Ojo por ojo es la versión teatral de Augusto Fernández inspirada y basada libremente en Acreedores de August Strindberg. Se presenta en el Teatro Margarita Xirgu.
August Strindberg le reservaba a su tragicomedia Acreedores (1888) un lugar preferencial dentro de su producción teatral, posiblemente porque reconocía en ella una enorme fuerza que deriva de su tensa construcción y del virtuosismo en el manejo del lenguaje para abordar temas recurrentes en su obra y obsesiones personales: la lucha entre los sexos, la misoginia, la rivalidad intelectual y la necesidad de atormentar al otro. Mucho de esto habrá visto Augusto Fernández al emprender esta versión libre de un texto que califica como “uno de los más oscuros, complejos y fascinantes del autor”, más allá de que algunos aspectos de su intriga puedan resultar inverosímiles.
El título elegido pone el foco en la situación que dispara la acción dramática: la venganza de un ex marido despechado, el “acreedor” que viene exigiendo el pago de lo que se le adeuda. Strindberg –cuyo texto, traicionera traducción mediante, se reconoce en amplios tramos de la obra– utiliza este lugar común de manera totalmente original para explorar los contradictorios vínculos que unen a un triángulo amoroso y los repliegues de la conciencia de cada uno. El arma que utiliza Gustav, el ex marido rencoroso, para lograr su sádico propósito no es más ni menos que la palabra. Sirviéndose de la información que casualmente llega a sus oídos, de una falsa identidad y una amistad fingida, comienza la dura tarea, que él bien describe, de “disecar el alma humana” y dejar al descubierto “todas sus entrañas”, primero en la persona del atribulado Adolfo y luego en la propia Tekla, bajo la mirada oculta de su marido. En la adaptación de Fernández, la venganza, que en el texto original queda reducida al ámbito privado, se convierte, en parte, en un hecho público, lo cual intensifica su efecto devastador en una figura como la de Tekla que –en tanto escritora exitosa– vive expuesta y pendiente de la mirada de los otros.
En Strindberg el diálogo adopta y profundiza la línea emprendida por Ibsen –su contemporáneo y declarado “enemigo”– en la última etapa de su producción: la del realismo psicológico. Ya en el autor noruego la opacidad de los personajes y sus motivaciones comienzan a trasladarse al diálogo donde las referencias veladas, los símbolos y la ironía, así como los silencios, la gestualidad y el movimiento, completan “lo dicho” para intentar reflejar complejas conciencias que han pasado a ser enigmáticas, cuando no tortuosas.
Los personajes permanecen insondables tanto para el propio creador como para ellos mismos. En el autor sueco esto se intensifica a tal punto que los diálogos, peligrosamente sinuosos detrás de su aparente simpleza, son todo un desafío a la hora de poner en escena cualquiera de sus textos. Es éste un escollo que los actores congregados por Fernández sortearon airosos. Federico Luppi –abordando por primera vez un autor clásico– compone, con total dominio, a uno de los dos personajes más comprometidos de la obra: el marido abandonado que con frío cálculo e imperturbable accionar va desmontando las aparentes certezas de su rival, y su ex mujer, Érica Rivas, encarna con gran ductilidad a esa suerte de “caníbal femenina” –como la ha calificado algún crítico– que, presa de la inseguridad que le provoca el paso del tiempo y sus propias limitaciones como artista, necesita revalidar sus poderes de seducción aun a costa de su fidelidad conyugal. A Darío Dukáh le toca medirse en este desafío para su carrera teatral con el personaje psicológicamente más quebrado de los tres: en conflicto con su vocación artística y victimizado por la desafiante coquetería de su mujer, el odio de su rival y una sensibilidad enfermiza. Hay en su interpretación, desde el comienzo, una cierta tendencia a encarnar el desborde desde una gestualidad reiterada que acerca su personaje al estereotipo.
El talento y la experiencia de Marta Albertinazi brillan en el diseño del vestuario de época y de la escenografía, esta última con la colaboración del propio director. Sonidos y música incidental –el aria la donna é movile de Verdi que acompaña la entrada a escena de la protagonista–, junto con el diseño de luces, terminan por enmarcar estéticamente esta propuesta que muestra la actualidad de las cuestiones que desvelaban a Strindberg y el poder devastador de la palabra.