Como todos los años desde 1985, esta cronista se asoma al mundo del cine y del arte por la ventana que le brinda el festival de Berlín.En febrero, la competencia oficial de cine presentó un programa variado y de buen nivel, que mezcló obras superindependientes, facilitadas por fondos estatales europeos, y producciones para el gran público. Los premios reflejaron el eclecticismo de la selección y el interés del jurado por destacar obras que van más allá de lo cinematográfico.

Esta 61° edición de la Berlinale tenía como misión extracinematográfica la defensa del realizador iraní Jafar Panahi, a quien los mullahs han encarcelado seis años por haber sido sorprendido rodando una película en su casa, supuestamente crítica a la situación

política del país.

En una comprensible coincidencia de “hambre y ganas de comer”, Nader y Simin, una separación, de Asghar Farhadi, una potente radiografía de un estado de cosas social y religioso en Teherán, fue la gran ganadora –osos de oro y plata al mejor filme y a todo su elenco. Al igual que su trabajo anterior, Acerca de Elly –premiada hace dos años–, Nader y Simin se centra en un matrimonio de profesionales, padres de una hija, que empieza a resquebrajarse no por falta de cariño sino por los pelotazos inesperados de la vida. El filme abre con el matrimonio hablando a cámara, explicando al juez por qué ella quiere emigrar y él no. De allí en más, la separación temporaria va desencadenando complicaciones en torno de una cuidadora para el enfermo, mujer de clase trabajadora, musulmana practicante y marido fundamentalista. Los malentendidos llevan a un berenjenal insoluble, con una jura sobre el Corán presentada como nudo gordiano. Al ofrecer una visión de la estructura y dinámica social de Irán, evitando la caricatura y la brocha gorda, Nader y Simin abre una ventana a la vida de gente común en un país donde las paredes que dividen lo público de lo privado son más porosas de lo que parece. El premio especial del jurado recayó en una excelente película norteamericana, de curiosa producción y título paradójico, The Forgiveness of Blood El perdón de la sangre, de Joshua Marston (María, llena de gracia). Ambientada en la Albania postcomunista, cuenta la escalada de un drama de honor que sólo puede lavarse con una estricta aplicación del ojo por ojo a los varones de las familias envueltas en el feudo. Según el Kanun (canon), legislación tribal precristiana que parece haber resurgido en áreas rurales luego del colapso comunista, no hay perdón posible ni instancia judicial para resolver violaciones a la propiedad y la honra (como la España de Fuenteovejuna, o los dramas rurales sicilianos, donde la justicia es asunto privado). Este anacronismo viviente, en la era del celular e Internet (bien pintados al principio) se desarrolla con lógica implacable y un clímax que desemboca en un doble final abierto, diferente para el varón mayor de la familia, que debe autoexilarse de la comunidad para no ser destruido por el Kanun, y la aguerrida hermana adolescente que se queda a cargo de la familia, con cierta esperanza de cambio. Con actores no profesionales y ceñido a la perspectiva de una de las dos familias –encerrada en su casa para evitar a los francotiradores del enemigo– el largometraje crea un suspenso que raya lo intolerable. El realizador y su coguionista albano, radicado en Nueva York, demuestran que para un buen filme la historia es fundamental. El estilo –en este caso neorrealista– tiene que colgarse en una sólida percha narrativa.

Los méritos de ambos filmes no pasaron inadvertidos para el jurado ecuménico, que reúne a católicos y protestantes desde hace años. El premio recayó en el filme iraní. Los miembros destacaron que Nader y Simin… “comunica con eficacia diferentes puntos de vista morales, de manera realista y culturalmente sensible”. Concedió una mención  especial a The Forgiveness of Blood, destacando la responsabilidad que asume el hijo al verse inmerso en una cultura de vendetta.

Distribuidores argentinos siempre se acercan al mercado cinematográfico que funciona paralelo al festival. Ojalá que entre los adquiridos se encuentren estos dos títulos. Al menos la película de Farhadi cerrará el Festival BAFICI (del 6 al 17 de abril).

Uno de los placeres de la Berlinale es caminar por la ciudad, metrópolis embarcada en renovarse arquitectónica y artísticamente. Topadoras, andamios, nuevos edificios cubren entusiastas las cicatrices de la historia. Los vestigios apelan a la imaginación para reconstruir lo que pasó: en vez del muro grosero y siniestro que dividía Postdamer Platz –donde funciona la nueva sede del festival– ahora surca su trazo una línea de adoquines y alguna discreta placa conmemorativa.

Los cambios más palpables se ven en proceso inexorable de reunificar los museos. La partición de la ciudad durante la posguerra dio origen a museos repetidos, según donde se encontraban los edificios y las colecciones dispersas para su protección durante la guerra. Hasta hace unos años se visitaba el famoso busto de Nefertiti en el Museo Egipcio del Berlín Occidental, mientras que los legendarios tesoros arqueológicos se conservaban en el Museo de Pérgamo, en el antiguo sector comunista. Incluso hubo colecciones que emigraron clandestinamente a la Unión Soviética, consideradas botín de guerra, como el tesoro de Priamo excavado por Schliemann en Troya, que recaló en el Museo Pushkin en Moscú.

Un caso muy interesante desde el punto de vista de la arquitectura y por la azarosa historia de su colección es la Neue Nationalgalerie, el museo de arte moderno clásico (1900-1945) abierto en 1968 en la zona del Tiergarten. Elegante construcción rectangular en dos plantas, retoño tardío de la Bauhaus diseñado por Mies van der Rohe, refleja no sólo la historia del arte sino las vicisitudes de su recepción en los primeros 50 años del siglo XX. El museo aloja la colección de arte moderno iniciada en 1919 por la Nationalgalerie y exhibida en uno de los palacios en Unter den Linden. Esta “Galería de

artistas vivos” era un anexo de la hoy llamada Alte Nationalgalerie –pintura del siglo XIX– situada en su emplazamiento original en la Museuminsel. Los artistas vivos eran los expresionistas, cubistas, dadaístas, surrealistas y los vinculados a la Bauhaus. La persecución nacionalsocialista al arte moderno empezó en1933: se confiscaron obras de coleccionistas privados –en su mayoría judíos– y unas 500 pinturas de la Neue Nationalgalerie. En 1937 los comisarios culturales organizaron una exposición difamatoria, “Arte degenerado”, o Entartete Kunst, en Munich y Berlín. Una comisión oficial seleccionó un lote de 5.000 pinturas a venderse en Suiza en junio de 1939. Un número importante se destruyó. Luego de la reunificación de Alemania en 1989, los museos de arte dispersos por la ciudad se reorganizaron dentro de una estructura general, Staatliche Museen zu Berlin. La Neue Nationalgalerie ofrece estos meses una exposición fenomenal, Moderne Zeiten (Tiempos modernos).  Naturalmente ve al cine como una expresión del arte del siglo XX; y por supuesto, guiña el ojo a Chaplin satirizando en 1936 una época donde las máquinas fuera de control nos roban la humanidad.

2 Readers Commented

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  1. Osvaldo on 21 abril, 2011

    Muy buena la crónica,como la hace siempre la señora de Kuntz

  2. Alejandrina on 30 mayo, 2011

    me interesó la crítica de películas árabes. Qué bueno sería que el mercado se abriera a ese tipo de cine independiente y propio de otras culturas , abriría mucho las mentes y las prespectivas de la gente.

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