Los animales, otros y nosotros, reflejo del misterio trinitario

La percepción humana sobre los animales ha variado notablemente en el tiempo reciente. Aunque desde Aristóteles existe una tradición que concibe al ser humano como un viviente racional (zóon logicón), la tendencia general ha sido la de pensar al ser humano como absolutamente original, precisamente debido a su capacidad intelectual, menospreciando su base animal. Especialmente en la edad moderna, cuando se privilegia en modo desmedido la facultad de la razón, lo humano se identifica con lo superior y distinto. Conceptos tales como “razón” y “libertad” adquieren autonomía, desprendidos del sustrato biológico donde se producen. El desarrollo del método científico, y más aún en su interpretación en clave positivista, sumado al avance tecnológico de las últimas décadas, han producido una mirada curiosamente sesgada de lo humano y, simultáneamente, del reino animal.

Somos nosotros

Sin embargo, es desde la misma ciencia de donde ha surgido una visión sobre la dimensión de lo animal de lo humano. La biología evolutiva entroncó claramente al Homo sapiens en la historia de la vida. Los humanos no somos sino una especie animal más, originada hace relativamente poco, y producto de la transformación biológica, últimamente de homínidos, lejanamente de especies de mamíferos ya extinguidos, y remotamente de organismos unicelulares. La idea del origen evolutivo del ser humano ha sido fortalecida por estudios genéticos que muestra el masivo patrimonio común existente entre genomas de otras especies y el de la nuestra. Otras especialidades científicas no han hecho sino confirmar tal parentesco.[1]

Somos animales. Somos lo mismo que el resto de las especies. La originalidad está en algo que no excluye lo animal.

Somos otros

En plena propagación del evolucionismo neodarwinista, en las generaciones posteriores a Darwin, en los que se pretendía explicar todo por medio de una evolución material y azarosa, hubo figuras disruptivas que afirmaron el carácter original de cada organismo en su especie. Es el caso de J. von Uexküll quien, influido por la filosofía kantiana, organizó un proyecto de investigación radicado en la hipótesis de que cada animal tiene un mundo perceptivo (Umwelt) propio e incomunicable[2] (Uexküll, 2016). No sabemos cómo percibe un murciélago, según señalaba Wittgenstein[3]: su mundo vital es totalmente diverso al humano. Hay una absoluta originalidad de las especies en lo que respecta a sus horizontes perceptivos. Ni siquiera la ciencia humana puede comprender acabadamente lo que vive una hormiga o una lechuza. Son otros

Estas ideas tuvieron efectos filosóficos. Es el caso de Ortega y Gasset quien, influido por esta visión, declaró esa expresión bien conocida de que soy yo y mis circunstancias. La originalidad humana, individual pero también específica, incluye el mundo perceptivo y la situación ambiental[4].

En el ámbito de la especie, la originalidad se expresa en una estructura perceptiva intransferible, que hace que para cada una de ellas el horizonte de percepción sea totalmente distinto que para otra especie. Ello implica que hoy se entienda que las especies son alteridades unas con otras, aun en su continuidad evolutiva. Y, por ello, las múltiples especies vivientes y extintas son también “otros” para los humanos. Se puede afirmar que son un conjunto multitudinario de extraños familiares.

La destrucción de los otros-nosotros: la sexta extinción masiva de especies

En el período de la historia del planeta en que vivimos, se está produciendo un fenómeno dramático: la actividad humana está generando una sexta extinción masiva de especies, con una velocidad e intensidad nuevas. No se trata de un fenómeno inédito, pues ha habido al menos cinco extinciones masivas de seres vivos, ocurridas en los últimos 600 millones de años, producidas por causas naturales. El suceso de extinción masiva más reciente marcó la transición del Cretáceo al Terciario (KT en inglés). Ocurrió hace 66 millones de años. Se calcula que casi el 70% de las especies existentes desaparecieron en unos pocos miles de años, incluyendo a la mayoría de los dinosaurios. De éstos, sólo subsistieron los antecesores de las actuales aves. Estamos ahora en la sexta extinción masiva de especies, ocasionada por la acción humana. Es mucho más acelerada que las anteriores, especialmente por el crecimiento poblacional (de 2.000 millones en 1.930 a 7.800 en el presente). Se calcula que se puede acabar con el 70% de las especies, incluida la humana, en modo análogo al KT.[5]

En esta fase de la historia evolutiva se está produciendo una curiosa destrucción de nuestra mismidad en la alteridad animal. La aniquilación de especies es también disolución de lo humano: no sólo porque sin la biodiversidad esté en riesgo la supervivencia de los seres humanos, sino porque, en niveles menos trágicos, la existencia de facetas específicamente humanas (estéticas, religiosas, de bienestar) se ponen en riesgo con la desaparición de bosques, humedales, especies y ecosistemas.

Resonancias trinitarias

Desde los orígenes del pensamiento cristiano se intuyó que, siendo el Dios creador un ser trinitario (Padre, Hijo y Espíritu Santo), los seres creados debían de manifestar una huella trinitaria. Lo postuló Tertuliano, pero fue San Agustín de Hipona quien, en el De Trinitate, desarrolló una teología de los vestigios trinitarios. Las cosas reflejarían algo de su autor tripersonal. Esta tradición ha tenido continuidad en el pensamiento medieval y moderno.

La imagen de la biodiversidad que nos aporta la biología actual también puede ser leída bajo la luz trinitaria. El mundo viviente, evolutivo y complejo en especies y en relaciones, muestra algo del rostro divino, que es uno y diverso simultáneamente. En modo particular, el reino animal manifiesta esa faz trinitaria en sus aspectos dinámicos, que le dan cierta originalidad respecto de los otros reinos del mundo viviente. En este sentido, el pensamiento teológico trinitario oriental es especialmente fecundo para pensarlo, ya que ha puesto de relieve que la intercomunicación entre las personas divinas no es estática, sino profundamente dinámica. Lo ha conceptualizado con la expresión “perijóresis”: la activa interacción en conocimiento y amor entre las tres personas. Es claro que la comunicación dinámica es común a todas las formas vivas. Pero también lo es que los animales poseen esta característica de un modo más complejo que el resto de los seres vivientes: su movilidad e interacción ha llegado en el proceso evolutivo a niveles de complejidad sorprendentes. Basta simplemente observar la vida de una colmena de abejas o la construcción de un nido por un hornero.

Cuando nos detenemos en los animales filogenéticamente más cercanos al ser humano, encontramos conductas cercanas a las nuestras, que puede calificarse de empáticas e, incluso, morales[6]. Siguiendo el hilo de pensamiento agustiniano que va desde las cosas inanimadas hasta el alma humana, donde ve la imagen de la Trinidad, y no sólo huellas, ¿se puede aplicar esta analogía? Aun con la precaución de recordar que nosotros –con un Umwelt intransferible– somos los observadores y, por ello, vemos desde nuestra óptica, podemos acercar notas del Dios trinitario que permiten comprender en su misma fuente dichas conductas. El amor, la integración gregaria, la participación en una empresa colectiva –como un hormiguero, un vuelo en bandada, etc. – son algunas de esas dimensiones animales cuya interpretación trinitaria no deja insatisfecho al creyente.

Finalmente, ¿puede aplicarse esta lectura trinitaria a la comprensión de la extinción masiva de especies llevada adelante por la presencia creciente del poderío humano sobre el planeta? Por lo pronto, tal como señalaba N. Vanney y Th. Berry[7], hacer desaparecer especies implica una pérdida de la posibilidad de percibir rasgos divinos, invisibilizados al ser extinguida el mediador creado.[8] Por otra parte, el borrar de la faz de la Tierra y de su posible historia futura una especie animal, significa una acción contra el mismo creador trinitario.

Por esos motivos, resulta imperioso detener la aniquilación, como una necesidad interna de nuestra misma condición de ser imagen trinitaria (imago trinitatis) que clama por su fuente. Los animales, como otros de nosotros, nos remiten al viviente por antonomasia, el “yo y nosotros” originario. Recuerdan que el mundo viviente, con sus mundos vitales diversos y comunes, con sus lazos comunicativos y ecológicos, en su conjunto y en sus particularidades, es un reflejo del Dios trinitario. Pero los animales, sobre todo los más cercanos en la historia evolutiva, con su capacidad empática, no sólo nos sacan de la terrible soledad como especie, sino que preludian algo del vínculo de comunión trinitaria, con el “Yo, uno y trino”.[9]

Lucio Florio es sacerdote de la Arquidiócesis de La Plata, miembro de la Fundación “Diálogo entre Ciencia y Religión (DeCyR) de la Pontificia Universidad Católica Argentina y director de la revista Quaerentibus.


[1] Auletta, G., Leclerc, M., & Martinez, R. (. (2011). Biological Evolution: Facts and Theories. A Critical Appraisal 150 years after “The Origin of Species”. Roma: Gregoriana & Biblical Press.

[2] Uexküll, J. v. (2016). Andanzas por los mundos circundantes de los animales y los hombres. (M. Guntin, Trad.) Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Cactus.

[3] Wittgenstein, L. (1988). Investigaciones filosóficas. México: UNAM – Crítica.

[4] Cfr. Jordano Barea, D. (1983). Ortega y la ecología de Jacobo von Uexküll. Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias. Bellas Letras y Nobles Artes, 54, 107-112. doi:ISSN 0034-060X.

[5] Ceballos, G., Ehrlich, A. H., & Ehrlich, P. R. (2021). La aniquilación de la naturaleza. La extinción de aves y mamíferos por el ser humano. México: Editorial Océano de México, 33.

[6] De Waal, F. (2016). ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? Buenos Aires: Tusquets.

[7] Cfr.Vanney, N.,”Biodiversity and Beauty”, Pacifica 8 (1995), 335-345; Berry, Th., The Dream of the Earth, San Francisco, Serra Club Books, 1988, 11. Tema recogido -sin mención a las fuentes teológicas- por Laudato si’ en sus número 84-87.  

[8] Hemos desarrollado más extensamente este tema en: “La figura natural en riesgo. Implicaciones de la crisis ecológica para la estética teológica”, Pensamiento. Revista de Investigación e Información Filosófica, Comillas, Madrid, vol.75 n°283 (2019), p 237 – 250.

[9] Salvati, G.M., Io uno e trino. La Trinitá come modello del cristiano, EDI, Napoli 2011.

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