El arquitecto japonés Toyo Ito ganó el premio Pritzker de Arquitectura 2013, considerado el máximo galardón mundial de la disciplina. Su colega argentino, autor de este artículo, explica el merecido reconocimiento internacional.
El año del Bicentenario llegaba a su fin y con algunos colegas programábamos el posible viaje a Tokio para participar del Congreso Mundial de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) que tenía, como atractivo adicional, el hecho de que se utilizaría como sede del encuentro aquella obra tan singular que realizara nuestro amigo y colega, Rafael Viñoly: el ya célebre Forum de Tokio.
En los primeros días de 2011 empezaron las gestiones para un viaje de conjunto organizado por la Sociedad Central de Arquitectos, en el que además de Tokio, yo sugerí la inclusión de Sendai, con la intención expresa de visitar una obra que era, a mi juicio, una bisagra en el panorama arquitectónico del siglo XXI: la Mediateca de Sendai diseñada por Toyo Ito.
Todas aquellas proyecciones se disolvieron para mí cuando el 11 de marzo se abatió sobre la isla nipona el terremoto y el tsunami que produciría una trágica mortandad y un halo fúnebre que disiparía todas las ilusiones al revelarse que el epicentro se ubicaba en Sendai, precisamente allí. Ese año, el autor de aquella realización excepcional cumplía 70 años –cosa curiosa, cuando estallaron las dos bombas atómicas, en un ataque que culminó el 7 de agosto de 1945 en Hiroshima, Toyo Ito tenía cuatro años, lo que lo vincula de algún modo con aquella experiencia imborrable–.
Ignoro si existe una circunstancia que funcione de modo inverso a la ya célebre Ley de Murphy, lo cierto es que una serie hilvanada de hechos se fueron sucediendo en mi favor. Recibí el encargo de escribir un texto a propósito del premio otorgado a Toyo Ito y decidí, después de varios años de intensa labor sin reposo, pasar una semana en Villa Gesell, período en el cual aprovecharía para redactarlo. He aquí que mi anfitrión, Carlos Moratinos, gran amigo que ejerce a la vez las funciones de arquitecto y hotelero, me ofrece como lectura recomendada un libro que debo confesar que, de no mediar esa sugerencia, no hubiera leído jamás. Se trata de una novela de Juan Forn cuyo título, María Domecq (Emecé/Cruz del Sur, 2011) carece del atractivo casi magnético que me atrapó apenas comencé a leerlo. Y como un regalo inesperado (que confirma aquella referencia a una ley benevolente para conmigo) hay desde el inicio un lúcido y documentado análisis de la recóndita armonía sumergida en lo profundo del espíritu japonés.
Retorno, pues, al propósito de estas líneas, que no es, ciertamente, trazar una biografía –cosa que hoy se obtiene presionando un par de teclas– sino exaltar una personalidad de rasgos singulares. Porque hay premios que no se discuten, premios que no hacen más que poner el acento en alguien a quien hace años consideramos en la cumbre del paisaje arquitectónico de las últimas décadas. Y esto es lo que aconteció al conocerse la decisión del jurado del Premio Pritzker 2013.
La Mediateca de Sendai
Para describirlo de manera sintética, se trata de un edificio cuya planta se resume en un cuadrado de 50 por 50 metros, con 13 agujeros (de entre 2 y 9 metros de diámetro) que atraviesan toda la construcción, de arriba abajo. Aunque muchos lo definen como un “cubo”, en realidad el volumen tiene 36 metros de altura.
La realización muestra un concepto similar a la construcción naval, con planchas de acero en dos capas separadas 80 centímetros entre sí, con perfiles de chapa de acero que forman un reticulado interior. Así son los siete planos que forman los pisos del edificio con las perforaciones mencionadas más arriba, una de las cuales contiene las circulaciones verticales.
Aunque pueda parecer extraño, los agujeros configuran la estructura, que se materializa en una serie de tubos de acero –una especie de bosque de bambú– de un diseño a la vez rectilíneo y ondulante. De este modo, Toyo Ito crea un esqueleto sutil y firme, con una concepción arbórea (hay que recordar que Sendai es conocida como “la ciudad de los árboles”) que, diez años después de construida, pudo superar el peor terremoto padecido por Japón, el 11 de marzo de 2011, en el que la Mediateca siguió en pie mientras 73 mil edificios quedaban destruidos o inutilizados por el sismo. Un video difundido por Los Angeles Times, registrado por un aficionado en el interior del edificio, muestra, entre sirenas y un breve corte de luz, las oscilaciones del edificio sin daños visibles.
Aquella imagen del bosque de bambú resultó valiosa y providencial al retratar el comportamiento de la construcción ante un siniestro de esa intensidad y magnitud.
El proyecto, fiel a los primeros croquis del autor, se fue modificando a lo largo de su materialización en un proceso dialéctico con la ciudadanía de Sendai y en relación continua entre ésta y el arquitecto. Con una caligrafía firme, segura y vigorosa, Toyo Ito traza en esos dibujos iniciales un proyecto creativo y casi musical.
Hay en esta realización singular un ingrediente esencial que es, a mi modo de ver, el misterio. La fluidez de un espacio con perspectivas cambiantes, sorprendentes e inesperadas. El encanto sensorial de las transparencias, de los planos translúcidos y la poesía esencial de un planteo fantasioso y al mismo tiempo gentil: el rostro de una arquitectura que da la bienvenida, como un anfitrión amable y generoso.
Se trata de un edificio multifuncional (esencia de lo que se entiende por Mediateca), abierto y cambiante, dinámico y modificable. Sus cuatro fachadas son diferentes, adaptadas con cuidado a las diferentes orientaciones solares, y se muestran a la ciudad con un lenguaje que es a la vez globalizador y local (asimilado a la imagen de los árboles del contorno).
En consonancia con el criterio sustentable del proyecto, los materiales utilizados son reciclables, como el acero y el cristal, proponiendo cerramientos de lamas de vidrio translúcido y placas de yeso. Toyo Ito había planteado cinco deseos: no crear juntas, vigas ni paredes; no crear “habitación” ni crear arquitectura. “Lo maravilloso sería –decía el autor– una arquitectura que no tuviera forma, ligera como el viento”. Y a fe que lo ha logrado.
Nota Aclaratoria
Quince años atrás, y gracias a las gestiones del inolvidable Jorge Glusberg, Toyo Ito llegaba a Buenos Aires para participar de la 7ª Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires, realizada en la sala del Teatro Coliseo, donde disertó en la última sesión, junto con Justo Solsona. Era el año 1997, y volvería a visitar nuestra ciudad dos años después, en la 8 Edición de la Bienal, esta vez en el Centro Cultural de la Recoleta.