
Tres rasgos de la educación básica argentina se destacan en este siglo. Uno, positivo, es el aumento significativo de la escolarización, en especial en el nivel inicial y en la secundaria. Los rasgos negativos fueron el deterioro de la calidad de los aprendizajes, que llevó a la Argentina desde el liderazgo en Latinoamérica a caer a entre el cuarto y el octavo lugar en las pruebas internacionales y, por otro lado, la creciente segregación escolar según el nivel socioeconómico de los estudiantes y sus familias. Es como si hubiera, de hecho, escuelas pobres para los pobres, cuando debería ser lo contrario, es decir, escuelas ricas para los pobres. Por cierto, hay excepciones de escuelas muy buenas que atienden poblaciones vulnerables. Un tercer rasgo negativo, de vieja data, es el incumplimiento del artículo 30 de la ley de Educación Nacional de 2006, que manda que la enseñanza media habilite para el trabajo, algo que está lejos de ocurrir.
Ante la fatalidad de la Covid-19, y en línea con la estrategia oficial anti-pandemia, desde el Gobierno nacional se dispuso el cierre total de las escuelas, pese a reclamos de algunas provincias gobernadas por la oposición. Esta decisión llevó a que el contacto de los alumnos con sus docentes y sus escuelas en nuestro país esté entre los menores del mundo. El impulso principal fue de la administración nacional, luego legitimado por resoluciones del Consejo Federal de Educación –que reúne al ministro nacional con sus pares de las veinticuatro jurisdicciones– dado el mandato constitucional de que la educación básica está en manos de las provincias. Cabe destacar que esta opción también fue impulsada por los principales sindicatos de docentes, aunque no ostensiblemente. No se buscaron a fondo alternativas que protegieran a docentes y alumnos de los contagios.
La pandemia como factor principal y la política pública como factor coadyuvante, han agravado así las carencias de la educación básica en la Argentina, dada la nula escolarización presencial, la muy desigual escolarización virtual, los menores aprendizajes y la mayor segregación de facto. Muchos chicos no han accedido a la educación –no se sabe cuántos– en parte por carencias para conectarse; los aprendizajes efectivos de los alumnos de mejor desempeño alcanzan frecuentemente a sólo un 50% de lo programado y, en fin, la segregación se acentúa por el muy escaso acceso a la conectividad o a los dispositivos de las familias más necesitadas, no necesariamente pobres, de donde provienen cerca de la mitad de los estudiantes. Pese a existir una razonable oferta de contenidos educativos por radio y TV, no se atinó a usar sistemáticamente estos medios –depurados del muy frecuente adoctrinamiento– para los chicos sin conectividad o dispositivos, reduciendo así el riesgo de perder por completo un año de aprendizajes. Con un Estado desfinanciado son ilusorias las esperanzas puestas en la declaración del acceso a las redes de telecomunicaciones como servicios públicos esenciales y estratégicos.
El Ministerio de Educación realizó un muestreo de “Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica”. Si bien aporta información valiosa, lo lógico habría sido hacerlo censal, para reemplazar así la lógica suspensión de la prueba Aprender 2020. Hay temores sobre la continuidad de la misma, no sólo por trascendidos, sino también por no haberse publicado aun los resultados de la Aprender 2019, que normalmente se hacía en marzo. Sería un grave error, ya cometido en 2002, porque el muestreo impide conocer los aprendizajes individuales y por escuelas y su devolución a todas ellas, posibilitando así la mejora escolar.
Mientras tanto, por impedimentos puestos por el Gobierno nacional, presionado por algunos gremios docentes, hasta ahora no ha podido realizarse la valiosa iniciativa de la CABA para que tuvieran acceso a la educación unos 6500 chicos que han carecido totalmente de ella. En un momento pareció que sería aprobado por el “acuerdo de los patios”, haciendo las actividades presenciales al aire libre, pero desde hace meses se está “negociando”, dando la impresión que la política partidista primó sobre las necesidades de los más pobres.
En el momento de escribir estas líneas el Consejo Federal ha decidido, luego de ¡siete meses!, dar libertad a las provincias o regiones con menos contagios comunitarios, para abrir parcialmente actividades escolares a los alumnos de los últimos años de primaria y de secundaria y a los que han carecido de todo contacto con la educación.
Se siguen postergando, mientras tanto, las cuestiones de fondo. Lo que necesita la Argentina de hoy es una epopeya educativa similar a la de fines del siglo XIX, liderada, cada uno a su modo, por Sarmiento, Estrada y otros. Esta cuestión es la clave para el logro simultáneo de una economía y una sociedad más productiva y más inclusiva . La agenda es clara, pero la política no la hace suya y, cabe decirlo, la sociedad no la reclama con énfasis suficiente.
Juan J. Llach es Licenciado en Sociología UCA) y en Economía (UBA). Miembro de las academias nacionales de Educación y de Ciencias Económicas. Ex ministro de Educación (1999-2000).
1 Readers Commented
Join discussionMe parece interesante en algunas necesidades que plantea, aunque abordar el tema desvinculado del problema del control de la pandemia, puede inducir a error de apreciación, porque no da cuenta de la tensión entre sistema educativo y sistema de salud.
Coincido en que hay también falta de interés de la sociedad… los medios que no están en manos del estado no parecen haberse preocupado en nada en ayudar a la educación.
Tal vez la gesta elegida, en este caso, pasó primero por la salud, tema que, dicho sea de paso, se encuentra en disminución sobre todo por el aumento de las temperaturas. Resta saber cómo nos puede tomar la segunda ola, y entonces tal vez sea el momento. Eso, y un marco económico (aunque en Criterio siempre se ponen nerviosos con que el gobierno no tiene plan económico) en el que parezca ordenado el desmadre de la deuda. Son sólo un par de omisiones.