A raíz de la reciente superproducción mexicana Cristíada, con dirección de Dean Wright, el crítico recupera varias películas referidas a la revolución popular de los años veinte.
Dos aspectos de su vida destacaron las agencias noticiosas ante la reciente consagración de la santa Madre Lupita, nacida Guadalupe García Zavala: su servicio a los enfermos y abandonados, y su testimonio de fe durante la llamada Guerra Cristera. Ambos aspectos se entrelazan en el momento más difícil: ella fue una de las monjas obligadas a vestir como seglares que en el Hospital de Santa Margarita, Guadalajara, atendieron indistintamente a perseguidos y perseguidores, ganándose especialmente el respeto de estos últimos. Jugándose la vida, ocultó allí mismo a varios curas, e incluso al propio arzobispo de la ciudad. La protección a un perseguido se pagaba entonces con tortura y muerte. Y es impresionante la cantidad de mártires de Guadalajara y todo el Estado de Jalisco que la historia registra, sobre todo en los años 1927-28, hace menos de un siglo.
El que apenas lo registra, parece mentira, es el cine. Ya en el momento de los hechos apenas se consignan unos pocos capítulos de noticieros: uno de 1926 muestra el cierre de iglesias, otro de 1928 una jornada de toros con burlas a la investidura, y un tercero, también de 1928, “México y su gente”, de Manuel Ramos, refiere una misa clandestina mientras alguien vigila con sus prismáticos el posible arribo de tropas federales. Se menciona también una película perdida, El coloso de mármol, ficción sobre el complot de unos cristeros queriendo asaltar el Palacio de Bellas Artes. Después, silencio. Hubo al menos unas cuantas novelas, a favor o en contra de los religiosos. Basado en una de ellas, Los cristeros. La guerra santa en Los Altos, de José G. de Anda, el primo de éste, Raúl de Anda, hizo en 1946 Los cristeros«, donde, según resúmenes, “el noble y buen pueblo de Jalisco fue engañado por el clero, que lo convenció de que el gobierno perseguía la religión”. Basado en otra novela, El poder y la gloria, de Graham Greene, el maestro John Ford hizo en 1947 El fugitivo, drama de un cura perseguido por la policía en su huida hacia los Estados Unidos. La película era norteamericana, pero se rodó en México gracias al respaldo del director Emilio Fernández y su fotógrafo Gabriel Figueroa.
Recién en 1958 una obra intentó alcanzar el término medio: Miércoles de ceniza, de Rodolfo Gavaldón, basada en la pieza teatral de 1956 de Luis G. Basurto. Allí una feligresa pierde la fe y se vuelve anticlerical tras ser mancillada por un cura lascivo, pero recupera el respeto al conocer a un digno médico cristero, que también resulta ser un sacerdote clandestino. María Félix y Arturo de Córdova, garantía de éxito, protagonizaban la película, que mostraba, por primera vez en la pantalla, la famosa imagen de decenas de cristeros colgando de los postes al costado de las vías del tren, para espectáculo y escarmiento de los viajeros.
El tema no era del gusto de los funcionarios de Cultura de aquellos tiempos. En 1968, Arturo Ripstein quiso filmar Los recuerdos del porvenir, sobre novela de Elena Garro, pero para ello fue literalmente obligado a “cambiar de guerra”. Lo mismo le pasó a Raúl de Anda cuando en 1970 quiso volver al tema desde otro ángulo, con Sucedió en Jalisco, que debió ambientar a comienzos de siglo cuando el asunto ya se correspondía con la Segunda Guerra Cristera, de 1934-8 (esta vez la novela inspiradora fue Pensativa, de Jesús Goytortúa Santos). Se salvó Los días del amor, de Alberto Isaac (1971), precisamente porque era una historia de amor con el fondo diluido de la guerra.
Acorde con la politización de la época, los ’70 fueron años bastante anticlericales, y dados a escenas violentas. Título clave, De todos modos, Juan te llamas (1974), de Marcela Fernández Violante, con sacerdotes y generales finalmente unidos por el dinero a despecho de sus propios seguidores que terminan diciendo “lo hemos perdido todo, hasta la fe”. Luego, La guerra santa, de Carlos Taboada, evolución de un simple campesino hacia el fanatismo criminal y el sadismo extremo, hasta que empieza a dudar “frente a la superioridad moral de un maestro al que van a fusilar por ateo”. A paso de cojo, farsa de Luis Alcoriza (1978), ilustra la versión oficial de la historia: un montón de campesinos mental y hasta físicamente tarados, manejados por un cura cobarde y egoísta. Y La seducción (1979), fantasía de Arturo Ripstein, donde una mujer y su bonita hija atraen, uno por uno, a los soldados federales que luego son asesinados por los cristeros. No lo parece, pero es una versión libre del cuento de Heinrich von Kleist “Una boda en Santo Domingo”. Como se advierte, pesan acá las películas de autores más o menos acordes con el pensamiento oficial. Y cabe recordar que el gobierno mexicano pretendió durante años imponer un laicismo extremo. Cuando en 1979 Juan Pablo II visitó México, el entonces Presidente lo recibió como ciudadano, y no como mandatario. Recién en 1992 ambos Estados establecieron relaciones diplomáticas. Pero no por ello el cine iba a acrecentar su interés por el tema. De las últimas décadas, sólo se señalan el documental La cristíada, de Nicolás Echevarría (1986), muy elogiado, y el film de bajo presupuesto Los últimos cristeros, de Matías Meyer, en 2011. El autor es hijo del historiador Jean Meyer, el más grande especialista en el tema. Y la película se inspira en Rescoldo, novela de 1951 de Antonio Estrada, que imagina cómo habrán sido los últimos días de su padre en la huida por las sierras, ya a fines de los años ’30.
Últimamente apareció una superproducción mexicana, Cristíada, producida por el empresario polirrubro Pablo José Barroso con dirección de Dean Wright, especialista en efectos especiales, guión de Michael Love y amplio elenco de estrellas hispanas encarnando figuras históricas como el general Enrique Gorostieta, profesional que recobró la fe durante la campaña, los mártires Anacleto González Flores y José Sánchez del Río, torturado y muerto a los 13 años; el padre Reyes Vega, uno de los cinco curas que tomaron las armas en esa guerra, el pintoresco Victoriano Ramírez, alias “El 14” por los soldados que enfrentó él solo, y que, aún siendo cristero, terminó fusilado por orden del padre Aristeo Pedroza; y otros, incluyendo el diplomático norteamericano Dwight Morrow. Interesante la presencia de este personaje que, atento a los negocios de su país, fue sucesivamente impulsor y luego apaciguador de la guerra, esto último con auxilio del padre John J. Bucke. Pero bastante lamentable el resto de la película, más cercana a la aventura de acción que al relato histórico medianamente serio. Se lanzó en 2012 en medio millar de salas mexicanas, con gran promoción e igual decepción. Desde entonces, su estreno en la Argentina se ha venido postergando. Quién sabe cómo harían ahora la vida misma de la Madre Lupita, si se animan después de este chasco.