Antología de grandes escritores

Reseña de la antología La eternidad de un día. Clásicos del periodismo literario alemán 1823-1934 (Barcelona, 2016, Acantilado).

En el prólogo de este asombroso libro, su compilador y traductor explica el sentido del título y la intención de la antología: “A la muerte del escritor y periodista vienés Ludwig Speidel, en el invierno de 1906, su colega Hugo Wittmann publicó una nota necrológica en la que afirmaba que ‘escribía para el día como si lo hiciera para la eternidad; para la prensa, como si todo un siglo pudiera perdurar en la efímera hoja de un diario’. Ludwig Speidel era redactor cultural del prestigioso Neue Freie Presse y se había convertido en uno de los más ilustres articulistas de su época, o bien, como destacaba en su homenaje el propio Wittmann, en un ‘auténtico feuilletonist’.»
La obra, que se centra en los años que van de 1823 a 1934, explica que el folletín que alcanzó fama en Francia con Balzac y Victor Hugo, en la Europa de habla alemana, contenía piezas “de prosa breve” escritas “con ambición estilística y en tono distendido, a menudo humorístico, que adoptan múltiples formas y abordan todo tipo de temas”. Luego de un momento de caída del género, después de la Primera Guerra Mundial, el folletín volvió con bríos, cuando la prensa era un medio masivo. Esta fase terminó con la llegada al poder de Hitler y la censura nazi.
La antología rescata notas de grandes escritores. El poeta romántico Heinrich Heine (1797-1856), por ejemplo, describe sin concesiones al “infernal” Paganini en un concierto: “Los sonidos no se convertían ahora en formas y colores diáfanos: la figura del maestro se veía envuelta en una sombra tenebrosa, de cuya oscuridad surgía una música de lamentos desgarradores”.
Ese torturado y tierno escritor suizo llamado Robert Walser (1878-1956) medita ante la tumba de su madre: “También tú y yo, nosotros, todos nosotros llegaremos allí alguna vez, allí donde todo enmudece, donde todo ha concluido ya, donde todo culmina y se disuelve hasta convertirse en silencio”. El austríaco Stefan Zweig (1881-1942), que murió suicida en Petrópolis dando por perdida la guerra contra Hitler, se refiere a sus viajes. Hermann Hesse (1877-1962), el “lobo estepario”, afirma que “el amor es más grande que el odio, el entendimiento mayor que la cólera y la paz más noble que la guerra”.
El austro-húngaro Joseph Roth (1894-1939), autor de inolvidables obras como La marcha Radetzky, La cripta de los capuchinos o La leyenda del santo bebedor, describe su errante vida de hotel: “El hotel al que amo como si fuera mi patria se encuentra en una de las principales ciudades portuarias de Europa, y las letras compactas, doradas, de trazo antiguo, en las que resplandece su nombre banal por encima de los tejados de las casas que parecen elevarse lentamente son para mí como enseñas metálicas que, en vez de aletear al viento, brillan a modo de saludo”.
La revolucionaria Rosa Luxemburgo (1871-1919) denuncia la intoxicación de ancianos en un asilo y clama justicia. Heinrich Mann (1871-1950), hermano de Thomas, escribe sobre la película El ángel azul (de Josef von Sternberg, con Marlene Dietrich) que llevó a la pantalla su novela: “La primera vez que tuve noticia de algunos de los hechos que suceden en la novela fue en un teatro de Florencia. Durante el descanso de la función vendían entre el público un periódico en el que leí una noticia de Berlín acerca de un profesor al que su relación con una cabaretera había arrastrado por el camino de la perdición”.
Figuran además en la antología Robert Musil, Ernest Bloch, Walter Benjamim, Karl Kraus y Max Frisch, entre otros.

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