Conozco dos ediciones de los Romances de Lugones. Una más lujosa, con ilustraciones de Alberto Güiraldes, no fácil de hallar; la otra, un tomito editado por Clarín de los clásicos argentinos con el número 14 y el retrato del autor en la tapa.

De los 13 romances hay dos que nos merecieron especial interés. Uno es el del Tigre Capiango y el otro el del Malevo. El primero cuenta la historia de dos hermanos. El uno se sorprende de que su hermano, que ayuna casi todo el día, se muestre fornido y bien alimentado. Al comprobar que lleva rastros de sangre en las unas, lo espía de noche: revolviéndose en algunos cueros, el hermano se transforma en tigre capiango, el que se sólo se alimenta de sangre humana. Es así como causa estragos en la población del lugar.

Deciden perseguirlo pero nunca más adquiere forma de hombre, perdiéndose para siempre en la arboleda del bosque. No se vuelve a hablar de él y lo más extraño: no deja huellas en terreno en que hasta los teros dejan sus pisadas. Lugones no intenta explicarlo. Y así termina esta historia.

En el segundo caso, se produce un encuentro entre un viajero y un malevo, quien para su caballo a la par. Le pide tabaco al viajero y éste, con generosidad, le da la mitad que lleva. Entonces dice el malevo: “Tiene usted mucha suerte porque hoy es sábado, el día de la Virgen, el único día de la semana en que yo nunca mato”.

El malevo debió treinta muertes y los señores del pago deciden hacer una partida para ponerle fin, con orden de capturarlo vivo o muerto. Viéndose perdido, el malevo opta por la muerte de Judas y se ahorca en un árbol. La partida lo encuentra y le corta la cabeza expuesta en un lugar a la vista de todos. Y aquí lo más raro del caso. Dos hombres, incapaces de mentir, vieron cómo la cabeza, el pelo y la barba encanecían. Dice Lugones: “No me lo explico ni soy quién para explicarlo”, deseándole al lector salud y buena suerte.

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