Impresiones de ARCO, una de las principales ferias de arte contemporáneo del circuito internacional.
Con la visita oficial de los Príncipes de Asturias y con la dirección de Carlos Urroz por cuarto año consecutivo, se desarrolló la 33° edición de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo ARCO, con la estimulante noticia, comunicada por Hacienda a menos de un mes de empezar la feria, de la baja del IVA del 21 al 10% para las compras de obras de arte. Fue una semana de intensísima actividad para el mundillo del arte contemporáneo llegado en viaje relámpago desde los cuatro puntos cardinales a la cita en Madrid.
Hubo, como siempre, un país invitado: esta vez fue Finlandia, que desembarcó con trece galerías y un espacio dedicado al Kiasma, el museo más importante del país y uno de los de referencia en el panorama nórdico del arte contemporáneo (el edificio diseñado por el norteamericano Steven Holl es una cita ineludible para quien visite Helsinki). Los finlandeses saben combinar a la perfección la seriedad, ese minimalismo clásico-moderno, con los toques más extravagantes y un sentido del humor bastante bizarro (al menos para quien procede de una cultura más mediterránea). La selección del envío finlandés estuvo a cargo de Kleevi Haapala, de quien rescato algunas ideas tomadas de un interesantísimo intercambio con el crítico español Martí Manen: “La herencia cultural del modernismo está muy presente en la vida cultural de Finlandia. Diría que el componente narrativo del videoarte, el cine y el arte audiovisual es muy potente. ¡Somos narradores!”. Sin lugar a dudas el videoarte es lo más interesante de la propuesta finlandesa, y en especial un género al que han dado en llamar “docuficcion” . Confirmé esta intuición al encontrar en el Centro Reina Sofía una exposición dedicada al cineasta Aki Kaurismaki.
Pero con el foco en la feria en general y en lo que concierne a las galerías que ya son habituées, pude observar este año una escala más humana, menos efectismo y espectacularidad. Recuerdo entrar a ARCO en el 2006 y encontrarme con un enorme torso de resina de poliéster de unos 15 metros de alto firmado por Damien Hirst, réplica gigante y tridimensional de esas láminas que en los libros de anatomía enseñaban las vísceras como en vidriera. Ese tipo de obra –revulsiva, provocativa y sobredimensionada– brilló por su ausencia este año. Asimismo me sorprendió un equilibrio de porcentajes entre fotografía, pintura, escultura y videoinstalación. Años atrás, se llegó a hablar –por enésima vez– de la muerte de la pintura, y en esta edición de ARCO tengo el gusto de asegurarles que el muerto goza de muy buena salud. De hecho, la obra mejor valuada de la feria fue una pintura de Gerhard Richter, hecha a puro empaste de materia y color sobre un lienzo que no excedía el metro sesenta: 8,5 millones de euros en la Galería Michael Schultz de Berlín.
Menos espectacularidad y más obras “para llevarse a casa”, una alegría para mí ver menos presencia de lo digital , que aunque sigue a la orden del día, ya no acapara todo. Incluso en el caso de la fotografía, las temáticas abordadas son marcadamente sociales y no tanto experimentaciones cibernéticas. Se vio mucha obra en papel, grafía y tinta, entre los que caben destacarse el stand del venezolano-neoyorkino Henrique Faría, con exquisitas tintas de Mirta Dermisache, artista fallecida en 2012, que en estos papeles hoy ligeramente amarilleados ensaya una semántica abierta en la que adivinamos el formato de una carta y una caligrafía, pero de trazos ilegibles: una refinadísima referencia a la censura política de los años ‘70.
La laboriosidad, un rasgo que estaba ausente en el arte de vanguardia, reaparece y en especial en el sector “Solo Projects”, dedicado a Latinoamérica y concebido como centro de investigación. La artista limeña Andrea Canepa hace una minuciosa deconstrucción de la realidad, en la galería WU. Se trata de 3700 papelitos que cubren prolijamente las cuatro paredes de la sala generando una trama visual de luces y sombras. La artista desarmó un ramo de flores y llegó a desmontar cada una de sus partes para luego dibujarlas en estos papelitos. Esa laboriosidad obsesiva se repite en la obra de Marlene Stamm, cuya instalación reproduce en 560 acuarelas seis horas de luz, dibujando las formas que fueron tomando los fósforos que la artista, en una especie de performance–meditativa, encendía y miraba apagarse… Este deleite por lo detallado se ve también en el espacio de la galería argentina Zavaleta Lab, que presentó a Monica Millán, artista oriunda de la provincia de Misiones, quien emplea en su obra encajes de aguja artesanales hechos por mujeres paraguayas y los reelabora en forma de tapices que cuelgan sin bastidor. También Andrea Canepa se sirve de bordados figurativos comprados en mercadillos para recomponerlos en composiciones abstractas.
La presencia argentina fue poca pero de buena calidad. La galería Jorge Mara-La Ruche reincidió, y enhorabuena, con la obra de Eduardo Stupía. Aquí otra vez aparecen grafías en distintas versiones de tinta o acrílico, según sea el soporte de tela o papel. Simultánea a esta participación en ARCO, hubo otra muestra de Stupía en el Círculo de Bellas Artes, con tintas y collages que dialogan con fragmentos del diario de Ricardo Piglia.
El plato fuerte argentino fue, sin duda, la Galería del Infinito, cuya directora, Estela Totah, viene apostando hace años a Julio Le Parc; esta vez con obras muy importantes por su calidad y tamaño. Otra argentina que dio que hablar es Liliana Porter, residente hace años en Nueva York. En las paredes blancas de su stand se proyectaron las sombras de los visitantes, pero ella ofrecía pintarte la tuya… y en tu casa. El precio es “módico”: 75 mil dólares.
Está claro que lo efímero aún tiene cabida y en esta feria su lugar fue el stand de Barbara Gross de Munich. Allí se encuentran los trabajos de Karin Sander, correspondientes a la serie “Mailed Painting”, donde la obra de arte es el embalaje del envío postal.
Y para cerrar estas palabras con más palabras, una mención a la obra de Mónica Bengoa en la galería chilena de Isabel Aninat. La instalación consistió en cuatro enormes trozos de fieltro negro que colgaban a manera de papiros sobre paredes pintadas de gris. En estos enormes fieltros leímos fragmentos del libro Lo infraordinario del escritor francés Georges Perec . Estas palabras –caladas a través de algún procedimiento mecánico– van perdiendo sus letras que se amontonan en el suelo como se acumulan las hojas de los árboles en otoño. Tal vez los tiempos de crisis sean los tiempos más fecundos para la poesía.
ARCO ha tomado tanto vuelo y se volvió tan vanguardista , que ha sido necesario inventar otras ferias –simultáneas– adonde encontraran su espacio artistas vivos consagrados pero menos “novedosos”, y el arte de artistas jóvenes emergentes, con precios por debajo de los 6 mil euros.
Así nació hace ocho años ArtMadrid, con sede actualmente en el magnífico Palacio de Cibeles –ex sede del Correo y del Ayuntamiento–, donde puede uno deleitarse con decenas de Tapiès Chillida, Miró, Millares, Mompó y todo ese arte español y universal de la segunda mitad del siglo XX.
Más joven aún, Just Mad, con sede este año en el Colegio de Arquitectos, se especializa en artistas noveles con valores debajo de los 8 mil euros. Son varias galerias las que participan en las tres ferias.
En el Museo Lazaro Galdiano pudieron verse pertenecientes a la colección de Aníbal y Marlise Jozami. El nombre de la muestra es “Entretiempos” y la curaduría corresponde a Diana Wechsler, asesora permanente de la colección iniciada hace ya 35 años. Intervención, convergencia, analogía, cita y parodia son algunas de las situaciones buscadas –y provocadas– con la inclusión de estas presencias contemporáneas que llegan desde Sudamérica para alterar la serenidad de las salas del museo y su inestimable acervo de arte barroco, renacentista y medieval. El choque que provoca la disonancia entre obras antiguas y contemporáneas hace que se echen mutuamente nueva luz. Sirva de ejemplo el contrapunto de la Pietá renacentista flamenca con un video del argentino Carlos Trilnick que repite la iconografía de La Piedad al filmar a una mujer y un joven en su regazo, ambos cartoneros, en una esquina de Buenos Aires. La indiferencia de los peatones, el trafico porteño y sus taxis amarillos y negros hacen las veces de paisaje de fondo.