El siglo de Pasolini

El catalán Miguel Dalmau (biógrafo de Julio Cortázar y otros escritores) acaba de publicar en España un extenso libro de 548 páginas que promete ser lo más completo del tema: Pasolini, el último profeta. No es un libro crítico, sino hagiográfico. Para Dalmau, Pier Paolo Pasolini fue “el último hombre del Renacimiento, el gran poeta del siglo XX”, víctima de un crimen de Estado cumplido por media docena de mafiosos romanos y sicilianos vinculados a partidos de extrema derecha. Sobre esto no tiene pruebas, pero no importa. Nunca se hallaron, acaso nunca se buscaron, pero siempre se las dio por ciertas, como esas historias junto al fuego que el poeta en su infancia daba por ciertas sin objeción alguna.

Cabe echarle un vistazo a esos tiempos. El 31 de octubre de 1922 Benito Musolini culminaba su Marcha sobre Roma erigiéndose en Primer Ministro de Italia. Pasolini, nacido el 5 de marzo, recién empezaba a gatear. Pasaría su vida entera sufriendo el fascismo y el neofascismo. Dato curioso: era hijo de un militar de relativo abolengo, luego destinado al África, y una maestra surgida de la pequeña burguesía rural, madre amadísima. ¿Cómo no recordar casi de inmediato al joven oficial que toma con expresión aviesa los piecitos de su criatura en Edipo Rey? Se dice que era un padre golpeador. “Una persona maravillosa”, lo recuerda sin embargo su sobrina Graziella Chiarcossi, que era del mismo pueblo friuliano, Casarsa della Delizia.                     Graziella aparece en El Evangelio según San Mateo. Es una de las mujeres que miran preocupadas a la Virgen María, cuando ésta, ya anciana, contempla dolorida el cuerpo de su Hijo. Quien representaba a la Virgen anciana es, precisamente, la madre de Pasolini. Y fue la prima quien debió cuidar de su tía cuando el hijo fue asesinado. Años antes, el hijo menor, Guido, también había sido asesinado. Tenía 19 años cuando, bajo la guerra, se integró a un cuerpo irregular católico socialista, antifascista –la Brigada Ossopo Friuli– y 20 cuando lo mataron en una emboscada también confusa, el 12 de febrero de 1945, apenas dos meses y medio antes de que acabara la guerra.         Desde aquel tiempo el desgarro, la pena y el consuelo de seguir vivo, el amor a la tierra y la lengua friuliana en las que hallar refugio, son características firmes de la poesía y la pintura de Pasolini. Pero poco después se muda a Roma, se acerca al comunismo, y empieza a pesar su fascinación por el lumpenaje, categoría social, o asocial, despreciada por los burgueses y los auténticos marxistas, Carlos Marx en primer término.

Inscripto y pronto expulsado del PCI, casi excomulgado por Pio XII y recibido con beneplácito por Juan XXIII (hermosa la foto donde Pasolini besa la mano del Sumo Pontífice, que lo llamó para agradecerle El Evangelio…); aplaudido y repudiado en las salas de cine por Teorema, discutido premio de la Oficina Católica Internacional de Cine, El chiquero, la llamada Trilogía de la Vida y la repulsiva Saló; firme enemigo de la corrupción política en su país, polemista siempre a muchas puntas, contra izquierda y derecha, propulsor de un cine de poesía contra un cine de prosa, o prosaico, se hace imposible reducir su figura a una sola faceta, o a un solo grupo de sus obras.  

Recordemos solo tres momentos:                                       

Su visita al Festival de Cine de Mar del Plata, 1970, junto a María Callas, para presentar Medea (e interesarse de cerca en el estado legal de Teorema, que transitaba extraños problemas con la censura), de punta en blanco, modales finos, respuestas agudas dichas con la mayor suavidad y buena educación, acompañado por el venerable crítico Emilio Stevanovich como traductor. En un aparte Blackie, que, por supuesto, no necesitaba traductor, le inquirió por la complejidad de sus obras. Se supone que el cine debe ser accesible a todo público. “El cine debe ser más fácil que la literatura y la poesía, pero no debe ser más fácil respecto a sí mismo. No debe ser vulgarizado, reducido en sus posibilidades artísticas”, respondió. ¿Podría ir en ese concepto un western-spaguetti con metáfora social de Carlo Lizzani, Requiescant, donde Pasolini encarnó el personaje de un cura decidido a terminar con el poderoso del pueblo? ¿Por qué no? A fin de cuentas, tanto la historia como Lizzani superaban la vulgaridad habitual del género.

Ahí aparece otra faceta. Aunque refinado, Pasolini amaba la cultura popular (no confundir con la cultura masiva, que es otra cosa). Y los deportes, desde joven. Aún se recuerda como si fuera una efeméride la final del campeonato entre Saló y Novecento, vale decir, entre los equipos de filmación de esas películas, que se estaban rodando al mismo tiempo. Los capitanes de esos equipos eran, tómese nota, los propios Pasolini y Bernardo Bertolucci, ambos de pantalón corto y pasión futbolera.

Por último, y por pura malicia nuestra, agreguemos esta anécdota que pinta al hombre por encima de los discursos, las ideologías y la demagogia. En pleno 1968, frente a una revuelta estudiantil, les escribió rápidamente en verso a los jóvenes rebeldes:

Tienen cara de hijos de papá.

Buena raza no miente.

Tienen el mismo ojo ruin.

Son miedosos, ambiguos, desesperados

(¡muy bien!) pero también saben cómo ser

prepotentes, chantajistas y seguros:

prerrogativas pequeño-burguesas, amigos.

Cuando ayer en Valle Giulia pelearon

con los policías

¡yo simpatizaba con los policías!

Porque los policías son hijos de pobres.

(…)

En Valle Giulia, ayer, hemos tenido un fragmento

de lucha de clases, y ustedes, amigos (aunque de la parte

de la razón) eran los ricos,

mientras que los policías (que estaban de la parte

equivocada) eran los pobres. ¡Linda victoria, entonces,

la de ustedes!

Vale la pena tener también esta obra en cuenta.

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