La recuperación de la serenidad

En el camino de su existencia, el ser humano se encuentra con realidades elementales. Es así como, aunque discrepen en innumerables cuestiones, todas las ideologías, todos los sistemas filosóficos, todas las concepciones religiosas y todas las ciencias son coincidentes en una afirmación: la realidad de la vida. Ella es una presencia constante e irrenunciable, a la que se puede resistir pero no suprimir y que finalmente termina por vencer cualquier oposición humana. Pero a la vez que omnipresente, es esencialmente misteriosa. Siempre se dirige hacia el futuro, pero nunca se conocen totalmente sus caminos. Y es una fuerza silenciosa que no duerme, ajena al esfuerzo humano. “Como un hombre que echa la semilla en la tierra, sea que duerma o se levante, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” (Marcos 4,27). Su paso es misterioso y su silencio sagrado. Por eso cada cosa tiene su kairos, su tiempo oportuno secreto que sólo a veces alcanzamos a vislumbrar.

La preeminencia del amor
La esencia de esa fuerza interior que surge de los seres vivos es su potencialidad difusiva. La vida tiende por naturaleza a crecer, a expandirse y comunicarse. Y esa capacidad de salir de sí y de darse es lo que llamamos amor. Así, la vida sale de su interioridad, se expresa y se convierte en don, en entrega a los otros. De ahí que el amor haya sido definido por nuestra sabiduría ancestral como vis unitiva (fuerza que une), aquello que vincula y atrae a todos los seres entre sí al modo de la gravitación universal que ordena y armoniza la Creación. En él, todos los seres se requieren en fraternidad y buscan su unión en la participación de la vida. Vida, amor y bien se funden en una misma identidad. Y es así como el himno que Pablo de Tarso le dedica al amor (1Corintios 13), con aquella expresión concluyente “Si no tengo amor no soy nada”, resulta de una profundidad insuperable. Por otro lado, el amor a la vida es la clave de toda salud mental, así como su falta es la depresión, el mal de nuestro tiempo. Porque el amor hace fácil lo difícil. Siendo esto así, la vida y el amor deben estar presentes e impregnar hasta las ideas. Porque hay conocimientos que no son racionales sino que “el corazón tiene razones que la razón no entiende” (Pascal) y hay conocimientos por intuición, por sympathia, por “connaturalidad afectiva” (Lucio Gera), a través de los cuales es posible captar el alma de un pueblo, la amistad, la disposición bienintencionada de una acción… En consecuencia, por ejemplo, la inteligencia sin sabiduría es racionalismo frío o intelectualismo deshumanizado y una ética sin piedad es legalismo duro, impiadoso, que termina en justicia cruel (ver Evangelii gaudium 231).

Detenerse, ver y pensar
Resultaría incomprensible que el hombre pudiera desconocer estas realidades básicas, pero es un hecho que el mundo moderno vive olvidándolas, ajeno al misterio de la vida y el amor. Pero mientras la Tierra gira con su ritmo acompasado y la Naturaleza continúa su camino en silencio y sin descanso, el hombre de hoy vive distraído en no se sabe qué y se inquieta por calmar una ansiedad indefinida. Es un ritmo que reclama rapidez, todo al instante, y un trajín con un rumbo incierto que impide la nitidez de la visión. El mundo se ha convertido en un torbellino ruidoso, conformado por un tiempo líquido y un espacio vacío. Y arrastra el agobio de lo que para el ser humano es intolerable: la incertidumbre. Ha llegado el momento de detenerse, poder mirar en qué estamos y pensar cuál es el camino. Se hace imposible mantener el vértigo de un ritmo que impide tanto una clara visión de la realidad como la contemplación y la serenidad, dos tesoros que hemos olvidado. La psicología actual encuentra deterioradas la atención, la concentración y la memoria en las mayorías de las grandes urbes, y esas son precisamente las funciones mentales vulnerables por la ansiedad. Capacidad de reflexión y equilibrio emocional son las dos condiciones que pueden salvar a nuestra sociedad de una catástrofe.
La pandemia significa una prueba para el mundo. Ella pondrá al descubierto las virtudes y las falencias, lo genuino y lo falso, lo provechoso y lo inútil. Y medirá la consistencia o la debilidad de las fibras humanas: la tolerancia a la frustración, la aceptación de la realidad, la paciencia y la fortaleza ante los contextos arduos. No nos extrañemos: hasta el presente no se ve que se haya sabido aprender sino más bien se ha puesto al desnudo la impericia de los gobernantes, la perversidad de los poderes económicos capaces de negociar con la salud de los pueblos, la pugna competitiva entre autoridades, la instrumentación política de las vacunas y la impaciencia e irritabilidad de las gentes. Está ausente la solidaridad. Pero hay una vitalidad oculta en la Naturaleza y en la condición humana y una promesa de lo Alto que aseguran la supervivencia del mundo y la aparición de horizontes renovados. La confianza tiene asegurados sus fundamentos. Siempre el espíritu de los pueblos atesora una luz que les permite finalmente el discernimiento de los caminos deseables.

Hugo Polcan es Licenciado en Psicología

1 Readers Commented

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  1. Beatriz Vedoya on 1 abril, 2021

    Me gustó mucho este artículo. Lo volveré a leer más tranquila saboreando cada palabra y concepto.

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