El economista brasilero Delfim Neto afirmaba lo que desde hace muchos años nos cuesta entender: “El crecimiento es lo más importante de la teoría económica”. Y precisamente es una de las causas, sino la principal, de nuestro retraso. En efecto, la Argentina tiene desde hace un siglo una economía débil, poco innovadora. Por la importancia del tema, Criterio lo analiza en este número.Las fuentes genuinas de financiamiento del Estado –recaudación tributaria y crédito– y otras como la emisión monetaria controlada y temporaria, se relacionan con la producción y el crecimiento, y de su equilibrio depende la marcha de la economía. Cuando la producción decae, dichas fuentes se desequilibran. En nuestro caso provocaron la voracidad fiscal que conocemos, una emisión descontrolada que nos llevó a la inflación recurrente e hiperinflación, y un endeudamiento –que algunos ya califican de “perpetuo”– que nos condujo al default de 2001 y sus consecuencias. Para salir de las políticas de más impuestos, más deuda, más emisión, más retraso hay que encarar la variable del crecimiento.

Sorprende que este camino se señale desde hace tanto tiempo y siga sin ser transitado. A fines del siglo XVIII, desde el Consulado, Belgrano advertía que sin ilustración y comercio, sin industrias ni escuelas, el nuestro “será un país miserable y desgraciado”; con sólo los “frutos del país”, decía, gozaremos de una “fugaz primavera”. La primavera llegó en tiempos del centenario, cuando culminamos la mayor revolución agroexportadora que ubicó a nuestra economía entre las primeras del mundo. Desde entonces no generamos un nuevo ciclo creador.

Alejandro Bunge, economista, sociólogo e ingeniero, soñaba –ya en 1923– con una generación de granjeros e industriales: “Deberíamos pasar de la economía primaria a la industrial, nuestras fuentes de riqueza no pueden estar en tres o cuatro grandes cultivos y en los ganados; el desarrollo moderno necesita conocimientos de todos los órdenes, de la química, la física, las matemáticas, las ingenierías…”. Einstein predecía: “Los imperios del futuro se construirán sobre el conocimiento”. Y Bernardo Houssay, padre de nuestra ciencia, afirmaba en 1929: “No debemos vivir en el error de seguir creyendo que somos el granero del mundo, que los europeos se morirían de hambre sin nosotros; sin un rápido desarrollo científico que desarrolle las industrias, viviremos pobres”. De Belgrano a Houssay –un siglo y medio– hay un largo camino irresuelto, una tradición de hechos y advertencias que, con el lenguaje propio de cada época, coincide en reclamar: escuelas, industrias, ciencias.

En el período de entreguerras despuntó una nueva economía mundial, significativa por la incorporación del conocimiento en la industria. La aplicaron primero países anglosajones y la Unión Soviética; tras la Segunda Guerra, Japón, la mayor parte de Europa y naciones asiáticas de extrema pobreza como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwan (los “tigres”); los Estados Unidos lograrían con ella el mayor desarrollo en el mundo y, aunque producen el doble de soja que nosotros, no depende de un cultivo, como aconsejaba Bunge.

La economía del conocimiento tiene su base fundamental en la educación, que en la Argentina ha decaído. Se desarrolla por la transferencia de conocimientos a la industria, que entre nosotros es bajísima. Y la impulsan empresas innovadoras, de las cuales tenemos muy pocas. Consecuentemente exportamos bajo valor agregado, lo que nos priva de divisas para importar las tecnologías que necesitamos y no producimos.

De todas formas la Argentina no está tan atrás, como otros países lo estuvieron cuando implementaron dicha política económica. Baste mencionar a Japón o Corea del Sur, que pertenecían al Asia empobrecida, continente que crece sostenidamente. Japón, entre 1945 y 1960, tenía un ingreso per cápita menor a US$ 500; con pocos recursos naturales, en tres décadas se convirtió en la segunda economía del mundo. Corea del Sur, dividida por la guerra con el Norte donde quedaron las materias primas, con una población campesina pobre, alto analfabetismo y un ingreso per cápita de US$ 155, es la 15ª economía mundial, la cuarta de Asia y el segundo país que más porcentaje del PBI invierte en investigación y desarrollo (I+D). El camino abierto por Japón fue así recorrido por los “tigres asiáticos” y luego China, la India e Indonesia, entre otros.

I+D es el proceso de Investigación en las universidades + el Desarrollo experimental en las industrias que adoptan conocimientos. En 1963 la OCDE definió este proceso como clave para el crecimiento económico. La Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología Iberoamericanos e Interamericanos (RICYT) –a la que nuestra dirigencia debería seguir por sus análisis y comentarios– muestra que la región que más invierte en I+D es Asia (33,7% del total mundial), le siguen los Estados Unidos y Canadá (32,4%) y la Unión Europea (28,3%); América latina y África están en último lugar (3,2 y 0,7%, respectivamente).

La Argentina, según la RICYT, invierte 0,65% de su PBI en I+D; Brasil, 1,21%; China, 1,84%; los Estados Unidos, 2,84%; y Corea del Sur, 4,03%. Como el PBI norteamericano es el mayor del mundo, su inversión en I+D –aunque con menor porcentaje del PBI– es la más alta; lo mismo ocurre con China, que superó a Japón como segunda economía al ocupar el segundo lugar por el monto que destina a I+D. Los que invierten más del 1% del PBI desarrollan una economía del conocimiento: sólo Brasil logró esta meta en América latina; desde los años ‘70 la Argentina la proclama; en 2003, el Ministerio de Educación y Ciencia indicó que la alcanzaría en 2006.

Es importante la participación de empresas en la inversión total de I+D: en los Estados Unidos es del 62,4%; en la Unión Europea, 55%; y en Brasil, 45,2%. En la Argentina, la industria disminuyó su participación del 31% (2005) al 23,9% (2011): la inversión pública creció pero el aporte privado es muy bajo, entre otras razones porque la investigación no interesa mientras altos aranceles protejan a una industria poco innovadora. Reducida la innovación, la producción se debilita, caen los empleos y el salario. El Banco Mundial dijo que la baja innovación de las empresas latinoamericanas hará que la región no pueda contar ya con sus exportaciones para crecer. La excepción que confirma la regla es, entre nosotros, la biotecnología, la maquinaria agrícola y otras industrias surgidas de las raíces innovadoras de nuestro campo.

Es clara la relación entre inversión de empresas en I+D y crecimiento. El Banco Mundial mostraba que los “tigres asiáticos”, tras 44 años de haber implementado la economía del conocimiento (1960-2003), lograban un crecimiento de sus respectivos PBI de entre 1.728 y 2.529% según el país (7 al 7,9% anual promedio). La Argentina creció en ese período 125% (2%).

Finalmente es necesario proteger el conocimiento y evitar que los avances científicos publicados sean apropiados por otros países. Los Estados Unidos tienen el record de 108 mil patentes/año otorgadas, mientras nosotros promediamos 250. La UBA publica más de mil papers anuales de sus científicos en ciencias duras pero, a casi un siglo y medio de la ley de patentes, registraba sólo 15 patentes. Así, empresas extranjeras se apropian de nuestro conocimiento y lo comercializan, financiadas con fondos públicos argentinos.

5 Readers Commented

Join discussion
  1. Juan Carlos Lafosse on 7 noviembre, 2014

    Hoy en día muy pocos se atreverían a negar la importancia y necesidad de la investigación científica y tecnológica para el crecimiento de un país, tal como señala este editorial. Este es uno de los cambios positivos ocurridos en la Argentina de estos últimos años, sobre todo recordando que tuvimos un ministro de Economía que mandó a lavar los platos a Susana Torrado junto a todos sus colegas científicos. El sistema financiero global era el que gobernaba y decidía y no quería que un país del sur tuviera tecnología propia.

    Desde 1976 hasta el 2003 yo viví la destrucción de la capacidad industrial de Argentina y de su sistema científico y tecnológico, limitado pero muy activo. A mí me consta personalmente como se impidieron desarrollos de tecnología porque el Banco Mundial ya había decidido que productos debíamos comprar y a quién. Brasil tuvo una dictadura menos cruel y más bien “desarrollista” que no buscó liquidar la industria y el avance tecnológico como ocurrió en nuestro país.

    Poco antes de las elecciones del 95, me impresionó mucho comparar en dos días sucesivos las rutas de Brasil y Argentina. El Jueves en Brasil estaban repletas de camiones. Al día siguiente, entre Buenos Aires y Rosario durante muy largos trechos directamente no había NINGÚN camión a la vista. Esa era la situación de nuestro país: no producíamos NADA.

    El desarrollo tecnológico de los países de Asia no es un tema tan simple como se plantea, no basta mencionar “la inversión” pública y privada y “la educación”. Hay que comenzar por entender como su mano de obra pagó el altísimo precio de ese desarrollo y ver quiénes y cuántos son sus beneficiarios actuales y en qué países viven. Será coincidencia imagino, pero en estos días hay un candidato que está haciendo campaña en las redes hablando justamente de “los tigres” asiáticos, insinuando que nos llevará a ese “paraíso”, viajando todos los argentinos en primera clase, faltaba más!

    Respecto de las patentes, en el número pasado Criterio reprodujo un artículo de La Nación donde comenté la forma en que funciona el sistema de patentes en el mundo. Explica algunas razones de la gran diferencia entre la cantidad de patentes de EEU y Argentina. Puede verse en http://www.revistacriterio.com.ar/nota-tapa/investigan-apropiacion-de-conocimientos-cientificos-argentinos/ El “investigan” del título suena ominoso, en tono mediático, pero la nota se refiere a un trabajo de investigadores de la Universidad Nacional de Quilmes.

    Para crecer, la “inversión” es absolutamente necesaria, sin plata no se investiga ni desarrolla tecnología, pero la cuestión en realidad es QUIEN pone la plata. En el 2009 Bergoglio preguntó cómo hacer para que no se fuguen dólares. En el 2010 escribió que fugarlos “es pecado”, literalmente.

    Ahora imaginemos como sería la Argentina si unos pocos de estos codiciosos hubieran invertido acá los cientos de miles de millones que tienen afuera. Entendamos porqué lo hacen, donde y en quienes se concentra la ganancia de estas maniobras. ¿Ud. leyó en Criterio algún artículo donde se dijera algo de esto? En cambio, con soberbia “se agarran la cabeza”, están “perplejos”, sugieren que los obispos tienen “temor de hacer sentir su voz” y que nuestro Papa Francisco es un tonto que no entiende nada. Increíble!

    El cambio es condición del crecimiento, la continuidad sólo beneficia a quienes están en la cima de la sociedad y desde Cristo mismo hasta nuestro Papa Francisco han aclarado perfectamente que estos no deben ser el objeto de nuestra preocupación como cristianos. Se cuidan solos!

    En relación con los cambios, el consenso sólo se da en el plano de las ideas generales, de los grandes conceptos. En cuanto se llega a los detalles y a la implementación aparecen los intereses. Ahí se termina abruptamente y solo queda el camino de la negociación.

    A su vez, esta se da en forma institucional, educada y dentro de las formas cuando los intereses tocados, reales o simbólicos, no son importantes. Si lo son se llega a la confrontación, que muchas veces es necesaria y saludable en la vida de las naciones.

    El problema es que desde plumas con algún talento en los medios dominantes hasta el infeliz que desahoga su frustración insultando en los foros online, se las arreglan para ver al kirchnerismo como el único causante de “la confrontación” y “la crispación” entre los argentinos. Supongo que se lavan a sí mismos el cerebro para convencerse que, hasta 2003, Argentina era Suiza y no conocíamos conflictos.

    En cuanto al final del primer párrafo, el de la “voracidad fiscal” y el “endeudamiento que algunos ya califican de perpetuo”, sin duda no fue escrito con ánimo conciliador, ni en términos medidos ni buscando un diálogo fraterno. Una pena.

  2. Luis Alejandro Rizzi on 18 noviembre, 2014

    Una de las preguntas que no nos hacemos es porque nos pasa lo que nos pasa, sin embargo intentamos respuestas tales como “estamos condenados al éxito”, “lograr el lugar que merecemos” o el célebre “argentina potencia” y otros tantos eslóganes que en verdad, nos hacen creer que los argentinos merecemos un milagro que nos coloque en la cima del mundo.
    No quiero pecar por escéptico pero los milagros son muy raros especialmente en economía. Los impresionantes crecimientos que se detallan en el editorial no han sido fruto de milagros o merecimientos, sino de esfuerzos y sacrificios colectivos que tienen como objetivo el bien común. Nosotros los argentinos somos esforzados y sacrificados individualmente, eso explica en parte que no estemos peor pese a los índices reales de indigencia, pobreza que son desesperantes y explica por otra parte el crecimiento de los villeríos de Buenos Aires, el gran Buenos Aires y los alrededores de Rosario, por señalar los más importantes que son elegidos porque como dijo un economista, cuyo nombre se me fue, nos hacen imaginar de donde vienen.
    Pienso que el esfuerzo individual es condición necesaria pero insuficiente para sustentar un proceso de crecimiento, para crecer los puebles necesitan del esfuerzo colectivo y nosotros los argentinos no sabemos ni del sacrificio ni del esfuerzo colectivo, eso explica porque permanentemente caemos en los juegos de “suma cero”, como si el crecimiento se produjera al costo de otros.
    Ya lo decía Rawls en su segundo principio de la justicia: “Las desigualdades sociales y económicas habrán de ser conformadas de modo tal que a la vez que: a) se espere razonablemente que sean ventajosas para todos b) se vinculen a empleos y cargos asequibles para todos”
    También debemos asumir que las desigualdades forman parte de nuestra imperfecta naturaleza humana.
    Conclusión lo que ha fallado estrepitosamente ha sido nuestro sistema educativo que como decía Ortega solo pudo generar “sabios bárbaros” porque me pregunto, hemos tenido en la Argentina una genuina dirigencia intelectual a lo largo de los años que llevara a la gente a la altura de los tiempos.
    Los frutos marchitos que tenemos es la expresión más cabal de lo que hemos venido sembrando….

  3. Juan Carlos Lafosse on 18 noviembre, 2014

    Amigo Rizzi,

    Coincido con usted en que los milagros no son frecuentes, pero las realidades económicas son bien explicables arrancando desde la historia económica y social.

    El futuro es otra cuestión, solo se puede apuntar pero se desconocen demasiados actos individuales para predecirlo.
    No basta con frases hechas o modelos matemáticos, que nunca pegan una porque su hipótesis básicca de que somos egoístas racionales es un error demostrado. Mire usted la plata que perdieron ellos y perdimos los argentinos gracias a los que se guardaron la soja!

    Usted no enuncia completo el segundo principio de Rawls, omitiendo el final: «… las desigualdades deben redundar en un mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad.» con lo cual cambia el sentido.

    Rawls es muy preciso en su definición de justicia y asume que las desigualdades que se introducen solo son aceptables cuando CORRIGEN inequidades existentes. Es decir, que podemos aceptar que se asista especialmente a aquellos que no cuentan con las ventajas de otros.

    El problema no es solo «la educación», son muchos factores, nuevos y viejos. Hoy en día convendría ocuparse de quién debió y debe poner la plata en lugar de evadir. Esa corrupción antigua de guante blanco, manejada por nuestra genuina dirigencia intelectual.

    Cordialmente,
    jc

  4. manuel paz on 22 noviembre, 2014

    Brillante articulo, siglo XXI, importamos mano de obra china (trenes y mas) y recursos humanos de servicios y consumo mientras exportamos materias primas y recursos humanos de conocimiento, vivimos en un desequilibrio absoluto entre modernización y desarrollo que implica un día de retraso por cada día que pasa.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?