Reseña de “Resurrección y teología actual”, de Alberto Espezel (Buenos Aires, 2021, Ágape Libros)

Siete son los autores contemporáneos presentados. Básicamente tres son las conclusiones a las que llegan. Lo decimos aquí de manera breve. Algunos niegan la historicidad y afirman que es la fe de los discípulos en que Jesús está junto al Padre la que inventa los relatos. Crossan y Schillebeeckx, cada uno desde lugares y matices distintos, apoyan esa tesis. El plano subjetivo está enfatizado con tal fuerza que anula el lugar para la objetividad. Otros, como Kessler, parten del sujeto, de su esquema trascendental, para ir hacia un acontecimiento objetivo; pero otorgan al primero cierta primacía. En las antípodas de los primeros, se encuentran los que afirman de modo contundente la historicidad de la Resurrección y de los encuentros: Wright, Pannenberg, von Balthasar y Gesché. El axioma final asumido es el de Pannenberg (aun cuando Espezel, de modo interesante, se detiene sobre un punto débil de la teología del autor): no es la fe la causa de las apariciones, son las apariciones las que causan la fe. Frente al esquema trascendental de tinte rahneriano de Kessler, estos últimos autores invierten el movimiento: el puente va del Resucitado (objetivo) a los discípulos (sujetos).

“Nadie vio la hora de tu victoria. Nadie es testigo del nacimiento del mundo. Nadie sabe cómo se transformó la noche infernal del Sábado en la luz de la mañana pascual”. Así empieza el capítulo “La victoria” de El corazón del mundo, de Hans Urs von Balthasar. Con esa misma intuición (aunque sin la cita del teólogo suizo) comienza también el libro de Alberto Espezel sobre el misterio de la Resurrección y la teología actual. Sin embargo, si bien nadie fue testigo del momento en el que el Padre resucitó al Hijo con la fuerza del Espíritu, sí hubo testigos históricos de los efectos de aquel acto que se ubica más allá de la historia. Efectos que son básicamente dos: la tumba vacía, sin el cuerpo muerto de Jesús, y los encuentros con el Resucitado. Sobre la discusión en torno a la historicidad de esos encuentros versa gran parte del libro de Espezel.

Además de la clara exposición, virtud que Espezel tiene en su calidad de docente, cabe resaltar su capacidad de discernimiento. Es ese, creemos, el mayor logro de este libro. Aun cuando no esté explicitado, las teologías presentadas deben atravesar un doble crisol. En primer lugar, el principio cristológico de Calcedonia. A saber, los cuatro adverbios que articulan la naturaleza humana y la divina del Hijo hecho carne: sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. Los adverbios enmarcan el modo de articulación entre historia humana e historia divina-escatológica, para creer en el misterio del Hijo que vuelve al Padre y desde el Padre se deja ver. En segundo lugar, los criterios hermenéuticos de Dei Verbum 12: leer los textos sobre la Resurrección teniendo en cuenta los géneros literarios (punto especialmente importante en Gesché), en el marco de la totalidad de la Escritura, y según la Tradición y la vida de la Iglesia.

Resurrección y teología actual es, por lo tanto, además de una exposición sobre lo que indica el título, un discernimiento hecho desde la fe. La última parte, recoge los resultados del discernimiento y los ordena de modo sincrónico en torno a la liturgia y a la cultura actual. Aparecen allí, como referentes, los nombres de Menke, Scheffczyk y Ratzinger. Celebramos estas conclusiones. Están allí, en el libro, al servicio de la celebración y del anuncio eclesial.

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