa señora que no se rige por leyes y aparece de un modo por lo general azaroso y errático, no lo hubiera llamado diez días antes.

A raíz de las numerosas y justificadas notas que se publicaron para comentar su fallecimiento, hubo muchas expresiones que merecen alguna aclaración, sobre todo con la intención de evitar esa tendencia a rotular con facilidad a figuras de tan alto nivel. En la mayoría de las necrológicas pudo leerse que Niemeyer fue autor de obras de arquitectura “funcionalista” y “racionalista”, calificativos que a mi modo de ver no se compadecen en absoluto con su producción.

Por eso, y por el respeto que me merecen los lectores apartados de los temas de la arquitectura y el urbanismo, voy a procurar enhebrar algunas reflexiones para una aproximación al creador que acaba de partir.

Recuerdos

Lo conocí en febrero de 1956, cuando un grupo de cuatro arquitectos recién graduados en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA viajamos a Brasil con una beca concedida por su flamante rector, José Luis Romero. Al llegar a Río, nuestro primer objetivo fue ir a su estudio, en un edificio de Copacabana frente al mar.

Después de subir un piso por escalera, ya que el ascensor no llegaba al piso superior de aquella construcción nada suntuosa, nos recibió en shorts un hombre bien parecido de mirada punzante y sonrisa seductora. Su trato nos pareció atractivo y convincente, abriéndose un diálogo enriquecedor; y la experiencia se completaría con un convite a cenar en su casa. En efecto, con un gesto infrecuente en alguien que en ese momento se convertía en uno de los ejecutores del “Operativo Brasilia”, nos invitaba a visitarlo en una vivienda que ya era publicada en muchas revistas de arquitectura del mundo entero. Allí se prolongó la conversación de la mañana con notas de humor y recomendaciones varias.

Nuestro viaje había comenzado en el puerto de Santos, ya que llegamos por barco, y seguiríamos por tierra, primero a San Pablo. Luego fuimos una semana a la capital, y a esta altura destaco que en el trayecto desde la estación de tren al centro de Río de Janeiro vimos algunos buses y grupos de ciudadanos que al grito de ¡Juscelino! celebraban la asunción del nuevo Presidente de Brasil, de modo que nuestra llegada coincidía con un acontecimiento político y social. Por su amistad con el presidente Juscelino Kubitschek, Niemeyer, que había realizado con él obras ya muy celebradas en la ciudad de Pampulha, se convertiría en su asesor en un período memorable en la historia de Brasil, porque una de las primeras decisiones de Kubitschek era la construcción de una nueva capital en el interior profundo de su vasto territorio. Y esa ciudad, bautizada como Brasilia, se levantaría según el diseño de Lucio Costa y con sus principales edificios proyectados por Niemeyer.

Éste, que terminó sus estudios secundarios a los 21 años y un lustro después se graduaría como ingeniero-arquitecto, antes de recibir su título empezó a trabajar en el estudio del arquitecto y urbanista Lucio Costa en los años 1932-33. En 1939 –corresponde aclarar que nunca fueron amigos– viajaron juntos a Nueva York para levantar el Pabellón de Brasil en la Feria Mundial.

En 1940 el alcalde de Belo Horizonte, Juscelino Kubitschek, encargó a Niemeyer un conjunto de edificios en el contorno del lago artificial de Pampulha. El proyecto incluía temas variados como un club náutico y una iglesia, un club nocturno y un casino, y sirvió para que Niemeyer pudiera dar a conocer su rico repertorio expresivo.

A comienzos de los ‘50 volvería a Nueva York para participar con Le Corbusier y un equipo de notables en el proyecto de la sede de las Naciones Unidas en Manhattan, trabajo en el que el brasileño tendría protagonismo y que le hizo decir: “Conmigo fue egoísta y no se portó bien, pero Le Corbusier era un gran arquitecto”. Lo cierto es que los rasgos del conjunto fueron del brasilero y el suizo no se los atribuyó. Honor al mérito.

Sobre Brasilia

Hace poco, al cumplirse los primeros 50 años de la capital del Brasil, tuve ocasión de viajar allí por primera vez. Eso me permitió conocer los aciertos de Niemeyer junto con los yerros de Lucio Costa. Porque nadie pretende ponderar los méritos de Oscar en el campo del urbanismo, cuando sus cualidades se sitúan en la arquitectura.

Desde un punto de vista específicamente urbano, a mi juicio, Brasilia no se puede considerar una experiencia positiva. Antes bien, tal como la definí a mi regreso, es “un parque temático de arquitectura” donde se lucen las obras de Oscar Niemeyer y otros buenos colegas brasileños.

Pero no alcanza la estatura de una ciudad en el sentido cabal del vocablo. No es este escrito el indicado para desarrollar una crítica exhaustiva en términos de planeamiento ciudadano, pero sí es pertinente alejar al recién fallecido de la autoría de la capital, cuando su rol se limitó al diseño de los edificios.

Y en este orden de ideas quisiera también formular algunas precisiones. En la recorrida clásica que hacen los visitantes, hay puntos culminantes por la belleza del paisaje edilicio, lugares donde se pondera la creatividad y la destreza de Niemeyer para concretar en hormigón y cristal las ideas que nacían en sus trazos de lápiz blando, en las curvas mórbidas que evocan una caligrafía sensual de contornos femeninos (génesis que Oscar nunca ha negado). En ese itinerario, la Plaza de los Tres Poderes es un hito inevitable, con alto nivel en el Palacio de Alvorada y el Congreso.

Permítaseme aquí un paréntesis con el fin de volver al inicio. Para recusar la filiación de “funcionalista” o “racionalista” basta observar estas obras para comprobar el genial manejo de las formas y la negación de principios consagrados por la razón (por ejemplo, en los arcos invertidos de la Casa de Gobierno, que revelan la búsqueda plástica por encima de la lógica estructural), con un resultado ciertamente fascinante. Algo análogo acontece en Itamaratí, donde una bella escalera circular sin baranda se eleva en medio de un espacio espectacular.

Pero aquellas etiquetas se niegan a sí mismas cuando se recuerdan algunas afirmaciones del creador: “Yo no tenía mucho aprecio por el ángulo recto y pensaba que el hormigón armado

permitía lenguajes distintos”, o “cuando fui a Pampulha quería luchar contra el ángulo recto, y después fue en Brasilia. Ya antes de eso había percibido que el racionalismo no tenía sentido”. Y cita a Martín Heidegger al afirmar que la razón es enemiga de la imaginación.

Palabras finales

En un punto discrepo con el admirado Oscar, porque entre sus obras dilectas menciona la Catedral de Brasilia. Es una estructura admirable, casi se me escapa decir “una escultura”, porque esa es la impresión: una maqueta en escala natural. Pero al ingresar no tuve la menor conmoción espiritual (como la que experimenté, por ejemplo, en Santa María dei Fiore, en Florencia, que me sumió en llanto). Es extraño ver a la gente deambular por ese vasto recinto como se camina en una exposición o una feria, sin un sentido direccional ni una sensación emotiva. Puede entenderse: la experiencia religiosa estaba ajena a la sensibilidad del artista.

Está claro, me parece, que Oscar Niemeyer fue un creador que utilizaba una gran libertad imaginativa en sus invenciones, un hedonista que seguía los trazos del grafito blando como si la mano lo arrastrara en una aventura creativa sin barreras. Que descanse en paz.

El autor es arquitecto.

1 Readers Commented

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  1. norman ramirez on 2 marzo, 2013

    NO estoy de acuerdo con su critica a la catedral de brasilia, pienso q’ ya desde el ingreso (en penumbra) para llegar a un lugar ¨lleno¨de luz espiritual es un logro a la sensibilidad, sin embargo el articulo es muy bueno saludos norman13

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