de-vita-foto-carreras-2María Elena de las Carreras cubre casi ininterrumpidamente el festival de Berlín desde 1985 para Criterio. Conversar sobre esa rica experiencia permite conocer las similitudes y diferencias de un evento con historia.

-¿Cómo surgió su vínculo con Criterio?

-Mi familia fue suscriptora de Criterio toda la vida, no sólo mis padres sino también mis abuelos, y estaba siempre en casa y la leía. Entre los años 1977 y 1979 estuve en la Universidad Complutense, en Madrid, haciendo una especialización en literatura española, y al regresar buscaba una forma de ejercer la profesión que no fuera sólo la enseñanza. Me animé a presentarme ante Jaime Potenze y me dijo que, tanto él como Silvia, estaban buscando a alguien para sucederlos. Gracias a ellos, a Rafael Braun como director de la revista y a Manuel Antín, que en ese momento estaba en el Instituto de Cine, pude dar los primeros pasos en el festival de Berlín.

-¿Cuántos años hace que cubre el Festival de Berlín?

– Antín me había nombrado en la comisión calificadora de películas y en 1985 me convocó para participar en una delegación como periodista. Al año siguiente, con la representación de Ámbito financiero y La nueva provincia de Bahía Blanca, pedí la acreditación y me la dieron. Con excepción del año en que nació mi hija y el año siguiente (1994 y 1995), y luego un año por temas de migración, he venido siempre.

-¿Cómo recuerda la primera experiencia en la Berlinale?

-Me encariñé con el festival desde el comienzo. Es un encuentro de cine muy serio, y se añade la circunstancia de que se realiza en una ciudad por donde ha pasado la historia del siglo veinte. En 1985 estaba el muro y uno comprendía lo implacable de esa separación y de la guerra fría. Nada hacía previsible, incluso en febrero de 1989, la caída del muro. En aquél primer festival en el que participé tuvo lugar la presentación de Yo te saludo, María de Jean-Luc Gordard.

-La película de Godard entonces fue acompañada de gran polémica…

-Me permitió comprender la autonomía que se arroga el artista, que se pone más allá de cuestiones de teología e historia, pero también que es responsable y no puede simular ingenuidad porque tiene un público y un impacto. En Buenos Aires se generó una gran polémica y lo curioso fue que casi nadie había visto la película. Un año después, cuando se presentó Shoah, de Claude Lanzmann, sobre la destrucción de la comunidad judía europea durante la segunda guerra, me produjo una enorme impresión el hecho de estar en el mismo lugar donde se planeó el operativo.

-¿Cuánto cambió la Berlinale junto con la ciudad de Berlín?

– A raíz de la partición de la ciudad, la zona donde se desarrolla el festival, Potsdamer Platz, era tierra de nadie. Recuerdo estar parada en una especie de plataforma a la que me subía para ver cómo era del otro lado. El festival nació en 1950 como una suerte de mecanismo publicitario para los estudios norteamericanos que contribuían a eso como una suerte de propaganda cultural. Funcionaba en el Berlín rápidamente reconstruido del oeste, con el Zoo Palast y el cine Delphi, entre otros. Al caer el mundo comunista, la Berlinale ya no tuvo necesidad de abrir esa ventana a Europa del Este, y entonces su misión se ha transformado en una mirada más interesada en el mundo político de hoy. Pero sigue siendo un festival que no ha perdido un ápice de su rigurosidad.

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