CRITERIO 90 AÑOS. El último Franceschi y la doble encrucijada de 1945

Entre el Gustavo Franceschi de los años ‘30, que se posicionó inflexible a favor de Franco, y el de los años ‘50, que le abrió las puertas a Jorge Mejía en CRITERIO, parece tenderse un abismo. El contraste entre ambos fue tan notorio que el último Franceschi se volvió irreconocible para algunos de sus viejos compañeros de ruta en el nacionalismo católico. A diferencia de Julio Meinvielle, por ejemplo, el postrer Franceschi abogó por cambios de fondo en la Iglesia de posguerra, al precio de ganarse enemigos entre sus antiguos camaradas.

1945, hora cero
Quizás la clave para explicar al último Franceschi se encuentre en el modo en que recibió e interpretó el impacto de la posguerra y de la experiencia peronista a partir de 1945. Tanto el fin de la Segunda Guerra Mundial como la aparición del peronismo supusieron un punto de inflexión, que trajo consigo avances irreversibles en las aspiraciones democráticas de las masas: ello vale tanto para el bloque occidental de posguerra como así también para la Argentina. Entre el triunfo del partido laborista británico de 1945 y el del partido laborista argentino de 1946 no tenía por qué haber gran diferencia: ambos hitos revelaban que corrían nuevos tiempos que exigirían respuestas acordes por parte del catolicismo. El desafío era enorme para el editorialista de CRITERIO. Llegaba la hora de revisar antiguas posiciones para poder ofrecer una voz católica a la altura de las circunstancias.
El año 1945 en su sentido doble, pues. La fuerza liberadora que tuvo en Europa la caída del nazismo se vio replicada en la Argentina por el ascenso de Perón, que prometía dar respuesta a reclamos sociales hasta allí desatendidos. Son dos caras de una misma moneda que, para Franceschi, ponía patas para arriba todo el mundo social y político hasta allí conocido. De 1945 no había marcha atrás. Y era mejor apostar adelante y ayudar a construir la paz, que volver la mirada, porque eso llevaba otra vez al infierno de la guerra. Para Franceschi, la nostalgia no era ya una opción.
Años antes había añorado el medioevo, con sus tradicionales corporaciones gremiales y municipales, pero esa añoranza, de todas maneras, ya no tenía razón de ser en un mundo que clamaba urgente por su reconstrucción de posguerra. A partir de 1945, Franceschi consideró favorablemente –a pesar de algunas reservas– las soluciones de política económica más innovadoras que se estaban produciendo en Occidente: desde las nacionalizaciones de los servicios e industrias estratégicas, hasta las políticas de planificación centralizada. La planificación estaba a la orden del día en países capitalistas centrales, entre ellos, Gran Bretaña, Francia, Bélgica. Y en la mayoría de los casos iba acompañada de políticas de nacionalización. Ambas alternativas fueron reconocidas por Franceschi como legítimas a partir de 1946, a la luz de las urgencias de la posguerra, y estuvo claro que ese reconocimiento era toda una concesión que hacía a su pesar, dado que cualquier tendencia al estatismo y la planificación arrastraba el temor de que se lo juzgara como un gesto de tolerancia hacia el comunismo.
Compartía desde hacía años con el nacionalismo católico un visceral rechazo por el comunismo que era muy frecuente encontrar en el catolicismo argentino de la primera mitad del siglo XX –el acercamiento de la cultura de izquierda al catolicismo es un fenómeno propio de los años ‘60 en adelante, pero no encuentra antecedentes previos–. Ahora bien, a pesar su posición inflexible frente al comunismo, admitió ya en los años ‘40 que había sido legítimo que Occidente se aliara a la Unión Soviética en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Esa alianza “contra natura” de Stalin con las potencias capitalistas, en especial, los Estados Unidos, terminó por ser aceptada por Franceschi, que la justificó en virtud de la necesidad de derrotar al enemigo común (1). Pero era un reconocimiento ex post, dado que antes de 1945 Franceschi había rechazado de manera rotunda cualquier tipo de colaboración con el comunismo, ni siquiera para hacerle frente a Hitler. Ese 1945 fue tan fuerte para Franceschi que logró modificar también en este aspecto sus convicciones más acendradas. Ya no había marcha atrás en el contexto internacional; tampoco para la Argentina.

La “nueva Argentina”

La efervescencia de 1945 hizo eclosionar expectativas, demandas y reclamos que fueron más allá de lo político y de la cuestión de la libertad electoral, demorada en la Argentina por el golpe militar de 1943 y por la herencia de la así llamada “década infame”. La encrucijada argentina es conocida. Un gobierno militar desacreditado, la promesa de una salida electoral que se dilataba, una coyuntura económica que corría el riesgo de volverse adversa, las presiones internacionales por la falta de definición argentina ante el conflicto bélico y un coronel en ascenso que supo ganarse amplios apoyos populares gracias a la política social desempeñada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. En un país que atravesó importantes transformaciones desde la década de 1930, la cuestión económica, estrechamente vinculada a su impacto social, abrió un conjunto de reclamos que se sintetizó en la bandera de la justicia social. Así, tanto la democracia como la justicia social fueron los dos grandes debates de la hora. Pero no eran fáciles de conciliar. La balanza tendía a volcarse por uno u otro de los platillos, de ahí la insistencia de Franceschi en la necesidad del equilibrio entre ambos polos: lejos de ver las opciones como excluyentes, creía que eran términos conciliables porque la democracia se volvía cáscara vacía si no estaba acompañada de justicia social (2).
El reconocimiento que le otorgó a la justicia social como reclamo decisivo de la hora nos lleva casi automáticamente a preguntar por su posicionamiento frente al peronismo, y aún más después del 17 de octubre. La revista no tuvo un posicionamiento nítido, a pesar de que el propio Franceschi reconoció que muchos de sus lectores lo urgieron a pronunciarse de manera abierta. Mantuvo sin embargo una posición prudente en un contexto crecientemente polarizado. Es difícil sacar una conclusión rápida; no faltan los elogios, así como también podemos encontrar muchas críticas. De hecho Franceschi no se ahorró duros cuestionamientos hacia Perón. Así, por ejemplo, su impugnación al decreto acerca de las asociaciones profesionales, de octubre de 1945, que más tarde sería legalizado. Ese decreto estableció el sindicato único por rama de producción, con inscripción obligatoria ante la Secretaría de Trabajo y Previsión, requisito forzoso para obtener la personería gremial, lo que desencadenaría una catarata de críticas provenientes de ámbitos católicos. Según denunciaría la Acción Católica, el decreto atentaba contra la libertad de asociación y bloqueaba la posibilidad de que funcionaran sindicatos confesionales. Lejos de hacer oído a las críticas, Franceschi declaró, sin ambages, que se trataba de “un decreto inaceptable” (3).
En efecto, su posicionamiento frente al peronismo no fue lineal ni previsible. Y en 1946, lo encontraremos abriéndole las puertas de CRITERIO a sectores católicos antiperonistas (y años atrás, antifascistas) como es el caso de Alberto Duhau, mecenas y fundador de la revista Orden Cristiano (4).
Pero eso no quiere decir que Franceschi se pasara sin más a una posición netamente antiperonista. El peronismo expresaba cambios profundos que eran en cierta medida irreversibles: la industrialización, la concentración de los trabajadores en las grandes ciudades y la modificación del perfil de Buenos Aires en tanto que ciudad de masas. La Argentina de 1945 no tenía marcha atrás: las costumbres eran otras; la sociedad toda se había transformado y era natural que se volviera más plebeya. Sin embargo, había un precio a pagar por el nuevo perfil que adquiría Buenos Aires, proceso de industrialización mediante: ganaban terreno, para Franceschi, el desorden y el mal gusto en la ciudad. También en la radio se habían relajado los controles y era corriente escuchar locutores que hablaban como compadritos, decía (5). Franceschi bien hubiera deseado que la ciudad volviera a ser “de la gente decente”, como escribió en 1950. Las pintadas callejeras, ya fuere de contenido político o de cualquier otro tipo, también eran objeto de quejas, pero no había mucho que hacer al respecto: las transformaciones en la fisonomía porteña eran irreversibles (6). La añoranza ya no valía de mucho para Franceschi. No quedaba pues más que resignarse a los cambios que estaban sucediendo en los códigos de la vida urbana a medida que se afianzaba la “nueva Argentina”.

Epílogo

Ni CRITERIO ni Franceschi fueron ya los mismos. La revista terminó por aceptar los códigos de la calle cuando a comienzos de los años ‘50 aplaudió la actitud de los militantes católicos que reaccionaron con violencia ante el estreno de la película Bárbara Atómica, juzgada moralmente inaceptable por la Acción Católica, pero tolerada por el gobierno de Perón (7). Su gesto es revelador, puesto que se trata de la revista culta del catolicismo argentino, tradicional tribuna desde la cual Franceschi se había dedicado a intentar sanear y educar las costumbres de la calle en Buenos Aires, una ciudad que CRITERIO solía describir carente de toda urbanidad. Era todo un gesto que la revista no sólo no condenara la conducta de esos jóvenes, sino que por el contrario elogiara su valentía.
Pero el paso más osado hacia el cambio de actitud lo dio Franceschi en 1953, en una conferencia promocionada en CRITERIO con el siguiente eslogan: “¿La Iglesia se moderniza? Sacerdotes obreros; religiosas sin hábito; misas vespertinas; modificación de los ayunos… ¿Qué hay en el fondo de todo esto?” (8). Lo más notable fue que Franceschi no condenó ninguna de las novedades sobre las que habló, sino que por el contrario reconoció su legitimidad: admitió que las religiosas podían abandonar los viejos hábitos, así como también aplaudió la actitud de los curas obreros que se alejaban del estilo de vida burgués e iban a misionar a los cordones industriales de París. La Iglesia debía acomodar la doctrina a los tiempos en los que le tocaba vivir; esto no significaba admitir cambios de doctrina pero sí la necesidad de adaptarse a los cambios que se habían producido en la familia y la sociedad desde la posguerra.
Tamaña plasticidad no fue bien recibida. Cuando poco después Franceschi se mostró favorable a reconocer la legitimidad del Estado de Israel, las maledicencias no se silenciaron; tanto es así que debió dar respuesta a las enconadas reacciones de los nacionalistas católicos –otrora antisemitas– que se irritaron por su viraje a favor del pueblo judío (9). Este último Franceschi había dejado de resultar reconocible luego del vendaval que significó 1945.

La autora es Historiadora de UCA-CONICET

NOTAS
1. Gustavo Franceschi, «Comunismo 1945», CRITERIO, 10 de enero de 1946.
2. Gustavo Franceschi, «Libertad y justicia social», CRITERIO, 15 de noviembre de 1945.
3. Gustavo Franceschi, «Un decreto inaceptable», CRITERIO, 13 de diciembre de 1945.
4. Alberto Duhau, «Las conferencias del R. P. Ducatillon», CRITERIO, 31 de enero de 1946.
5. Gustavo Franceschi, «Radiotelefonía», CRITERIO, 3 de mayo de 1945.
6. Gustavo Franceschi, «Represión de la incultura», CRITERIO, 26 de enero de 1950.
7. «Declaración», CRITERIO, 12 de junio de 1952.
8. «Aviso», El Pueblo, 23 de abril de 1953, p. 4. La conferencia está transcripta en Gustavo Franceschi, «Lo mudable y lo permanente en la Iglesia», CRITERIO, 27 de agosto de 1953.
9. Gustavo Franceschi, Odios de los seudo cristianos, Buenos Aires, CRITERIO, 1956.

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