literatura-gabriel-garcia-marquezEl catedrático colombiano Javier Darío Restrepo, a cargo del consultorio ético de la Fundación Nuevo Periodismo, recupera el talento de Gabriel García Márquez como periodista y su influencia en una nueva forma de ejercer el oficio de informar en toda América latina.

marquez“¿Cómo va a ser la vaina?” me preguntó desde una esquina del corredor, mientras veíamos entrar a los periodistas que iban a ser parte del primer taller de ética de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Gabriel García Márquez había sido el principal promotor de ese taller y estaba allí para participar en esta experiencia; la consideró tan importante que llegó a sugerir que en adelante, todos los talleres, sobre cualquier tema –investigación, redacción, crónica, etc.–, tuvieran un componente ético.

Le expliqué que todo giraría alrededor de casos concretos, de esos en los que un periodista tiene que resolver, él solo, sus propios dilemas éticos; que el discurso teórico estaría subordinado a esas situaciones cotidianas y que se impondría así la conclusión de que en periodismo la técnica y la ética están indisolublemente unidas. Asintió vigorosamente y agregó, sentencioso: “Están tan unidos como el zumbido y el moscardón”. Fue la expresión que utilizaría después, ante la SIP, en su conferencia de Los Ángeles.

Con los años llegué a entender lo que hoy para mí es una certeza que parte de ese episodio: el periodismo se reveló, con una dimensión diferente, en Gabriel García Márquez. Sus trabajos periodísticos mostraron una técnica y un espíritu distintos  pero, además, expresó una concepción del ejercicio profesional renovadora y ambiciosa. Por eso siento que con Gabriel el periodismo comenzó a ser algo diferente.

Un periodismo más ético y técnico

En aquel taller los casos expuestos por los periodistas ilustraron la convicción común sobre la prioridad que usualmente se le concede a lo técnico, fundada en la idea de que una buena redacción, un acertado manejo de las preguntas, eficaces técnicas de investigación, o el manejo inteligente dela información son lo fundamental. Pero las realidades traídas a cuento, las reflexiones del propio Gabriel y de los asistentes hicieron emerger planteamientos como el de Eugene Goodwin, citado en alguna de las sesiones: “Los periodistas más éticos del gremio se descubren detrás de las operaciones periodísticas de calidad, grandes y pequeñas. Hay muchos periodistas que nunca tienen la oportunidad de aprender y practicar un periodismo ético y de calidad, porque trabajan para operaciones desaliñadas que cubren la noticia sólo superficialmente”.

La verdad de los detalles

Gabriel escribía, por esos días, Noticia de un secuestro, que se convirtió en referencia constante del quehacer periodístico, como aquel inolvidable relato, durante un almuerzo, sobre la intensa labor de reportería que él había hecho para averiguar detalles, triviales al parecer, como el perfume, el color del lápiz labial y el material del vestido que llevaba una de las secuestradas el día en que la asesinaron.

¿Pero eso es verdad o novela? observó uno de los periodistas, admirado por la precisión de los detalles. Entonces Gabriel explicó que se trataba de datos comprobados porque, afirmó, si cambias el color de los ojos de alguien en una crónica toda la verdad del relato se debilita.

Ratificaría después esa exigencia de exactitud en diversas ocasiones, como su conferencia en Los Ángeles, al hablar de “la noticia completa”, que es “el relato tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos”.

En esa misma conferencia definió al periodismo como “esa pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”.

De acuerdo con su concepción, el periodista no puede entregar a los lectores menos que la realidad misma, principio que explica su minuciosa recolección de los detalles de esa realidad, que fue una práctica destacada desde sus comienzos como reportero.

En 1954 un alud en las montañas que rodean a Medellín fue la noticia que el diario El Espectador le encomendó a su enviado especial Gabriel García Márquez. Tras un intenso trabajo de reportería, encabezó así su primer reportaje: “El lunes 12 de julio, un poco antes de las siete de la mañana, los niños Jorge Alirio y Licirio Caro, de once y ocho años, salieron a cortar leña. Era un trabajo que realizaban tres veces por semana, con un pequeño machete de cachas de cuerno, gastado por el uso”. Esta minuciosidad para registrar el detalle que llena de credibilidad el relato fue un descubrimiento para los periodistas que concurrieron a sus talleres de crónica. De allí salieron con una visión distinta del oficio.

Comunicación con el lector

En la misma conferencia de Los Ángeles, Gabriel echó de menos otra calidad del periodismo, que él se propuso poner en circulación. Compartió con los directores de periódicos del continente su sensación de vacío ante “las salas de redacción donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores”. Y anotó: “La deshumanización es galopante”.

En los periódicos colombianos se publicaron en estos días reportajes suyos con Hugo Chávez, con el ex presidente Clinton, con Emma Castro, la hermana de Fidel, con Shakira, o sobre el bombardeo atómico a Hiroshima. Al releerlos los periodistas debimos tomar nota de esos primeros párrafos cuidadosamente redactados con el pensamiento puesto en el lector. Su intención era atraparlo, meterlo en una realidad que él debía conocer, eliminar obstáculos y llevarlo a la comprensión de un personaje o de un hecho real del que le conviene estar al tanto. “Lo primero que llama la atención de William Jefferson Clinton es su estatura”. “Una muchacha alta, delgada, de maneras distinguidas y un extraordinario parecido  con el Fidel Castro de las fotografías, así es Emma Castro”. “Shakira voló de Miami a Buenos Aires el lunes primero de febrero perseguida por un periodista que quiere hacerle una sola pregunta”. La redacción es fluida, sencilla, se comprende enseguida y atrapa con la pegajosa pregunta: ¿Y ahora, qué pasa?

El periodista no piensa en sí, ni en el interés del periódico; todo él está concentrado en el lector, es allí donde se juntan la ética y la técnica. Los datos obtenidos en un ejercicio agotador y paciente, las palabras seleccionadas y ordenadas para comunicar de modo eficaz, todo está al servicio del principio ético fundamental de informar al lector y de informarlo bien.

Informar bien

Al propósito comercial de informar primero y antes que los medios de la competencia, Gabriel opuso la voluntad ética de informar bien, con todas las exigencias de un servicio para la inteligencia, bienprestado. Al hablar de “el mejor oficio del mundo” consideró un “atentado ético la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor”.

Gabriel no necesita teorías sino que extrae de su experiencia una de las enseñanzas que están cambiando el periodismo en Latinoamérica: el modo de contar, que no es el resultado de las técnicas. Es algo tan simple como lo que le sucedió cuando iba con su familia en viaje de vacaciones a Cuernavaca. De repente y como si fuera una iluminación, encontró la respuesta a una pregunta vital; y fue tal la contundencia del hallazgo que dio vuelta el vehículo y lo puso de regreso a Ciudad de México.

Cien años de soledad se contaría con el mismo tono con que su abuela contaba sus historias: con un lenguaje, observa el escritor William Ospina, “que no se aleja del habla común y que está en diálogo con la actualidad y el habla cotidiana”.

En su libro Periodismo de precisión, el profesor Philip Meyer lanza el reto de escribir sobre asuntos científicos de modo que todos los lectores puedan entender y los científicos encontraran información precisa. Gabriel introdujo en el periodismo latinoamericano ese talante, alejado de los adverbios y de los adjetivos que sustituyen los hechos con palabras, y purgado de fuentes inexistentes. En vez de esos artificios, demostró un apego total a los hechos que, con su fuerza elemental, vinculan a la realidad. Observa Ospina con agudeza que Gabriel “tiene más en común con la Biblia y con las Mil y una noches que con las obsesiones verbales de Joyce o de Proust”.

Hay en el fondo de esa práctica un pensamiento ético: servir al lector con el instrumento de la escritura.

El relato de los hechos como obra de arte

Un periodismo hecho con ese propósito es otra cosa, como fue otra forma de hacer periodismo la que tornó excepcional el trabajo de Gabriel. Esta manera de ver el periodismo está cambiando el aprecio por las piezas periodísticas, sean noticias, crónicas, reportajes o entrevistas; están dejando de ser productos en serie, de uniformidad industrial, para acercarse al ideal de obras de arte en donde los autores buscan la precisión y la actualidad, pero además la belleza y la palpitación de la vida.

El comienzo de los talleres inspirados por Gabriel en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano coincide con la fecha en que iniciaron publicaciones como Gatopardo y Etiqueta Negra. Con estas revistas los lectores encontraron en Bolivia a Pié izquierdo, a Cometa en Perú; en Argentina fueron Anfibia y Orsai, El Faro en El Salvador y Marcapasos en Venezuela; en Colombia fueron el Malpensante y Soho. Todas estas publicaciones tienen en común que por sus páginas pasa una nueva y elaborada forma de hacer periodismo, la que Gabriel propuso en sus talleres, convertida en corriente renovadora.

Los talleres, de una semana, reunían a periodistas de todo el continente que, bajo la dirección de un maestro, algunas veces el propio Gabriel, se dedicaban a la búsqueda de una forma de comunicar, no como parte de la rutina desesperada de quien tiene que ganarse la vida, sino con la alegría de quien entrega la vida y produce una obra de arte. “Conozco gente para la cual unos días de taller fueron los primeros días de un resto de vida diferente” escribió Leila Guerriero. Y agregó: “Durante quince años García Márquez ha hecho que muchas personas en América latina se sintieran parte de algo, de la idea del periodismo como un oficio noble”.

Nadie hizo tanto por la dignificación del oficio periodístico como Gabriel.

Un periodismo intencional

De esa dignificación forma parte la conciencia del que hace periodismo “para cambiar algo todos los días”. Esta expresión de Gabriel coincide con la de otro gigante del periodismo de nuestro tiempo. Quienes los vieron juntos en un taller que Ryszard Kapuscinski dictó en Méjico recuerdan el pensamiento del periodista polaco: “todo periodismo es intencional”. En el tejido de toda pieza periodística alienta un propósito. No se hace periodismo porque sí; el periodismo de verdad se propone algo, va más allá de la sola publicación de noticias.

Los que leen, por ejemplo, “En Hiroshima, a un millón de grados centígrados” no sólo encuentran los abundantes datos que el reportero obtuvo de un testigo ocular del bombardeo nuclear, el padre Arrupe, superior de los jesuitas,  ni sólo admiran el relato espléndido, ni sólo se asombran ante la descripción de la tragedia, sino que además sienten la repugnancia por aquel ejercicio feroz del poder, se conmueven ante la solidaridad con que reaccionaron los sobrevivientes, admiran la grandeza de alma de aquel país que ha reconstruido a Hiroshima tres veces, condenan desde lo más profundo de su alma el uso de las armas para resolver cualquier problema, de modo que cuando el lector pasa por tan variadas emociones siente que algo ha cambiado en él y que algo debe cambiar en el mundo. Lo revelador de este proceso durante la lectura de una crónica es que el periodista se  limitó a contar una historia, sin agregados de columna editorial o de opinión y apoyado únicamente en la fuerza del hecho.

De esa y otras numerosas experiencias periodísticas resultó la afirmación que incontables periodistas le escucharon sobre el poder de cambio que lleva consigo toda información.

Como lo repitieron columnistas, cronistas y críticos durante estos días, la novela era una antes de Gabriel y es otra después de él; también hay que afirmar que el periodismo es otro después de él. Así lo están sintiendo los lectores y así lo descubrimos los periodistas cuando enfrentamos el reto diario de acercar a los lectores la realidad nuestra de cada día.

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