En una de las notas necrológicas reunidas en el volumen titulado Con motivo de su muerte 1 Marcel Rich-Ranicki transmite lo que resulta una constante cuando se hace referencia al escritor Heinrich Böll (1917-1985): la coherencia de su vida y de su obra, basadas en la rectitud y “limpias de fraude y de mentira”. Leemos en dicho texto: “Böll era realmente un cristiano, un católico creyente. Precisamente por eso, anduvo riñendo toda la vida con la Iglesia católica, de la que finalmente se saldría en forma oficial, aunque, por paradójico que pueda parecer, sin haberse separado nunca de ella. Se tomó en serio el precepto bíblico de ‘amar al prójimo como a sí mismo’. (…) son incontables en todo el mundo las personas que le deben mucho. Y muchos, su vida” 2.

 

Que el Premio Nobel alemán de 1972 estuvo realmente comprometido con los valores cristianos fue un hecho manifiesto, ya a través de su acción solidaria en beneficio de personas concretas, perseguidas bajo las circunstancias del feroz nazismo, ya por su tarea como intelectual en cuyas obras se advierte la clara persuasión de que la única salida a los problemas de la humanidad está en recuperar dichos valores. Para ello no creía en la adscripción a una moral, sino en la reconquista de los ideales de esta religión, que -según palabras de Böll- “están enterrados bajo los escombros de la contradicción, la hipocresía y la grandilocuente dialéctica teológica de las Iglesias” 3 y sobre todo en franca oposición con la realidad social de éstas. Y de aquí surge la paradoja que se trasladara luego a la actitud del autor: la Institución rectora en la transmisión y puesta en práctica de los valores difundidos originariamente por Cristo es aquella que, en razón del accionar de muchos de sus miembros, y sobre todo a causa de su relación con el poder político en el contexto alemán -pensemos en el lugar preponderante que tenía allí la Democracia Cristiana- los desvirtúa y degrada.

 

La obra más anticatólica de un escritor católico

 

Opiniones de un payaso 4 es la novela donde Böll colocó dicha paradoja como tema central, y llevó a cabo una de sus obsesiones: revisar aquellas doctrinas rígidamente establecidas que se derivan de los centros del poder (la crítica que aquí se dirige hacia la Iglesia será extensiva en otras obras a la milicia, al Estado). En 1963, año de su aparición, la obra se transformó en un best-seller demostrando que la preocupación del autor desbordaba lo personal.

 

¿Cómo enfrentarse al dilema que implica la necesidad de señalar profundas falencias en una organización de la magnitud de la Iglesia católica, de la cual se es parte, sin transformar dicho juicio en una crítica apesadumbrada y solemne? Böll lo resuelve maravillosamente utilizando el humor, recurso exaltado por él “como poesía, como reducto de la resistencia” 5 y por estar libre de los “privilegios de clase”. Al igual que Boccaccio en algunos cuentos de su inmortal Decamerón, Böll recurre a la sátira para sacudir al establishment católico. El humor le posibilita tomar distancia frente a aquello que desea criticar para describirlo con ironía y exponer a un tiempo la propia visión de ese mundo cristiano alejado de su verdadera esencia.

 

Opiniones de un payaso se construye a partir del largo monólogo interior de su protagonista, Hans Schnier, un payaso de profesión, proveniente de una acaudalada familia protestante alemana. Sin duda, el autor intentó generar adhesiones hacia Schnier quien, en función de su perspectiva de la realidad y de sus costumbres, es un marginal; sin trabajo, mujer ni familia, herido, en la soledad de su departamento, representa uno de esos ‘seres pequeños’, las minorías en favor de las cuales batallara Böll toda su vida.

 

Continuando en la línea paradojal que planteamos, este payaso, antirreligioso y anticlerical, es quien encarna en la novela todo lo que de profundamente humano tiene el catolicismo, desenmascarando la violación de estos principios fundamentales por el grupo de católicos alemanes representado en la obra. Hans, aunque agnóstico, se vincula con dichos católicos progresistas debido al profundo amor que siente por su mujer Marie -una de las pocas católicas “sinceras”- quien finalmente se casa con un miembro del grupo llevada por un “terror metafísico” a estar en pecado mortal (pues vivía en concubinato con el payaso). En diálogo con Böll, el escritor Heinrich Vormweg señala que en esta novela es capital “la traición de algo muy elemental y humano, del amor en este caso. (…) No es Schnier el que traiciona, sino que las circunstancias sociales, tal como se han establecido, la Iglesia incluida, se basan en la traición” (Sin nada que contar…, p.110). En consecuencia, toda la obra, todo lo dicho por el personaje, sucede en función de denunciar esta traición al amor, el juego sucio del grupo de católicos que instiga a Marie “aguijoneando su conciencia con cuestiones relativas a la culpabilidad” para alejarla de él (Opiniones…, p. 303).

 

Viejos católicos, y una nueva teología

 

En líneas generales surgen desde la novela tres tipos de católicos: el que estuvo a favor del nazismo y se jacta, pasada la guerra, de haber sido perseguido por el Régimen; el político “charlatán y oportunista” que utiliza la religión para conseguir un puesto en la Democracia Cristiana; y el representante del clero, capaz de disertar sobre una pobreza que contrasta con la opulencia real en la que vive. El denominador común a todos los miembros del grupo es la hipocresía, y una malicia cercana al sadismo que se advierte en la coincidencia de actitudes frente a la caída (profesional y sentimental) de Schnier; justificándose en ‘la situación de pecado’ en que vive, se le niega toda mano solidaria, abandonándolo a su suerte.

 

La figura de Schnier no sólo desenmascara y destaca la falta de los verdaderos principios cristianos sino que, a partir él puede ir delineándose todo ese sistema de valores ausente, y se instaura, diferenciándose de esa teología institucionalizada, una nueva: la teología de la ternura. Este es un sistema de valores propio de Böll, que según él se deriva de los evangelios y rescata aquellas acciones sencillas, que nos devuelven a un humanismo con raíces cristianas pero liberado de dogmatismos. Es necesario, en este punto, citar las palabras de Böll quien define el concepto: “¿Pero habrá alguna vez una comunidad humana, o un grupo, o un estado, o una sociedad, capaces de evitar el suicidio? No me dejo robar esta esperanza. Ha de ser posible curar este aislamiento, esta desesperación, no con dogmas, no con principios -y, lo que es más importante, sin herir a los demás-. En el Nuevo Testamento hay una teología de la ternura (me atrevo a la palabra) que siempre es curativa: con palabras, con manos, que también puede llamarse caricia, con besos, una comida en común (…)” 6.

 

Será a partir de la primacía otorgada a estos valores (habitar, comer, dormir, beber), y de la importancia dada a las cosas más elementales, que Hans Schnier se transforma en un ser marginal. Se enfrenta fundamentalmente a su familia de procedencia: “en nuestra familia pasa por codiciosa toda persona bastante desvergonzada para recordar que frecuentemente hay que comer, beber, y comprar zapatos (…)” (Opiniones…, p. 356). Hans destaca de su vida con Marie estos gestos de la comida, del desayuno cotidiano; por eso en el presente narrativo el personaje permanentemente come, fuma, se baña. La figuras paternas lo privan del alimento y también de todo lo lúdico, negando el juego, que es en la concepción del autor otro valor: “No son los dogmas ni los principios los que salvan a la gente del suicidio y de la desesperación, sino el juego y, naturalmente, en el juego siempre el riesgo, no el riesgo necio de perder, sino el que uno no sabe cómo va a resultar” (Conversaciones…). Este es un concepto que Böll desarrolla en Opiniones de un payaso como la “fiesta”; es lo gratuito placentero, no visto como algo secundario sino igualmente elemental, humano, vital: el mundo de lo infantil. Sólo un niño entra en el reino de los cielos porque precisamente “en la vida de un niño lo banal posee grandeza” (p. 307).

 

El trabajo y el dinero

 

Para Böll resultaba imprescindible revisar los valores y la autoridad que los difunde para que éstos pudieran mantenerse a través del tiempo. No sólo vivir según ciertos principios sino reflexionar sobre ellos. Dentro de esa revisión de los valores, encontramos cierta idea casi anárquica en el rechazo del trabajo considerado “superfluo”, en tanto sirva a los fines ya no de la subsistencia sino como modo de acceso al consumo y al lujo. Creía en la posibilidad de un regreso a la utopía romántica de trabajar para vivir. En este sentido, el protagonista de la novela actúa anárquicamente dentro de su grupo social, pues considera al trabajo como medio para una subsistencia elemental: periódicos, cigarrillos, algún taxi, tomar un baño. En este contexto el uso del dinero cambia de sentido: (haciendo referencia a su padre, Hans reflexiona) “(…) no podía dar su dinero a un payaso, que con el dinero sólo haría una cosa: gastarlo, precisamente lo contrario de lo que se debe hacer con el dinero” (Opiniones …, p. 359).

 

En torno de la relación de la Iglesia con el dinero, se encuentra una de las críticas a la institución más agudas de la novela. La dramática situación física y económica de Schnier destaca, por contraposición, a los personajes cristianos, mezquinos hasta la ridiculización. El telefonista del seminario donde se encuentra Leo -el hermano de Hans, quien decide convertirse al catolicismo- le confiesa al protagonista: “Sí, la Iglesia es rica, tan rica que apesta. En realidad apesta a dinero, como el cadáver de un hombre rico. Los cadáveres de los pobres huelen bien, lo sabía usted?” (Opiniones…, p. 374).

 

Tras el ideal de la Verdad

 

La relación de la Iglesia con el poder, el dinero y la falta de autenticidad de sus miembros, se encuentran en una misma línea. Resulta imposible comprender cómo quienes forman la Iglesia, bajo cuyo cuidado deja Cristo al Espíritu de la Verdad (Jn. 14, 16-17), se hayan alejado de esta virtud. La afectación será otra de las características definitorias del grupo de católicos, una falta de verdad traducible en la elemental incoherencia entre el discurso y la forma de vida. En las reuniones, hablan de sus automóviles, sus viviendas burguesas y sus puestos políticos, en tanto Hans lleva una vida ascética, y no tiene dinero para regresar esa noche con su mujer en el ómnibus.

 

Ajeno a esa afectación vive Hans: sin poses sociales, sin clisés, un individuo al desnudo. Contra lo que creen los sacerdotes católicos, siempre preocupados por la “concupiscencia carnal”, él siente una “natural inclinación a la monogamia” y preserva el catolicismo de Marie (que cae en crisis, decepcionada por los miembros del grupo), en tanto dicha religiosidad “es una propensión natural en ella”. El personaje mantiene hasta el final los valores incólumes: tira por la ventana su última moneda cuando advierte que después de solicitar el auxilio económico de supuestos amigos y de sus padres no consiguió un solo marco más.

 

Un “pobrecillo” en Bonn

 

Cercado por el abandono y la idea del suicidio en que lo sumen el grupo de católicos y su propia familia, Hans, que se va inmovilizando por un golpe en la rodilla, terminará disfrazado como mendigo y pidiendo limosna en la calle, con el último temor de que lo utilicen (“los católicos todo lo utilizan”) como propaganda para la causa. No es extraño que esta imagen posibilite asociaciones con otro mendigo: San Francisco, figura rescatada por Böll, puesto que es el santo que promulga y vive la sencillez, la vuelta a la esencialidad con alegría; por ello, el “Pobrecillo de Asís” llega sucio y harapiento ante el Papa, revolucionando la magnificencia romana.

 

A lo largo de toda la obra los “principios” católicos y de orden son puestos por encima de las verdaderas relaciones afectivas, de esas necesidades urgentes que describiera Böll en su teología de la ternura. Leo, el estudiante a sacerdote, tampoco comprende cuando Hans no expone más razones que la imprescindibilidad del otro: “Leo, la presencia de una persona me haría bien” (Opiniones …, p. 409). Pero esta simple ‘curación’ es postergada, el futuro sacerdote teme llegar tarde a sus clases, y le pide que sea razonable, que espere hasta mañana.

 

Volver al origen

 

¿Dónde se encuentran esos valores de los cuales nuestra sociedad se ha alejado, tema que constituye, tal vez, el fundamento de toda la obra de Böll? Opiniones de un payaso pareciera orientar la respuesta: en la vida, que ha dejado de reconocerse como un valor, y dentro de la vida en la posibilidad de recuperar las cosas más elementales, cotidianas y pequeñas, como lo realmente social y humano. En diálogo con Vormweg, Böll afirma: “los ideólogos cristianos más radicales rechazan el humanismo. Para ellos es una palabra maldita: humanismo en sentido de fraternidad. Aquí me gustaría volver a los cuatro Evangelios. En ellos apenas se dan indicaciones para la constitución de una jerarquía como la que apareció más tarde. Una cosa como el lavatorio de los pies que ha sido degradada a un simbolismo casi absurdo, o la última cena -la comida en común, el banquete de amor- (…). En los Evangelios hay algo de fraternidad y algo de anti-jerárquico. Lo que se dice en esos textos es: todos sois iguales, nadie es más que otro” (Sin nada que contar…, pp. 90-91). Simbolizados con las consideraciones y el transcurso de la vida de Schnier, Opiniones de un payaso, reflexiona acerca de dichos ideales cristianos, que no fueron distintos de los profesados por el escritor alemán.

 

  

 


Escapar, no escapaban

 

Me pregunta usted cuál ha sido el acontecimiento cultural y cuál el acontecimiento social más importante del año. ¿Por qué habrían de producirse por separado esos dos acontecimientos? ¿Acaso cultura y sociedad no son inseparables, así como arte y sociedad están separados por toda la eternidad?

 

Para mí, el acontecimiento cultural más importante del año y, al mismo tiempo, el más importante acontecimiento social fue la visita que todos los años hago a mi amiga, la lechuza blanca, en el zoológico local.

 

¿Qué me atrae de ella? ¿Qué me impulsa a hacerle la corte, por así decirlo?… Porque ella no recibe siempre y mucho menos a cualquiera… Me atrae porque es tan hermosa, tan pura, tan salvaje y sabia. Además es audaz, aunque por el momento no pueda hacer mucho uso de su audacia; lo que se ha calculado como su existencia mínima transcurrirá en una jaula.

 

¿Que de qué hablamos?

 

Pues bien, ¿de qué hablan los escritores con las lechuzas blancas? Por supuesto del inagotable tema de la forma y el contenido. Este año nuestro tema de conversación fue forma y contenido de la libertad.

 

Le pregunté a la lechuza blanca si a ella no le habían ofrecido vivir fuera de la jaula, como a los pelícanos y a los cóndores. Me dijo que sí, que le habían hecho ese ofrecimiento; pero que ella lo había rechazado. Prefería la jaula.

 

Perplejo, no atiné a formular ningún comentario. Como suele ocurrirme cuando converso con esa amiga pura, bella, sabia, salvaje, me sentí muy tonto.

 

¿Acaso no has visto lo que ocurre con los pelícanos y los cóndores? me preguntó. Sí que lo he visto -dije yo-. He visto cómo extienden y baten sus maravillosas alas, cómo exhiben su majestuoso esplendor.

 

¿Y los has visto volar, los has visto escapar de su cautiverio? -preguntó mi amiga, la lechuza blanca.

 

No -dije yo-, como escapar, no escapaban.

 

¿Y por qué no, mi necio amigo? -dijo la lechuza blanca-; porque pueden batir y girar sus alas, pueden extenderlas en todo su esplendor, pero no pueden volar: les han cortado las remeras, las plumas indispensables para el vuelo.

 

Por eso prefiero permanecer en la jaula.

 

Vivir fuera de la jaula significa ausencia de rejas, pero alas cortadas. Jaula significa: rejas, pero alas sin cortar.

 

De todos modos, ni ellos ni yo podemos escapar del cautiverio.

 

 

Heinrich Böll

 


1. Heinrich Böll. Con motivo de su muerte. Selección de notas necrológicas y la última entrevista, Bonn, Köllen Druck & Verlag GmbH, Inter Nations Bonn, 1985. Ver. esp. de Oviedo García-Prada.

2. Ibíd., Marcel Rich-Ranicki, “Escritor, loco, predicador.” pp. 10, 11

3. Heinrich Böll & Heinrich Vormweg, Sin nada que contar a nuestros hijos. Conversaciones, Barcelona, Editorial Laia, 1986; p. 22.

4. Heinrich Böll, Opiniones de un payaso, Barcelona, Seix Barral, 1986.

5. Ibíd. 1, Heinrich Böll, “Ensayo sobre la razón de la poesía”, Lección Nobel pronunciada el 2/5/73 en Estocolmo; p. 47.

6. Christian Linder, Conversaciones con Heinrich Böll, Barcelona, Editorial Gedisa, 1978; p. 84.

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